Desde París

De los cuatro capitanes que había para rescatar un barco hundido quedó uno. Al cabo de un proceso electoral interno, Olivier Faure se impuso a las otras tres opciones al frente del timón del Partido Socialista francés. La hora histórica es crucial: el PS está en su punto de casi desaparición. Quedó relegado en las presidenciales de  2017 al quinto lugar de (6,1 por ciento), fue luego saqueado en las legislativas con 29 escaños contra los 295 que había conseguido en 2012 y, desde allí, las fracturas profundas explotaron como un volcán cuya lava destruyó al PS. Traiciones, ataques feroces entre partidarios, complots y boicots entre las corrientes, inepcia monumental y un electorado que asistió la autodestrucción de la socialdemocracia francesa y prefirió poner su voto en las propuestas del actual presidente francés, Emmanuel Macron. “La izquierda no está muerta”, dijo después de la derrota el candidato presidencial del PS, Benoît Hamon. Esa izquierda está, sin embargo, en el corredor de la muerte y el PS en ruinas, y no sólo política sino también financieramente. Para sobrevivir tuvo que vender su sede situada en la Rue Solferino, en el distrito 7 de la capital francesa. Ahora se mudará a las afueras de París como si ese traslado fuese también una forma real de escenificar su realidad: un partido expulsado del centro hacia la periferia. Al PS lo golpeó de frente la crisis global de la pactista socialdemocracia del Viejo Continente, su irresolución entre el liberal socialismo y su cimiento socialista histórico, la ola de la extrema derecha, el peso de la izquierda radical (Jean-Luc Mélenchon) y, desde luego, la dinámica que supo generar Emmanuel Macron.

Entrever un espacio de legitimidad en ese horizonte es una tarea titánica, tanto más cuanto que el PS arrastra la herencia de quienes han sido lo que la prensa siempre llamó “los sepultureros”, es decir, el ex presidente François Hollande (2012-2017) y su primer ministro, Emmanuel Valls. Jean Jaurès fue uno de los pilares de la fundación del PS cuando se inició el siglo XX, mientras que Hollande y Valls acabaron siendo los artesanos de la demolición final en el siglo XXI. Olivier Faure era presidente del grupo La Nueva Izquierda en la Asamblea Nacional y fue electo primer secretario con la misión de mantener “la llama” viva y sacar al partido de la congelación para devolverle el papel que desempeñó hasta 2017. El PS francés fue hasta esa fecha el partido en torno del cual se articuló la izquierda, el único que disponía de una credibilidad y de un caudal electoral capaz de enfrentar y derrotar a la derecha. El famoso “extremo centro” de Emmanuel Macron les arrebató a los socialistas esa posibilidad. Olivier Faure es un moderado cuyo planteo fue aprobado por una mayoría de los 40.000 militantes que votaron por él. Faure debe antes que nada romper la elisión hábilmente instalada según la cual la distinción entre izquierda y derecha ha desaparecido. Esta retórica que empezó a circular en los años 90 es hoy una religión. Faure sí cree que esa diferencia existe, que el argumento de Macron según el cual el antagonismo está entre quienes optan por Europa o contra ella, entre las propuestas extremistas y el centro, es simplemente falso. Olivier Faure apuesta por el “renacimiento” y se presenta con la bandera de “una izquierda responsable”. En una entrevista publicada por el matutino Libération, Faure alega que “las grandes ideas nunca mueren. Siempre habrá gente para alentar al socialismo, el cual inició las grandes conquista sociales y las grandes libertades públicas desde hace más de un siglo”. Puede que las grandes ideas no mueran, pero la ilusión de los electores sí está, por el momento, en una fase moribunda. En la misma entrevista, Faure reconoce que si el PS perdió vitalidad se debe a que “durante muchos años pensamos que éramos mecánicamente la fuerza de la alternancia, siempre estábamos a tres puntos de la victoria. Ahora estamos a seis puntos de llegar a cero. Debemos reinventar todo, correr todos los riesgos”.

La primera prueba para esa estrategia llega a mediano plazo. En 2020 tendrán lugar las elecciones municipales y ahí se verá si Faure consigue o no reintegrar al Partido Socialista a la mesa de los grandes. Este dirigente que llegó a las filas del PS cuando era muy joven traza su camino entre dos diagnósticos: los electores ya saben que Macron no es ni de centro ni de izquierda sino liberal y de derecha, y que la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon no constituye una opción política de alternancia. El problema, sin embargo, también está en la sensación negativa que suscita el PS. Su ocaso durante la presidencia de François Hollande fue un suicidio transmitido en directo, una bolsa de contradicciones y peleas tumultuosas que le valieron un desprestigio radical. La misma elección de Emmanuel Macron es una consecuencia de ese espectáculo: el presidente de centro liberal fue el ministro de Finanzas de Hollande y Valls. La corriente Macron se llevó cientos de miles de electores del PS. Todo el misterio está allí: ¿cómo recuperarlos? Según alega Faure, se trata de llevar a cabo un doble trabajo de “diálogo”, que consiste en dirigirse al mismo tiempo “a la izquierda que vota por Jean-Luc Mélenchon y a la que vota por Emmanuel Macron” (entrevista publicada por el semanario Le Nouvel Observateur). Los analistas ya no se preguntan si el PS podrá renacer sino si acaso no desaparecerá. No está solo en este cementerio social demócrata. En Europa, la socialdemocracia ha sido prácticamente apartada de su estatura histórica de partido que estructuraba la vida política. El PS Italiano, el Pasok en Grecia, el SPD en Alemania, el SPÖ en Austria, el laborismo en Gran Bretaña o el PSOE en España. En mayor o en menor medida, todos han sido fulminados por opciones de centro derecha, por la ilusión de la izquierda radical (Syriza en Grecia) o por los exitosos arrebatos de las ultraderechas. La navegación del nuevo capitán Olivier Faure va hacia un continente desconocido.

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