El presidente Mauricio Macri le pidió la renuncia a Alfonso Prat-Gay, hasta entonces ministro de Hacienda y Finanzas e integrante del extraño archipiélago que conforma el “equipo económico”. 

Prat-Gay parte, cuestionado en “apenas off the record” por el equipo de comunicación macrista. En algún sentido, es injusto: Prat- Gay fue, por estirpe y desempeños, un cabal funcionario de Cambiemos. Repasemos datos objetivos.

Es egresado de los centros educativos de excelencia favoritos de la Casa Rosada: el colegio Cardenal Newman y la Universidad Católica Argentina.

Hizo carrera brillante en la JP Morgan, donde descolló de muy joven en las filiales de Londres y Nueva York. Agrandó la fortuna familiar, uno de los detalles que lo diferencia del presidente pero no de otros colegas del Gabinete.

Mintió en campaña y luego al asumir asegurando que una devaluación enorme no se trasladaría a precios porque los empresarios calculaban sus costos en base al dólar apodado blue.

Se hincó ante los fondos buitres y firmó un acuerdo genuflexo. 

Tomó cifras exorbitantes de deuda externa, alegando que su amortización sería barata. Los cambios en el escenario mundial encarecieron los de por sí colosales costos. No supo prever ese viraje, ni siquiera explicarlo.

Benefició al sector financiero que fue su hogar y escuela de vida. En eso, en el amor a la camiseta, se asemejó a varios de sus cofrades de elenco. El ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, que enriqueció al sector campestre concentrado. El ministro de Energía, Juan José Aranguren, que jugó abiertamente para las grandes petroleras. El secretario de Coordinación de Políticas Públicas, Gustavo Lopetegui, se sumó al pelotón en estos días, actuando decisivamente en pro de las empresas aeronáuticas privadas extranjeras.

Quizá la comparación sea un poco mezquina con “Alfonso” quien mejoró la posición de todos esos sectores, al combinar por primera vez en la historia la baja o supresión de las retenciones con una mega devaluación. 

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La verborragia de Prat-Gay rayó alto en sus primeros tramos, los más eficaces del macrismo. Aquellos en que cambió la distribución del ingreso y, por ende, del poder entre las clases dominantes y el resto de la sociedad argentina. Esto es, de casi todos sus ciudadanos.

Entre sus hallazgos flameará alto su desprecio por “la grasa militante”, como denominó a trabajadores estatales despedidos sin causa y en muchos casos violando normas legales o hasta constitucionales.

Entre sus cálculos más refinados se recordará la comparación de los tarifazos de servicios públicos con el costo de dos o tres pizzas.

Según sus propias palabras, Prat-Gay hizo el trabajo sucio pero no supo granjearse la confianza y la buena onda de sus compañeros. Ahora dicen que es sectario, que se mandó solo maquinando una (estrambótica a la luz de los hechos) candidatura electoral futura. 

Otros lo signan como “gradualista” frente a los tremendistas del shock. O como una paloma frente a los halcones del ajuste. La tipificación es impropia si se relee su trayectoria atendiendo a sus acciones y no a las conjuras intestinas. Se lo describirá, ya se cometió ese relato durante meses, como una ovejita de Wall Street, su patria de adopción, donde solo moran lobos.

Se trata, apenas, de diferencias de matices, poco relevantes si no se comparte el marco ideológico de Cambiemos.

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Prat-Gay siempre fue inocente de pensar en la economía real, entre otros motivos porque escapa a su saber y, seguramente, a su libido.

Su techo y su domicilio existencial es el Banco Central. El presidente Néstor Kirchner respetó el tiempo de su mandato y lo cesó porque el hombre se oponía a la negociación de la deuda externa, que remató en la mayor quita de la historia. Proponía mejorar la oferta a los acreedores pagándoles una parva de dólares cash. Auguraba que el 2005 sería un año fatal, signado por la terrible mezcla de inflación y recesión: “estanflación” vocablo castellano cacofónico, que él llamaba “stagflation”, en un inglés acabado. Se equivocó respecto del 2005, feo. Pero le cupo construir una stagflation exorbitante en poco más de un año de labor.

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Durante todo ese lapso compitió con Federico Sturzenegger, titular del Banco Central, un monetarista talibán como reconocen en oficinas aledañas a la suya. Cuando empezaron a trabajar codo a codo (es una ironía) Sturzenegger le sacaba ventaja en un terreno ominoso. Es coautor del endeudamiento que llevó a la crisis cuasi terminal que hizo pus a principio de este siglo. Su obra había empujado a la pobreza y la desolación a millones de argentinos.

Sturzenegger venció en la pulseada internista. Pero Prat-Gay lo emparejó y acaso lo haya superado en el daño que infligió a los argentinos. Se verá con el tiempo, más pronto que tarde.

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Queda a los iniciados especular sobre qué virajes impondrá la nueva fragmentación del equipo económico. 

Los artículos publicados en La Nación por el flamante ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se transformaron en best seller por un día, por ahí una semana. El último, publicado hace una semanita, huele a currículo pidiendo ser designado, adivinen dónde.

Lo más significativo dista de ser novedoso. Son los embates contra el “costo laboral”, las cargas sociales, hasta los tribunales del Trabajo. Son monsergas clásicas del oficialismo, pronunciadas por muchos funcionarios. Como hemos mencionado con asiduidad en estas columnas, son parte del programa a desarrollar en 2017. Las relativas pero no nimias reacciones opositoras en el  Congreso auguran dificultades para conseguir ese objetivo. 

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La futurología es una ciencia arisca, evitémosla. El presente es más nítido. Dos renuncias en el primer año de gestión, traslucen el malestar interno del Gobierno con su desempeño económico. Tal vez Macri no se conforme con los ocho puntos autoasignados, tal vez sepa que esa cifra es disparatada. 

En cualquier caso, Isela Costantini y Prat- Gay fueron cesanteados por motivos distintos. La titular de Aerolíneas Argentinas encontró un límite que no quiso traspasar. Prat-Gay se va por no haber sabido congeniar con sus pares, por su nula cintura política, por su soberbia que no lo afectó cuando se burlaba de los humildes pero sí cuando competía con sus pares.

Nadie lo extrañará. El establishment, que le debe muchos beneficios, porque lo reemplazarán funcionarios igualmente atentos a sus intereses. Y la mayoría de la sociedad  porque cooperó en causar daños que tomará años o décadas mitigar.

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