El fútbol suele entregarnos historias paradojales. La de Carlos Tevez es una. El jugador del pueblo que tuvo una boda de lujo. Habría que decir dos cosas de entrada. Que un casamiento como ése y el despliegue mediático que concitó pertenecen al mundo de una frivolidad casi inevitable. Lo segundo es una interpelación: ¿qué significa a esta altura ser el jugador del pueblo? Sobre todo si a la fiesta binacional de cuatro días consecutivos asisten como invitados dos presidentes de popularidad en franco declive: Mauricio Macri y Daniel Angelici. 

Cada uno tiene una responsabilidad bien diferente, aunque a veces se mezclen en sus respectivos roles. Un club puede ser la plataforma para llegar al gobierno, como quedó comprobado en el caso del primero. Algo que no llama la atención en Argentina, donde el fútbol determina la agenda de los políticos y la política suele ser tomada como un partido de fútbol. 

La boda tuvo el mérito adicional de mostrar esas postales combinables. Fue la síntesis de un mundo donde ricos y famosos, políticos e ídolos deportivos, dirigentes sindicales y empresarios y hasta el presidente de la Nación se juntaron en un mismo lugar para agasajar a Tevez. El país los miró por TV o en las páginas de los diarios. Se dejaron retratar sonrientes, como en una instantánea balsámica que distrajo de las preocupaciones de todos los días. Las mayorías no lucen alegres como ellos en estas fiestas de fin de año. Porque no les alcanza el sueldo –si lo tienen– y porque el ídolo también se les va a China.

El guión se repitió una vez más. Igual que con otros casamientos y protagonistas como salidos de la revista Caras. Si faltó un plato de comida en las mesas navideñas, que la boda lo tape como el árbol al bosque. Todos tienen derecho a divertirse. El jugador del pueblo también. Y además a elegir a sus invitados, aunque ese mismo pueblo los rechace.