El mosaico de palabras que presenta al libro desde su tapa, dispara mil conceptos en dos segundos. Demasiado poco para pensar qué relación hay entre remesas familiares, enfiteusis y “campaña al desierto”. O entre desempoderamiento, latifundio y ‘civilización o barbarie’, la madre de las zonceras, según San Jauretche. También, entre posneoliberalismo, decencia y precarización. Quedan dos opciones, entonces: o darle una ojeada o, al menos, tomar nota de lo que dice el autor acerca de él. El libro se llama Una historia de la desigualdad en América Latina (la barbarie de los mercados desde el siglo XIX hasta hoy). Y el autor, sociólogo él, Juan Pablo Pérez Sainz. “La tapa intenta plasmar que un tema tan transversal como el de las desigualdades atraviesa y se articula con múltiples problemáticas”, indica el también investigador de Flacso acerca de la multiplicidad de sentidos que aparecen al principio, y descifra una posible clave sobre lo que viene después. “En efecto, en el texto se intenta mostrar que en América Latina se ha generado más trabajo que empleo; que las oportunidades de acumulación para propietarios pequeños han sido exiguas; que los procesos de ciudadanía social han sido limitados; y que las diferencias se han procesado perversamente convirtiéndolas en desigualdades. Esta complejidad sería lo que intenta reflejar el mosaico”, ratifica Pérez Sainz, actualmente instalado en Costa Rica. 

El libro de trescientas páginas publicado por Siglo XXI, es una especie de “síntesis”, del que lo precede que, además de triplicarlo en páginas, tenía como destino un público más reducido, y un título que da para una primera aclaración: Mercados y bárbaros. La persistencia de las desigualdades de excedente en América Latina ¿Por qué lo de bárbaro?, ¿en qué lugar de la zoncera madre se ubica el autor? Responde Sainz: “Rosa Luxemburgo utilizó, en plena Primera Guerra Mundial, la expresión ‘socialismo o barbarie’ asociando esta última al capitalismo. Y el subtítulo remite a la matriz cultural de las élites latinoamericanas en el siglo XIX e inicios del siguiente, que inferiorizaron a trabajadores, campesinos, mujeres, indígenas o afro descendientes, considerándolos bárbaros ante la civilización occidental. Esta inferiorización, que convirtió diferencias en desigualdades, fue clave en la génesis de éstas y de su persistencia en el tiempo”, explica el sociólogo. “Yo he invertido la matriz mostrando cómo las élites han configurado mercados básicos muy asimétricos”. 

–Siguiendo su lógica conceptual ¿qué sería un mercado “civilizado”, o qué es la civilización, para usted?

–En esos mercados básicos, que configuran la esfera de la distribución primaria –principal foco del análisis del libro– se intercambian lo que Karl Polanyi denominó “mercancías ficticias”. Son mercados que no pueden ser autorregulados, que buscan sólo maximizar la ganancia, porque estas “mercancías” tienen soportes que pueden ser destruidos por la autorregulación, dado que el mercado funciona como un “molino satánico”, como expresó Polanyi. Detrás de la fuerza de trabajo está el ser humano; de la tierra, la naturaleza; del dinero, las instituciones financieras. La crisis financiera, iniciada en 2008, muestra que las apreciaciones de Polanyi fueron pertinentes y mantiene gran vigencia. Por tanto, son mercados que necesitan regulaciones.

–¿Pensando en qué o en quiénes escribió?

–En un público que quiera conocer una manera diferente de abordar la problemática de las desigualdades. En este sentido, el texto se sustenta en cuatro premisas: enfatiza la problemática del poder porque las dinámicas de las desigualdades se entienden, fundamentalmente, como procesos de desempoderamiento; centra la mirada en la distribución y no en la redistribución; considera que en los mercados se establecen las condiciones de generación de excedente económico; y se postula la pluralidad de sujetos que recupera a las clases sociales e incorpora pares categoriales en términos de género, étnicos, raciales y territoriales. Este tercer sujeto es clave porque la dimensión sociocultural se suele obviar en las reflexiones sobre desigualdades.

–¿Desestima totalmente el grado de redistribución de la riqueza para entender la pobreza?, ¿piensa que no puede convivir con el empoderamiento de los sectores marginados del que habla?

–La redistribución es fundamental para aminorar la desigualdad, sí, pero las acciones en los mercados básicos no han tenido la misma atención. El enfoque del libro advoca por este tipo de medidas, sin negar las referidas a la redistribución. No hay razón, fuera de preservar los intereses de los poderosos, de por qué no incidir en la esfera de la distribución para reducir la desigualdad.

–Lo que se vivió en América Latina en los últimos años tuvo más que ver con el empoderamiento que con el desempoderamiento ¿Usted no lo ve así?

–Depende de qué países hablemos. Si nos referimos a los “posneoliberales” (la Argentina del kirchnerismo, el Uruguay del Frente Amplio, el Brasil del PT, la Venezuela chavista, el Ecuador de la Revolución Ciudadana o la Bolivia del MAS) hubo procesos importantes de empoderamiento de sectores subalternos de distinta naturaleza. Pero en esos países no todo fue ruptura con el neoliberalismo, también hubo continuidades, sobre todo en las dinámicas significativas de acumulación asociadas a la globalización. Hay luces y sombras, como siempre. Además, nos falta suficiente perspectiva histórica para evaluar la profundidad de las transformaciones y su sentido.

–La primera década del siglo sería el momento “rousseauniano” que usted llama insuficiente, pero muchos lo consideran un gran avance, sobre todo para la conciencia de los pueblos ¿No lo piensa así?

–Por supuesto que fue un gran avance. Por primera vez se configuraron procesos de ciudadanía social en América Latina. Pero estos procesos, sustentados en el empleo formal, padecieron una triple limitación: fue un fenómeno sustantivo sólo en algunos países; la población rural –en su gran mayoría– fue excluida; y dentro de los contextos urbanos, los trabajadores informales también fueron marginados. 

 –¿Por qué invoca a Rousseau, que era un suizo francés del siglo XVIII, y no a Mariátegui, Ugarte o José María Rosa, que fueron latinoamericanos más contemporáneos, y tan lúcidos como aquel?

 –No hay invocación eurocéntrica a Rousseau. La expresión “momento rousseauniano” proviene del historiador Richard Morse para referirse a las primeras décadas republicanas y los movimientos radicales de igualación, como el de Artigas en la Banda Oriental, por nombrar uno. Morse argumenta que los populismos del siglo XX retomaron esas ideas igualadoras. Y nosotros consideramos que las experiencias de gobiernos “posneoliberales” representarían un tercer momento de igualación.