1) Un microrrelato realista sobre una atleta amateur y la constante lucha contra el entorno y su propio cuerpo. 2) La extraña relación entre una mujer de clase acomodada y su nueva empleada y la aún más fantástica consecuencia de ese encuentro. Sucintamente, así podrían describirse las intrigas de los dos últimos largometrajes que forman parte de la principal sección competitiva del 20° Bafici, cuyo palmarés será anunciado hoy al mediodía. Mañana, domingo de clausura, será el último día de exhibiciones, usualmente utilizado por los cinéfilos como último recurso para ver todo aquello que no fue posible disfrutar con anterioridad. Casualmente, las dos películas fueron dirigidas a cuatro manos (y a cuatro ojos). En el caso de la estadounidense When She Runs, la dupla de realizadores integrada por Robert Machoian y Rodrigo Ojeda-Beck –que ya había estado presente en el festival con un cortometraje previo– entrega uno de esos retratos minimalistas que, a falta de una definición más precisa, suele ser descripta como un “estudio de personaje”.
El nombre de ese personaje es Kirstin y a medida que transcurren los 74 minutos de proyección van conociéndose algunos datos de su biografía: es una madre joven separada del padre de su hijo, trabaja en un puesto de venta de helados muy poco artesanales y, tal vez lo más importante –para el film y posiblemente para el personaje, al menos en el momento en el que es retratado–, está preparándose para una carrera eliminatoria que marca las preliminares para otro tipo de competencia. La primera escena la encuentra entrenando intensamente en la cinta y levantando un par de pesas, llevando al límite sus posibilidades físicas. Ya en su auto, camino a casa, se escucha la voz de un hombre en un típico audio de autoayuda, el énfasis puesto en la estima y la confianza en sí mismo. Más tarde, la estricta dieta, quizás el aspecto más temible de la preparación física, la prueba máxima de resistencia. La actriz, productora y guionista Kirstin Anderson entrega una de esas actuaciones reconcentradas que terminan delineando a un personaje no sólo por lo que dice y hace sino también por lo que excede los límites del cuadro, aquello que puede intuirse a partir de una mirada. ¿Cuándo ella corre es libre? No hay una respuesta única a esa pregunta y ese es quizás el meyor mérito de la película.
Los brasileños Juliana Rojas y Marco Dutra ya habían llamado la atención hace siete años con Trabalhar cansa, en la cual un contexto en extremo cotidiano –las dificultades financieras de una familia– era atravesado en determinado momento por la aparición de lo fantástico (y del terror como herencia cinematográfica evidente). En As boas maneiras –ganadora del Premio Especial del Jurado en el último Festival de Locarno– realizan una operación similar pero con resultados aún más logrados y sorprendentes, ya que el film es, al mismo tiempo, un retrato social y político sobre las diferencias de clase, una historia de deseo y amor que se desata en el lugar y contexto más inesperado y, también (aunque no finalmente, porque aún hay más), un film de terror clásico que reelabora mitos evidentes y otros un poco más ocultos. Que a esos elementos se le sume algún que otro paso por el musical podría hacer pensar al lector en una mezcla de imposible combustión, un Frankenstein narrativo que difícilmente logre dar más de dos o tres pasos. Por el contrario –aunque no milagrosamente, ya que aquí media el talento– la película de Rojas y Dutra está estimulantemente viva.
En el extenso prólogo, una mujer negra de clase trabajadora llamada Clara (la actriz Isabél Zuaa) es entrevistada por una posible empleadora, Ana (Marjorie Estiano), una veinteañera que transita el segundo tercio de su embarazo. Ana vive en un piso de una moderna torre en la zona más paqueta de San Pablo, aunque a Clara lo primero que le llama la atención es la ausencia total de pareja, padres, amigos o conocidos en el entorno de su nueva patrona. La segunda cuestión que enciende varias alarmas son los extraños paseos nocturnos de Ana, un sonambulismo fuera de lo común que incluye una necesidad imperiosa de devorar carne, preferentemente cruda. El final de ese tramo introductorio –que es, al mismo tiempo, un relato de gran belleza contenido en sí mismo– tendrá un final trágico pero, irónicamente, esperanzador. Una muerte y un nacimiento fuera de lo común que marcarán a fuego (o a puro rasguño) el resto de la historia, que, elipsis mediante, continuará siete años más tarde.
Reelaboración del mito popular y perenne del lobizón, As boas maneiras puede verse como el registro cinematográfico de una leyenda. Las imágenes de colores contrastados y muchas veces fantasiosos del gran Rui Poças (el director de fotografía portugués que supo unicarse detrás de la cámara de varios films de Miguel Gomes y también en Zama, de Lucrecia Martel) apoyan el tono buscado por los realizadores: una cruza de cuento de hadas moderno y para adultos con una mirada política sobre los diferentes, los desplazados, los marginales. Un poco como la reciente La forma del agua, aunque aquí la historia de amor sea estrictamente maternal. Y dolorosa. Los guiños a El hombre lobo americano están presentes y la película logra ingresar con éxito en el terreno del horror clásico cuando se lo propone (la escena del shopping fuera del horario de atención al público es un buen ejemplo), pero lo más interesante, atractivo y emocionante es que esa conjunción de elementos tan diversos den como resultado una película tan particular como bella. Sin dudas, uno de los puntos altos de la Competencia Internacional de este 20° Bafici que ya se acaba.
* When She Runs se exhibe el sábado 21 a las 17.15 y el domingo 22 a las 13.15 en Village Recoleta 6.
* As boas maneiras se exhibe el sábado 21 a las 14.10 y el domingo a las 15.15 en Village Recoleta 6.