El back izquierdo de Huracán, que ya se había puesto también la camiseta de la Selección, se sintió envalentonado con lo que escuchaba. Le decían que se anime, que vaya a golpear la puerta y él también pida, que pasaba en todos lados. Ahí fue entonces. Y dijo que quería cobrar para jugar. En ese momento, a finales de la década del 20 del siglo pasado, terminó su carrera de futbolista.
Cuando en 1931 se estableció el profesionalismo lo que se hizo fue sacar a la superficie algo que existía de manera soterrada: el pago a los futbolistas. Era una realidad que estaba muy extendida pero que se mantenía en la oscuridad. Formalizar esa relación laboral fue lo que impulsó la huelga iniciada el 10 de abril de ese año, encabezada por los jugadores de los equipos más convocantes. El reclamo no era otro que tomar parte en una actividad comercial que los tenía como actores principales y movía cifras cada vez mayores.
La vinculación de los jugadores con los clubes por medio de contratos sirvió también para organizar la competencia y crear una elite con la primera división. Cuando en 2015 el fútbol argentino decidió hacer un torneo populoso de 30 de equipos no se trató de un hecho sin antecedentes en la máxima categoría. El campeonato de 1930 se había prologando por más un año a partir de la competencia entre los 36 equipos participantes. Para el primer certamen rentado la cantidad de clubes se redujo a la mitad y el 31 de mayo de 1931 se disputó la primera fecha de la era profesional. River le ganó 1-0 a Atlanta, San Lorenzo 4-2 a Tigre, Estudiantes 3-0 a Talleres de Remedios de Escalada, Huracán 4-0 a Quilmes, Ferro 2 a 0 a Argentinos, Platense 1-0 a Vélez y Gimnasia 2-1 a Lanús, mientras que el único empate, sin goles, fue el de Boca y Chacarita. Hubo un asterisco en aquella jornada que actuó de punto de partida, porque el fútbol argentino tiene sus mismos problemas desde siempre: Racing le ganó a Independiente 4-1 en un encuentro que recién se jugó cuando había finalizado el torneo.
La postergación del duelo de Avellaneda no fue el único inconveniente de aquel torneo en blanco y negro. El primer cruce entre Boca y River no concluyó al ser suspendido por incidentes. Enfrentados en la última fecha de la primera rueda, el 20 de septiembre de 1931 se jugó menos de media hora del partido más esperado. El Millonario ganaba 1-0 con gol de Carlos Peuccele cuando a los 28 minutos sus jugadores protestaron encendidos al árbitro Enrique Escola por el penal que les acababa de sancionar en contra. Francisco Varallo, a quien le habían cometido la falta dentro del área, tomó la pelota para el remate frontal y el empate llegó por la tozudez del centrodelantero: el arquero Jorge Iribarren le contuvo el disparo con la pelota quieta y volvió a hacerlo en el rebote, pero al dejar la pelota suelta esta vez, la tercera, Varallo no falló. Las quejas de los jugadores de River se inflamaron todavía más y el juez expulsó a Pedro Lago, José Belvidares y Camilo Bonelli. Los tres futbolistas sancionados se negaron a dejar el campo de juego, entonces el partido fue suspendido y la Policía se los llevó detenidos. Aquella tarde ya había arrancado mal, con otra suspensión, la del partido preliminar por la violencia del juego, y terminó peor, a partir de las peleas entre ambas hinchas en los alrededores del viejo estadio de Boca.
El de Boca y River no fue el primer partido suspendido de ese torneo. En la undécima fecha Racing y Estudiantes empataban 1-1 y por los inconvenientes que se generaron en la tribuna de la Academia en disconformidad por los cobros del árbitro el encuentro no continuó. En total fueron cinco los partidos en los que no llegaron a jugarse los 90 minutos durante. El más caso más curioso se dio cuando por la 14° fecha Estudiantes le ganó 8-0 a Lanús y el juez dio por finalizado el encuentro después del octavo gol, a los 22 minutos del segundo tiempo, al entender que la disparidad era insalvable. En la segunda rueda también se suspendió Lanús-Platense en el segundo tiempo y en la última fecha el Calamar no se presentó a jugar contra Tigre.
El campeonato de 1931 tuvo distintas rarezas, como el gol de Eduardo Alterio, arquero de Chacarita. Fue de penal en el 3-3 con Tigre de la 12° fecha y la particularidad no fue solamente que se trató de un gol de un arquero (algo que no volvería a ocurrir en 40 años, hasta el Nacional de 1972, cuando Alberto Parsechian, de Independiente de Trelew, le marcó a Vélez) sino también la decisión de su colega, Savarro, que no opuso resistencia y como forma de protesta en desacuerdo con el fallo se quedó cómodamente apoyado contra un palo.
Otro hecho particular fue la pelea de dos compañeros y la determinación tomada por otro de los integrantes del equipo. En la segunda fecha del torneo, Racing le ganaba a Platense cuando Fernando Paternoster, defensor, y Pedro Pompey, mediocampista, comenzaron a agredirse. La insólita situación de una pelea entre dos integrantes del mismo conjunto lo fue todavía más cuando Natalio Perionetti, capitán del equipo, sacó de la cancha a Pompey y Racing continuó con diez jugadores. A la fecha siguiente Pompey no formó parte del equipo y se le permitió regresar recién en la cuarta fecha, en la victoria académica 6-0 ante Vélez.
