Los “clásicos” adquieren ese status porque se trata de obras cuyos planteos no tienen fecha de vencimiento. Su perdurabilidad sirve para recordar que pese al paso del tiempo algunas cosas no cambian tanto en este mundo redondo y –teniendo en cuenta la vigencia de obras escritas siglos atrás– siempre circular. Al final de cuentas, hay pasiones y miserias humanas que sobreviven a las transformaciones culturales, y siempre son interesantes de abordar desde cualquier tipo de expresión artística. Incluso, dentro de ese selecto grupo de obras no perennes hay preferencias subjetivas. “No estoy haciendo un clásico, nada más: estoy interpretando un señor clásico”, afirma Juan Leyrado, en relación a Un enemigo del pueblo, la nueva versión de la pieza escrita por Henrik Ibsen en 1883 y que protagoniza en el Teatro Regio (Av. Córdoba 6056), de jueves a sábados a las 20.30, y los domingos a las 20.
Adaptada, traducida y dirigida por Lisandro Fiks, que además compuso la música original, Un enemigo del pueblo se resignifica en estos tiempos, en los que la democracia en América latina parece resquebrajarse ante poderes fácticos que asumen distintas formas. Las tensiones entre el bien social y el personal, entre la democracia ideal y la posible, entre la libertad de elegir y la de ser elegidos, adquieren actualidad en la era de la post verdad. El descubrimiento de Thomas Stockmann (Leyrado) de que las aguas del balneario en el que vive están completamente contaminadas (lo que lo enfrenta a las autoridades locales, a la comunidad y al poder económico, despertando todo tipo de reacciones), no deja de ser una alegoría de la sociedad actual. La corrupción, los intereses económicos, la imposición del egoísmo sobre el bien común, no se conjugan sólo en tiempo pasado.
“Me encanta hacer un clásico, en momentos en donde no abundan: salvo para los teatros oficiales, los clásicos pasaron a ser piezas de museos”, le cuenta Leyrado a PáginaI12. “Que una obra escrita por Ibsen a fines del siglo XIX sea totalmente actual habla de la profundidad de la pieza, del conocimiento del autor de la raza humana, de sus relaciones. Por más que pasen los años, que la historia modifique sistemas sociales y cosmovisiones, hay cuestiones que perduran en la sociedad”, subraya el protagonista de una obra que cuenta con las actuaciones de Raúl Rizzo, Edgardo Moreira, Viviana Puerta, Bruno Pedicone y Romina Fernandes.
–¿En qué aspectos profundiza esta nueva versión de Un enemigo...?
–Esta es una obra política, pero hay un eje interesante que no se trabajó demasiado en las versiones posteriores, que suelen partir más de la puesta de Arthur Miller, donde puso al protagonista en un lugar casi heroico. Ibsen también lo trabajó desde ahí. Es cierto que se trata de un hombre con sus debilidades y sus equivocaciones, que defiende una causa justa, pero no es solamente eso de lo que trata la obra. Muestra también la concepción que Stockman tiene de la democracia, a la que defiende pero no en los términos en el que suele desarrollarse. En la obra se defiende la democracia participativa, la democracia en la que cada ciudadano se compromete más allá de la expresión de su voto. La democracia no se termina en el derecho al voto. Uno no puede votar y nada más. La pieza critica la comodidad de quienes piensan que sólo tienen el derecho a votar y ninguna otra obligación. La democracia se la ejerce diariamente. Ibsen plantea el desconocimiento cívico que invade a la sociedad. Los derechos y las obligaciones que atañen a cada ciudadano, la falta de interés que muchas veces se presenta y cómo el votante es capaz de dejarse llevar por toda la parafernalia de las campañas políticas.
–¿Cree que Ibsen era promotor del “voto calificado” o, en realidad, cuestiona la indolencia cívica de algunos sectores de la sociedad?
–En un momento el protagonista dice que la democracia es el opio de los pueblos. Uno puede pensar: ¿entonces, este tipo, no quiere la democracia? No. Lo que plantea la obra es que en tanto y en cuanto uno no se interese por los derechos y por las obligaciones ciudadanas la democracia es un sistema frágil. En un momento, en plena asamblea, confunden ese planteo de Stockmann como si estuviera proponiendo un “voto calificado”. Y él no plantea eso, sino que para votar es necesario instruirse. No puede comprender que voten quienes no hayan leído la Constitución o ni siquiera el Preámbulo. La obra apunta a la necesidad de comprometerse más con lo que nos pasa.
