El presidente del BCRA, Federico Sturzenegger tuvo una semana difícil. Quizá “difícil” no sea la palabra. Lo que tuvo es otra semana de discursos escindidos, un discurso para explicar el pasado y otro para predecir el futuro. Es dura la vida del funcionario, sobre todo cuando las predicciones tan bonitamente construidas con gráficos amigables y descendentes no se cumplen.
En la conferencia del pasado lunes en la que presentó el Informe de Política Monetaria (IPOM), que elabora trimestralmente la entidad que conduce, Sturzenegger sostuvo que la inflación fue “mayor a la que estábamos esperando”, pero que “bajará a partir de mayo”. La nueva proyección ocurre luego de se hayan acumulado casi 10 puntos en los primeros 4 meses, ya que para abril se espera otro salto del 2,5 por ciento y en “el mercado”, esas pocas manzanas de la city porteña y algunos satélites, sólo los más optimistas imaginan números anuales por debajo de los 23 o 25 puntos, dato que ya le fue informado al FMI, que los tiene de informantes.
No es un desastre. Es un número bastante normal para un país que no tiene ordenada su puja distributiva, pero no tiene nada que ver con la meta del 15 por ciento que se propuso el pasado diciembre con el objetivo repetido de funcionar como techo en paritarias o “ancla salarial”. A esta altura del gobierno, avanzando sobre el tercer año, ya no es novedad que las metas de inflación son en realidad salariales y que no se trata de metas técnicas, sino políticas. Dejó de ser un eufemismo, aunque se repita el relato de la suba de tasas para contener los precios. En la práctica cotidiana las tasas sólo sirven como herramienta para contener o aflojar el dólar. Se sube la tasa contra el dólar, la divisa se frena y el carry trade se vuelve atractivo. Se baja la tasa, el dólar se escapa y “aumenta la incertidumbre de los inversores”. En última instancia es el dólar el que frena o empuja los precios, un resultado para nada “monetario” y una tarea que cumple junto con tarifas y salarios.
La realidad sirve como ejemplo. El gobierno dejó escapar el dólar durante el verano y también pegaron un nuevo salto las tarifas, los combustibles y el transporte. En consecuencia, los mayores costos dispararon la inflación y todos los cañones se apuntaron contra los salarios, es decir hacia el establecimiento de un “ancla salarial”. Mientras tanto, a pesar del reacomodamiento de la divisa estadounidense, la fuga neta de capitales saltó un 40 por ciento interanual en el primer trimestre. Redondeando, pasó de 5000 millones en el primer cuarto de 2017 a 7000 en el primero de 2018. En economías periféricas se trata de la vieja trampa implícita en los modelos como el establecido por el BCRA a partir del cambio de gobierno, es decir del desarrollo del círculo vicioso: “especulación financiera, endeudamiento en divisas y salida de capitales”, un esquema que se mantendrá mientras dure el financiamiento externo, pues ya está claro que el aparato productivo local no genera los dólares necesarios para sostener la ficción.
Pero volvamos a la conferencia del pasado lunes. El titular de la autoridad monetaria explicó que para cumplir con la meta del 15 por ciento será necesario que la inflación “baje mucho” a partir de mayo, pero si tal cosa no sucediera “haremos lo que hay que hacer: subir la tasa”. Traduciendo, si luego de los saltos cambiario y tarifario no se logra la suficiente contención salarial porque no resulta política y económicamente viable, tanto en términos de resistencia de los trabajadores como de evolución de la demanda agregada, se volverá a recurrir a la siempre disponible “ancla cambiaria”, una gran noticia de corto plazo para los viajeros internacionales con resto y los fugadores en general. Este mecanismo representa también una aceleración de los tiempos del modelo.
Una anomalía del IPOM fue la explicación del crecimiento de 2017, que según Sturzzenegger fue liderado, desde la perspectiva de la demanda agregada, por la mayor inversión en equipos durables en relación al PIB en 24 años, con 13,9 por ciento, un dato en realidad ligado al aprovechamiento del nivel del tipo de cambio y la apertura importadora para reponer equipos, más que a la tracción de la evolución del PIB o el desarrollo de sectores, por eso el concepto de “anomalía”. Sin embargo, el funcionario utilizó el dato para rebatir que las altas tasas afecten las decisiones de inversión en la economía real.
Una segunda anomalía, pero ahora desde la perspectiva de la autoridad monetaria, fue la explicación sobre la inflación del primer trimestre. El titular del Banco no tuvo más remedio que reconocer que se debió al salto de “los precios regulados”, lo que alteró todo el trabajo presuntamente monetario realizado por el Central sobre la “inflación núcleo”. O sea, la inflación se produjo por los cambios en los costos de producción derivados del cambio en los principales precios relativos, como desde siempre se explicó desde este espacio. Y dado que el shock sobre estos precios relativos reducirá su velocidad, lo mismo ocurrirá con el nivel general de precios, proceso que despierta un gran optimismo en la autoridad monetaria. E pur si muove, dicen que murmuró el presidente del Banco sobre el funcionamiento del sistema de metas de inflación. La fuente, no obstante, podría ser apócrifa.