También fue atípico lo que pasó en un Chacarita-Tigre. Marcos Díaz y Juan Tellería cursaban juntos en la facultad de Medicina, pero esa tarde era rivales. Un disparo del primero salió por el costado del arco después de un desvío del arquero del Matador. Entonces buscó enseguida a su compañero de estudios para preguntarle si él también había visto que, después de ingresar al arco, la pelota había salido por un agujero de la red. Entonces Tellería se acercó al árbitro, le comentó lo sucedió y el gol fue dado por válido.
En las 34 fechas del torneo se convirtieron 1.099 goles y Estudiantes, que finalizó tercero detrás de Boca y San Lorenzo, fue el equipo que más tantos marcó. El Pincha anotó 104 goles y tuvo a los dos máximos anotadores del torneo: Alberto Zozaya (33) y Alejandro Scopelli (31). La delantera platense la completaban Miguel Ángel Lauri, Enrique Guaita y Manuel Ferreira, quien había sido el capitán de Argentina en el Mundial del año anterior y en los Juegos Olímpicos de 1928. Guaita, que había nacido en Entre Ríos en 1910, dos años más tarde de aquel primer torneo profesional se iría a jugar a la Roma y en 1934 se consagraría campeón del mundo con Italia, al igual que otros tres compatriotas: Luis Monti, Raimundo Orsi y Atilio Demaría.
El futbol profesional generó una ruptura a partir de la cual se creó la Liga Argentina de Football, sello que no sería reconocido por la FIFA, entidad que mantuvo la vinculación con la Asociación Argentina Amateur, a la que pertenecían los jugadores que más tarde afrontarían el Mundial de 1934. Entre los 18 clubes nucleados en la nueva federación, River era en 1931 quien tenía más socios tenía, con 14.900 afiliados, seguido por San Lorenzo con 600 adherentes menos.
El pago a los futbolistas con primas y salarios no fue la única novedad vinculada al dinero en 1931. También comenzaron a comprarse jugadores. El pase más caro de ese año fue el de Carlos Peucelle, que pasó de Sportivo Buenos Aires a River a cambio de 10.000 pesos. Por su parte, Boca consiguió la ficha del goleador de Gimnasia Francisco Varallo. Los clubes de Buenos Aires salieron a buscar jugadores en el exterior, mayormente en Uruguay y Paraguay, y también en otras provincias del país, sobre todo en Córdoba, desde donde llegaron a San Lorenzo José Galíndez, Juan Baigorria, Luis Castañares y Félix Pacheco.
Del profesionalismo también dieron cuenta en las oficinas estatales con la imposición de impuestos al fútbol, un gravamen que los clubes no absorbieron sino que trasladaron al precio de las entradas. Pese a que se multiplicaban las quejas por el precio de los tickets, los estadios eran un mar de gente: en el torneo de 1931 se vendieron casi dos millones de entradas.
El mismo formato de torneo anual a dos ruedas se extendió durante más de tres décadas, con exclusividad de los cinco grandes en las vueltas olímpicas. En 1967 se produjo una revolución al crearse los torneos Metropolitano, en la primera mitad del año, y Nacional, certamen que le permitió jugar en Primera División, aunque sea por una vez, a varios equipos de distintos puntos del país y no ya solamente a los de Capital Federal, Gran Buenos Aires y Rosario. Si los primeros años del profesionalismo habían sido para los grandes, la década del 80 revirtió ese orden con los títulos de Ferro (Nacionales 82 y 84), Argentinos (Metropolitano 84 y Nacional 85), Estudiantes (Metropolitano 82 y Nacional 83), Rosario Central (Nacional 80 y temporada 86/87) y Newell´s (temporadas 87/88 y 90/91). En la segunda mitad de los 80 y principios de los 90 se jugó con el calendario europeo y otra vez a dos ruedas. Luego siguieron los torneos Apertura y Clausura, hasta que el fútbol argentino entró en la vorágine de los últimos años y ahora se disputa por quinta vez un torneo con formato distinto al de los anteriores.
Hace 87 años se creyó que abrirle le puerta al profesionalismo era también darle paso a los zigzagueos económicos. La presunción se cumplió, está claro. Sin embargo, la era del fútbol rentado incrementó la cantidad de gente que fue acercándose al fútbol, hizo crecer a las instituciones y contribuyó a mejorar el rendimiento de los jugadores, dedicados exclusivamente al deporte. La pasión genuina siguió siendo la misma y los clubes conservan su razón de ser, porque además de las grandes sumas que manejan en el fútbol, mantienen su rol social y la vinculación barrial.
La era iniciada el siglo pasado se estrenó con un torneo que daba cuenta del tránsito anterior tanto como de lo que se vendría más adelante. El torneo de 1931 marcó un quiebre que, lejos de invalidar el amateurismo (esos títulos tienen el mismo valor deportivo que cuando comenzó a terciar el dinero), marcó el devenir del fútbol hasta estos días de inmediatez digital y masificación mediática.