–Incluso, la obra critica ese viejo axioma de que “el pueblo nunca se equivoca”.
–Cuando uno profundiza un poco en esa afirmación, cae en la cuenta de que es una falacia. Sobran los ejemplos. ¿O, acaso, el pueblo alemán no se equivocó eligiendo a Adolf Hitler, por poner el caso más elocuente?
–El problema es que detrás de esa afirmación se cometen atrocidades. En nombre de la voluntad popular se justifica la implementación de cualquier tipo de políticas.
–¿Quién puede creer que por poner un papelito en una urna estamos realmente eligiendo? Más bien somos elegidos.
–¿Por quiénes? ¿El poder? ¿Los medios?
–Los que tienen el poder y que no vemos nunca. Los medios nos hacen creer, piensan por nosotros. Las redes sociales nos hacen creer que somos más libres. Los seres humanos somos seres pensantes pero fundamentalmente sentimos. Sobre todo en nuestros pueblos. La pasión es magnífica para muchas cosas, pero para otras no tanto. Muchas veces, por ejemplo, me veo involucrado en discusiones agitadas sobre cosas que nos pasan, creyendo tener la verdad sobre algo, y en realidad no es más que la expresión de habernos dejado llevar por la pasión. Uno no puede olvidar, por ejemplo, que se ha ido a aplaudir a (Leopoldo) Galtieri a Plaza de Mayo. Uno puede pensar que no nos han llevado con un revólver a esa Plaza, pero en un punto sí nos llevaron con herramientas menos visibles. El pueblo es la materia prima, dice Stockmann, con la que trabaja el poder.
–¿El sujeto colectivo aparece en la obra como una masa manipulable?
–Esta versión trabaja mucho lo vincular, cómo reaccionamos individualmente y cómo lo hacemos colectivamente, cuánto incide la historia que traemos, de dónde venimos, cómo fuimos educados, en nuestras decisiones... En qué momentos dejamos de hacer y pensar por lo heredado y cuándo comenzamos a tener un pensamiento propio. Stockman pone en duda que la mayoría de la gente tenga pensamiento propio y dice que –como se dice en filosofía– “es pensada”. La información que circula, la que se omite, los discursos planificados, lo que nos venden, la instalación masiva de las ideas, la naturalización de ciertas cosas que no lo son, por todo eso muchas veces somos pensados por otros.
–¿Por qué cree que siglo y medio después la obra sigue estando vigente?
–El poder sigue controlando a la sociedad. Y el poder lo ostentan los mismos de siempre. Si queremos ponerle nombres, al mundo actual lo manejan Estados Unidos, China, Rusia y alguno más... Sabemos que el mundo no es “libre”. Somos conscientes. Entonces, si queremos modificar algo, primero cambiemos nuestra cabeza, nuestro pensamiento, que están tomados por el poder. Es un trabajo colectivo pero fundamentalmente individual. Y tenemos más responsabilidad aquellos que tenemos más posibilidades de alcanzar un conocimiento profundo.
–¿Siente que desde su rol social, cultural y político de actor tiene una mayor responsabilidad de ayudar a cambiar las cosas?
–Sí. Por lo menos ayudar a intentar pensarnos. A veces se confunde esa idea, porque se nos piden opiniones sobre determinados temas como si supiéramos de todo. Y muchas veces, por el fragor de la cámara o porque nos convertimos inconscientemente en un personaje sabelotodo, nos ponemos a hablar de cosas que no tenemos noción. Y no se nos toma como simples ciudadanos. Hay que tener cuidado. Uno debe conocerse y ser consciente de su ignorancia. Cambiar la sociedad es complejo, claro. Si hay un trabajo hecho por el verdadero poder es, justamente, no dejar que la gente avance. La verdadera lucha es contra ese poder que no nos deja ser libres.
–¿Cómo percibe este momento social, político y económico de la Argentina?
–Nos encontramos en un momento en que tenemos que replantearnos muchas cosas. Nos tenemos que preguntar qué es la oposición, qué significa. ¿Cuáles son los derechos de los políticos que votamos en relación a la democracia y la Constitución? Uno enciende la radio o lee el diario y se dice que tal o cual político hizo algo en contra de la Constitución. ¿Y? ¿Qué pasa? ¿Nada? Somos muy críticos y quejosos, pero no exigimos castigo.
–Lo que ocurre es que la Justicia también es influida, condicionada o direccionada por el poder.
