La escritura quizá sea el espacio más natural para vivir como extranjero. Las autoras y traductoras Laura Erber (Brasil), Inés Garland (Argentina), Julianne Pachico (Inglaterra), Cecilia Rossi (Argentina) y Gabriela Stöckli (Suiza) dialogarán sobre “Ficción, traducción y extranjería” hoy a las 19 en la Biblioteca del Malba (Figueroa Alcorta 3415), una actividad organizada junto a Adriana Hidalgo Editora, Escuela de Otoño de Traducción Literaria-IES en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández” y la Feria del Libro de Buenos Aires. “Hay una instancia previa a la escritura que no es propia, es la materia común que compartimos y miramos. La mirada única de cada unos de nosotros- la suma de todo lo que vivimos, de lo que sentimos, de lo que heredamos, y quién sabe cuánto más- traduce esa materia al lenguaje de la escritura –plantea Garland a PáginaI12–. Pero además, hasta mi propia escritura me es extraña a veces, como si yo misma, cuando escribo, me convirtiera en una extranjera en la tierra de todos.”
Erber (Río de Janeiro, 1979), artista visual, escritora y editora, autora de la novela Ardillas de Pavlov, publicada por Adriana Hidalgo, afirma que la escritura de ficción “es un pacto con lo imaginario y una apuesta a la lengua”. “Escribir ficción nos deja un poco desnudos frente a nuestra propia lengua, y esto es más que un desenraizamiento, es una sensación de alegría casi infantil y de mucha aflicción. Nunca somos lectores lúcidos y rigurosos de nosotros mismos y tenemos que lidiar de algún modo con esa ceguera”. Rossi, poeta y traductora argentina que obtuvo el Doctorado en Traducción Literaria por la Universidad de East Anglia (Inglaterra), donde es profesora en la Maestría de Traducción Literaria, dice que “siempre la escritura es extranjerizante y extraña porque se trata de forjar una voz y un lenguaje que es, y no es, el de una”. La traductora al inglés de la poesía de Alejandra Pizarnik y Tamara Kamenszain aclara que escribe en inglés y traduce al inglés desde su castellano materno. “En una entrada de su diario, el 1° de diciembre de 1963, Pizarnik dice que se descubrió ‘hablando en idioma literario’, y lo asocia a los ejercicios para relajarse, para distender la garganta y agrega que ‘para distenderse sólo es preciso darse, dejar de retenerse’. Me parece muy acertada esta caracterización de la escritura como un idioma literario, porque conlleva la extranjería y la extrañeza”, reconoce Rossi.
Entre las muchas ideas que le rondan a Garland (Buenos Aires, 1960) a la hora de traducir, le es muy afín especialmente el concepto de “temperatura” que usa la escritora estadounidense Lydia Davis. “En un texto propio, yo conozco y trabajo sobre una temperatura. Me interesa cuidarla, mantenerla, entenderla, como si los textos fueran un clima. Es un trabajo que hago inconscientemente en las primeras versiones y conscientemente en las correcciones. En un texto que traduzco, tengo que descubrir cuál es la temperatura en el lenguaje original y traerla al mío –compara Garland–. La temperatura es, además de corporal, emocional. Hay una búsqueda de un estado desde donde puedo escribir. Esto es una instancia distinta, más difícil de explicar, que la de la ‘corrección’ en cuanto al significado, al trabajo más ‘tosco’ de ir palabra por palabra y entender el sentido de lo que estoy traduciendo.”
Hay una conexión entre traducción y lectura para Erber. “La traducción para mí tiene que ver con intensificar la experiencia de la lectura, llevándola al punto vertiginoso -y peligroso- de ser capturada por un sistema siempre abierto de dudas y posibilidades. La traducción parte del deseo de captar la respiración del pensamiento y de la lengua de otro. Es también hacer un pacto con la lengua y aprender a convivir con las innumerables posibilidades que todo texto presenta en términos de versiones posibles, y encontrar soluciones provisorias que intenten al mismo tiempo ser coherentes con la respiración del texto y honestas con los futuros lectores”, explica Erber. Un tema que viene trabajando hace tiempo Rossi es la traducción como escritura: “cada traducción es la escritura de una lectura”, revela la poeta y traductora. “El proceso creativo que sustenta la escritura no es muy diferente del proceso creativo necesario para la traducción literaria. En el Reino Unido nos referimos a literary translation para diferenciarla de la traducción técnica. En mi universidad, la Universidad de East Anglia, la traducción literaria se enseña, practica e investiga en el departamento de Literatura, Teatro y Escritura Creativa y no en el departamento de lenguas”, precisa Rossi.
Gabriela Stöckli, directora de la Casa de Traductores de Looren, en Suiza, comenta que la casa tiene un programa de intercambio entre traductores literarios latinoamericanos y europeos. “En Looren, defendemos la libertad artística casi como una religión”, subraya Stöckli. “Defendemos el concepto de la residencia flexible: no hay una duración mínima de estadía, no exigimos un texto final y no imponemos un ritmo de vida predeterminado: se puede trabajar de noche y dormir de día o al revés. La promesa que hacemos es doble: máxima concentración en el trabajo sin las distracciones de la vida cotidiana y, de acuerdo con el deseo de cada uno de los residentes, la posibilidad de un intercambio informal con los demás traductores, ya sea sobre temas profesionales o personales –advierte la directora–. Suelen ser reuniones babélicas, pero siempre hay una lengua común”.