Desde mediados del siglo XIX y durante décadas, la Feria Mundial (World’s Fair) supo ser sensación, presentando al mundo utopías –más y menos– posibles y descollantes invenciones como el telégrafo, la noria, el teléfono, el motor Diesel, la máquina de rayos x; además de construcciones emblemáticas como el Atomium o la Torre Eiffel. Aunque, con menos brillo y menos concurrencia, estas exposiciones universales siguen existiendo, se ha detenido la fotógrafa estadounidense Jade Doskow en retratar las reliquias arquitectónicas (monumentos, parques, edificios) que antaño dejaron a su paso, en su época de gloria, amén de recibir a millones de entusiastas visitantes. Algunas reliquias, dice la artista, envejecieron con dignidad; otras se han convertido en atracciones turísticas o han devenido museos, casas, casinos, oficinas; y no faltan las completamente descuidadas, abandonadas, olvidadas. Todas, empero, “pueden leerse como máquinas del tiempo surrealistas, de ensueño, que a la vez miran al futuro y al pasado”. “Las Ferias Mundiales a menudo existen en una extraña intersección de esperanza inspiradora para tecnologías y diseños futuros, enorme fanfarronería y un sentido (exagerado) de cooperación global. Su arquitectura -sea de la era espacial, de la Belle Époque, neoclásica, art decó, brutalista- puede parecer vanguardista o anticuada según el caso, pero siempre es escandalosa”, anota Doskow en su serie Lost Utopias, por la que lleva más de una década viajando y fotografiando edificaciones y paisajismo remantes, “con la intención de ilustrar cómo estos eventos temporales han transformado permanentemente los sitios urbanos en los que se desarrollaron”.
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