Nada de nada hizo Omar Narváez para pasar a la historia y convertirse en el primer campeón mundial argentino en tres categorías diferentes. Vacío de recursos técnicos, sin ningún arrebato temperamental que le permitiera dar vuelta un trámite desfavorable, el chubutense se dejó llevar a una amplia derrota por puntos ante el sudafricano Zolani Teté, quien le ganó los 12 rounds que duró la pelea y retuvo por segunda vez la corona de los gallos de la Organización en Belfast, Irlanda del Norte.
Fue una derrota con pena y sin gloria la de Narváez. Se sabía que la pelea era sumamente difícil, que Teté era 12 años más joven, que le llevaba 16 centímetros de ventaja en la estatura, y que además era el boxeador del poderoso promotor inglés Frank Warren. Pero el “Huracán” ni siquiera fue una brisa fresca de verano. No encontró jamás la manera de compensar la diferencia de alcance a favor del sudafricano, no intentó casi nunca el achique de la media distancia hacia adentro, tampoco hizo cintura para meterse por debajo de los brazos largos de su rival y así, con el correr de los rounds, el chubutense se fue envolviendo en su propia impotencia. Lo que en los primeros rounds era un postura expectante y estudiosa, del 5° asalto en adelante se transformó en un andar sin ambiciones con el único objetivo de terminar en pie el combate, sin recibir demasiado castigo.
Apenas si en el 8° asalto, Narváez (53.296 kg) salió de su letargo autoimpuesto y voleó algunas manos aisladas a la cabeza de Teté (52,798 kg), a quien le bastó con su derecha larga y repetida y con algunos buenos ganchos a los planos bajos del argentino para mandar sin sobresaltos y acumular ventajas indescontables. Los tres jurados coincidieron en adjudicarle todos los parciales y entregaron un cómputo final de 120/108, al igual que la tarjeta de PáginaI12.
A los 42 años y en el tramo final de su carrera, Narváez dejó un gusto amargo. Estaba en los planes que podía perder. Lo que no estaba en esos mismos planes era verlo tan resignado de antemano. Tal vez le haya llegado la hora de la despedida. Acaso, crea que es posible seguir boxeando. Sea lo que fuere (y como en aquella noche de 2011 cuando perdió en el Madison de Nueva York ante Nonito Donaire casi sin sacar las manos), Narváez se empequeñeció a la hora de la derrota. A solas con los suyos, a la hora del balance inexorable él sabrá porque ayer hizo lo que hizo.