Es apenas un símbolo, pero es casi un reflejo del año de gestión de Alfonso Prat Gay. Al abrir la página web del Ministerio de Hacienda y Finanzas, lo primero que se observa es un enorme cartel con el número “59.511.000.000”. Ese es el monto, en dólares, de la suma de los “Anuncios de inversión - Total consolidado. Período 2016-2019”. Es decir que, antes que promover una determinada política o presentar algún hecho, la cartera económica recurre como presentación a un número hipotético que cubre el espacio vacío dejado por la “lluvia de inversiones” que jamás se precipitó sobre estas tierras.
La atracción que el gobierno de Cambiemos debía ejercer sobre la inversión extranjera fue una de las claves del prometido éxito de “la nueva economía”, la que llegaba a “liberar las fuerzas del mercado” que el anterior gobierno mantenía empastadas. La “lluvia de inversiones” era la consecuencia “natural” del “levantamiento del cepo cambiario”, el pago de la deuda a los fondos buitre sin cuestionamientos al monto reclamado, la desregulación financiera y la eliminación o reducción de retenciones a la exportación. El plan era tan sencillo como ignorante de la realidad económica mundial, pero fue la base central de la campaña de Mauricio Macri para llegar a la presidencia.
Alfonso Prat Gay, economista vinculado a las finanzas internacionales nada menos que a través del influyente JP Morgan, no es un hombre del PRO. Ni siquiera una persona de confianza de Macri, a quien llega a través de la alianza que incluyó a la Coalición Cívica en el armado electoral llamado Cambiemos. Pero fue en él en quien la alianza confió la estrategia y el discurso económico de campaña. Fue Prat Gay quien aseguró que si, tras la liberación del dólar, el tipo de cambio subía de 9,60 pesos a 15 ó 16, ello no se vería reflejado en un salto inflacionario, porque “los empresarios ya tienen incorporado a sus costos el valor del dólar blue, el dólar oficial no existe”. Y Macri lo repitió en campaña. Fue Prat Gay quien puso en primer lugar de la agenda internacional un rápido acuerdo con los fondos buitre, porque una vez acordado el pago de lo reclamado, los inversores harían cola para “aprovechar las oportunidades de negocio en Argentina”. Era una cuestión de “generar confianza”, casi como un trámite. El resultado se vería de inmediato. “Van a sobrar dólares, no faltar”, se entusiasmó Macri tras escuchar los razonamientos de quien había sido elegido para manejar la economía.
Pero el experimento falló. Pese a que la receta ortodoxa se cumplió en cada uno de sus pasos y en tiempo récord, y aunque ni siquiera se levantaron voces en contra de medidas que iban a resultar fuertemente perjudiciales sobre los ingresos y la actividad de una amplia franja de la población, los resultados no fueron los esperados. Desde afuera, los fondos buitre aplaudieron y los bancos se mostraron generosos para posibilitar un vertiginoso proceso de endeudamiento del país. Pero la inversión productiva no llegó.
La devaluación desató un violento proceso inflacionario que arrancó desde el mismo momento que la posibilidad de que Cambiemos llegara al gobierno empezó a ser una realidad posible. El freno al consumo por pérdida de poder adquisitivo de la población fue la segunda consecuencia. El combo de recesión con inflación resultó la consecuencia del plan Prat Gay que había entusiasmado a Macri y que le sirvió para ganar las elecciones. Sin los beneficios externos prometidos, y con los perjuicios internos no previstos, el recurso discursivo pasó a ser que los beneficios tardarían en llegar, pero no faltarían a la cita. ¿Cuándo? A partir del segundo semestre.
Quizás la falta de resultados o la incomodidad con sus pares del gobierno con más cercanía a Macri, que empezaron a hacerle ver los “costos políticos” que su política le iba cargando sobre las espaldas al Presidente, hayan llevado a Prat Gay a “soltar la lengua” y liberar ciertas apreciaciones no consensuadas previamente. La “grasa de la militancia” con la que definió a sectores de empleados públicos, justificando su despido, o el “pedido de disculpas a los empresarios españoles” por las políticas públicas seguidas por el gobierno anterior en los casos de Aerolíneas e YPF, pueden haber salido de un estado de ánimo alterado por las circunstancias. No es que no lo pensara, pero en forma meditada quizás hubiera evitado pronunciarlo.
Cumplido un año de gestión, con malos resultados económicos y sin perspectivas de reversión del ciclo depresivo, Prat Gay termina siendo el chivo expiatorio en una disputa de intereses en la que CEOs (Quintana, Lopetegui, Aranguren, etc) y dirigentes “históricos” del PRO (Sturzenegger, Frigerio) aparecen mejor posicionados que él a los ojos del Presidente. Es el fin de ciclo para Prat Gay, pero no el fin del problema.