–No hay mucha salida. Brasil es un caso: por más que exista la Constitución y el pueblo vote, el poder avanza. Y el pueblo no puede quedarse de brazos cruzados. Ya no basta con votar. El poder es cada vez más inteligente. Por eso hay que dejar de pelearse y ponerse más inteligentes. Nos siguen ganando por otros medios. Antes, los golpes eran militares. Ahora ya no hay plafón para eso. El poder domina desde los sentidos que pone en circulación a través de los medios, las películas, el entretenimiento... El poder antes abría la temporada de golpes militares en la región y avanzaba coordinadamente por la fuerza de las armas. El poder nos maneja a todos, incluso a quienes somos conscientes de que eso sucede.
–Un enemigo... aborda la relación del pueblo con la verdad, también, en el sentido de qué es lo que sucede cuando una revelación afecta el status quo. ¿Cómo opera la verdad y la negación colectiva en la obra?
–Es el pueblo el que lo declara enemigo al doctor. Stockmann se enoja con el pueblo porque no puede creer que la sociedad no se de cuenta de cómo es manejada por intereses ajenos a los suyos. El poder convence a todos de que no conviene la verdad porque podría afectar económicamente al balneario.
–La obra plantea que el ser humano es capaz de resignarse a la muerte con tal de mantener el turismo y la prosperidad económica en el balneario.
–¡A costa de que se mueran sus hijos afectados por el agua! Lo importante es la reacción de la sociedad ante una verdad empírica. ¿Qué nos pasa que somos capaces de negar una evidencia que afecta nuestra salud con tal de conservar las cosas como están? Nos cuesta enfrentarnos a la verdad.
–¿Cree que Ibsen intento exponer cómo el ser humano, supuestamente racional, se rinde ante miserias personales y económicas?
–Eso pasa porque no asumimos responsabilidades. Vivir en democracia requiere de compromiso, de hacernos cargo de lo que nos toca. ¿Por qué no le pedimos al Congreso, por ejemplo, que funcione como tiene que funcionar? Hay muchos hechos que violan la Constitución y que deberían penarse. Si tienen cuentas en paraísos fiscales, si un fiscal se suicidó o fue asesinado, no pueden quedar en la nada. El pueblo debe exigir explicaciones, en audiencias públicas, la verdad de cómo está nuestro sistema democrático. Que la economía no nos la expliquen porque ya sabemos lo mal que está porque vivimos y trabajamos en Argentina. Pasan cosas graves y no sabemos qué es legal y qué no. Hay mucha gente detenida, desde ex funcionarios a ciudadanos que tratan de ganarse la vida como vendedores ambulantes, y nada es claro.
–¿Es pesimista del momento actual de la democracia?
–No, estoy muy atento a todo lo que pasa. Ha cambiado el sistema legislativo. No en sus leyes, pero sí en sus formas y en sus estéticas. No puedo ver y escuchar lo que pasa en la tele. Hay peleas muy alejadas de los problemas reales de a gente o fundamentales de la democracia. Siento que discutimos mucho pero casi nunca lo importante. ¿Cómo es posible que el funcionario que tiene que ser interpelado se levante y se vaya del Congreso cuando él lo desee? ¿Es posible eso? ¿O cómo es posible la canchereada, o la indignación, de ciertos legisladores en ese ámbito? Siento que me faltan el respeto. Casi todos. Y mucho más aquellos que he votado y que no han ganado. Porque de algunos no me voy a sorprender, ¿pero de aquellos? No quedó nadie. No estoy pesimista. Estoy rebobinando para ver qué cosas tengo que modificar en mí para no quedarme con esta desolación.
–¿Siempre fue así o la actualidad lo lleva a asumir este rol?
–Cuando era joven, iba para adelante. Ahora, viendo lo que pasa en el mundo, estoy mucho más cuidadoso con lo que voy a decir y hacer. No tengo que revisar ni mi ideología ni quienes son mis amigos. Me estoy planteando cuáles son los lugares dónde puedo estar. No tengo comportamiento político. Soy muy visceral. Tengo, como ciudadano, un gusto más afectivo que ideológico en mi cabeza: es muy raro que la derecha me entre por algún lugar. Aunque quisiera. Ni por millones de dólares podría defender a la derecha. Como tampoco la izquierda antisistema, que no cree en las instituciones. Me considero un ciudadano democrático. Tengo amigos que votaron a Macri y otros a Kirchner. No tengo amigos que salieron a defender a los milicos, ni los tendré ni nunca entrarán en casa. Los enemigos del pueblo no son los que piensan diferente, sino los que no conocemos o los que matan y torturan en función de una idea.