En los años 70 y 80 –tal vez desde antes– circulaba, en el ambiente del cine, la idea de que las óperas primas solían pecar de exceso. Exceso de ideas, de ambición, de tiempo fílmico, de trama y subtramas. En los 90 llegó el minimalismo y con él hasta las óperas primas se hicieron pequeñas, módicas, esqueléticas a veces. Con su ambición de hablar de la pareja humana, el paso del tiempo y el curso de la vida, la irregular Monsieur & Madame Adelman representa un regreso a aquellas óperas primas. Autorreferente, la ópera prima de Nicolas Bedos, que se ganó un nombre como dramaturgo, cómico de televisión y guionista de cine y TV, narra la vida de un escritor (a quien interpreta el propio Bedos) y su esposa, encarnada por la ex meteoróloga de noticieros Doria Tillier, que en la realidad no es otra que Mme. Bedos. En la película ella es la mejor lectora y editora de su marido. En la realidad, como el guion de Monsieur & Madame Adelman lo escribieron a cuatro manos, faltó quien cumpliera esa función. Faltó recorte y edición.
El guion de Bedos & Tillier recurre al viejo truco del periodista, que se remonta por lo menos hasta El ciudadano, para narrar una vida. En este caso la de Victor de Richemont, escritor tan prestigioso que en su funeral lo homenajea el mismísimo Jack Lang, ex Ministro de Cultura de François Mitterrand, y su mujer de toda la vida, Sarah Adelman. Un periodista que está escribiendo una biografía de Richemont le pide a la viuda reconstruir su vida, artilugio que permite al propio film hacerlo, arrancando en 1971, cuando ella y él se conocieron en una disco. Saltando en el tiempo se llega hasta la enfermedad y extraña muerte de Victor, que por lo visto cayó de un alto acantilado.
Siguiendo un poco los tonos que las propias etapas de la vida imponen, la película de Bedos & Tillier comienza en tono de allegro, disminuye hasta un andante durante la madurez de la pareja y se cierra con un adagio. Si se prefiere expresarlo en términos dramáticos, comedia, drama y melodrama. Daría la impresión de que uno de los modelos de Bedos es Woody Allen, y como en el cine del neoyorquino, los gags son más verbales que visuales. Pero como en Woody también, esto no quiere decir que no haya en absoluto gags visuales o dramáticos. Hay de hecho uno buenísimo, que perfectamente podría haber estado en Annie Hall, Manhattan o cualquier otra: después de treinta años de terapia, el protagonista va a visitar al sanatorio a su analista, acomodándose en una silla, de manera que el otro, todo entubado, lo analice.
La película mejora a medida que avanza. El personaje del escritor, hasta el momento venerado por el guion, empieza a mostrar facetas altamente perturbadoras, sórdidas incluso. A la vez la película parece dar por pagadas ciertas deudas, que además de Allen en el comienzo incluyen a Scorsese (cierta clase de travellings, el ritmo galopante, la banda de sonido como un Grandes Éxitos de época). A la vez el personaje de Sarah, hasta entonces poco más que un apéndice embelesado de Víctor, comienza a ganar independencia (Tillier es una de esas actrices a las que la cámara “ama”) y termina dirigiéndose a un final sorpresa, una de las cosas que un editor de guion inteligente hubiera aconsejado eliminar.