De acuerdo con el antropólogo cultural Eduardo P. Archetti, el polo se convirtió paulatinamente en Argentina, desde su introducción en el siglo diecinueve, “en uno de los símbolos del país en un contexto de internacionalización”. La vigencia de esta afirmación fue evidenciada recientemente en un segmento de “60 Minutes”, un reconocido programa de televisión estadounidense emitido desde 1968. El segmento explora la clonación de caballos de polo focalizando en los exitosos esfuerzos de Adolfo Cambiaso, astro mundial de este deporte, para producir caballos a través de esta biotecnología y usarlos en la competencia.
A pesar de su creciente expansión, como manifiesta Lesley Stahl, la conductora del segmento, la clonación de caballos de polo y su uso en la competencia plantean importantes interrogantes. Tanto Cambiaso como Alan Meeker, su socio en el negocio de la clonación de caballos, los abordan de una manera que según el segmento es atípica. Nuestro objetivo aquí es reflexionar sobre los argumentos que ambos proponen en el segmento para justificar la clonación de caballos y su uso en el polo, los cuales son propios del colectivo que promueve dichas prácticas.
Cambiaso responde a la pregunta de Stahl sobre la ética de la clonación animal desde una posición “utilitarista”, ya que justifica el uso de esta biotecnología en base a los objetivos que le permite lograr. Afirma: “no lo veo como incorrecto”, aduciendo que “sólo estoy haciendo algo para mejorar mi juego” y aclara que los clones de Cuartetera, su yegua preferida, le permitieron cumplir su cometido y “que no irá más allá de eso”.
Esta posición es problemática, ya que es reductora en al menos dos sentidos. Por un lado, limita la ética a la evaluación de consecuencias. Por otro lado, las consecuencias son circunscriptas a aquellas que se relacionan con el juego de Cambiaso. A su vez, estas reducciones generan las siguientes preguntas: ¿debe aceptar el polo todo aquello que produce ciertas consecuencias ventajosas?, ¿existen otras consecuencias a considerar que nos obliguen a repensar la ética de la clonación de caballos de polo y su uso en la competencia?
Consideremos el siguiente ejemplo nada relacionado con el polo. Tanto un pelador de papas como la energía nuclear son tecnologías que mejoran habilidades humanas con consecuencias ventajosas para el bienestar. La primera nos ahorra tiempo para poder cocinar más eficientemente. La segunda proporciona energía eléctrica barata que podemos consumir para llevar una vida más cómoda. Sin embargo, la energía nuclear es problemática por otro tipo de consecuencias derivadas de su uso, especialmente las de carácter medioambiental. ¿A qué se asemeja más la clonación de caballos en el polo, a un pelador de papas o a la energía nuclear? Para examinarlo hemos de considerar consecuencias que Cambiaso no tiene en cuenta en su respuesta. Así, nos centraremos en algunos aspectos que atañen a la ética del deporte, dejando de lado la ética animal, no porque la consideremos poco relevante, sino por cuestiones de espacio.
La primera, y más obvia, consecuencia tiene que ver con el equilibrio competitivo. Para comenzar, vale aclarar que en el polo no hay regla que impida clonar caballos o usarlos en la competencia. Por lo tanto, como bien apunta Meeker, aquel que lo hace no está haciendo trampa porque no contraviene ninguna regla del juego. No obstante, este argumento tiene dos problemas. Primero, que no haya una regla que prohíba la acción, no implica que ésta sea aceptable. Las reglas pueden ser incorrectas u omitir ciertas acciones, dando lugar a un vacío legal. En este sentido, es de resaltar que el Código Mundial Antidopaje prohíbe el dopaje genético. Segundo, el concepto de “hacer trampa” puede adoptar un sentido más profundo asociado con la deportividad. Como sugiere Stahl en el segmento, aquellos que clonan caballos de polo y los usan en la competencia podrían estar trastocando la naturaleza del juego o al menos desprotegiendo aspectos que son considerados valiosos. De entre estos aspectos cabe destacar la justicia competitiva y las habilidades propias del polo.
En lo que respecta a la justicia competitiva, el propio Cambiaso afirma que no se ve comprometida ya que “todo el mundo puede clonar” y “está intentando comenzar a clonar”. Esto no parece ser del todo cierto. No todo el mundo, como se muestra en el segmento, está intentando clonar caballos para competir. Algunos objetan a la clonación de caballos en términos morales o religiosos y otros lo hacen en función de la tradición del polo, pues consideran que la cría de caballos debe ser “natural”. Además, aunque todo el mundo estuviese intentando clonar caballos y en el futuro todos lo realizaran, sólo algunos poseerían el capital necesario para clonar más de 100 caballos, como ha hecho Cambiaso, e incluso muchos menos tendrían la posibilidad de clonar a Cuartetera, al que varios expertos consideran como el mejor caballo de polo de la historia. De hecho, la empresa de Cambiaso admite que nunca vende clones para “mantener la llave de la genética”. Si, como dice Cambiaso, Cuartetera “ha nacido para jugar (y es única) como Messi”, aquel que cuenta con ella tiene tanto “la llave” de su genética como una notoria ventaja competitiva. Más aún si se cuenta con 34 réplicas de la famosa yegua, tal y como aspira Cambiaso para 2019.
Dejando de lado la justicia competitiva, y entrando en el terreno de las habilidades propias del juego, la utilización de caballos clonados en la competencia genera bastantes incertidumbres. Por ejemplo, si, como dice Cambiaso, los clones se comportan como el original, tienen “la misma personalidad calmada y autosuficiente” y son fáciles de montar, pudiendo girar en una baldosa con ellos, ¿qué sucede con la habilidad del jinete para adaptarse a un caballo nuevo o a distintos caballos a lo largo de un partido o con la habilidad del jinete para decidir estratégicamente al mejor caballo para las diferentes fases y momentos clave de un partido? De ser estas habilidades centrales al juego, la clonación presentaría riesgos a las excelencias características del polo y posiblemente a su desarrollo.
A su vez, a lo largo del segmento se repite que el caballo cumple un papel preponderante en el polo, tanto que algunos afirman que tiene un 80 por ciento de incidencia en el juego. Que la clonación de caballos se convierta en un elemento esencial en la competencia daría aún más peso a los científicos y a los técnicos especializados en el tema que a los propios polistas, supuestos protagonistas del deporte. ¿Desea la comunidad del polo que su deporte se “decida” fundamentalmente en los laboratorios? Es decir, ¿desea que se convierta en una especie de Fórmula Uno donde los “clonadores” y los “diseñadores genéticos” también han de ser reconocidos como competidores? ¿No es desconcertante que la pericia del jugador sea cada vez más mitigada, o de hecho reemplazada, por “avances” tecno-científicos?
La clonación de caballos de polo y su uso en la competencia profundiza la racionalidad instrumental que ha permeado la cría equina en este deporte. Nada de lo expresado aquí debería construirse como respaldo al resto de las biotecnologías utilizadas en el polo. Tampoco como un ataque a los adeptos al uso de la biotecnología en ese deporte. Por el contrario, al reflexionar sobre los argumentos que se proponen en el segmento para justificar la clonación de caballos y su uso en el polo, esta nota sugiere que la comunidad de este deporte debería considerar profundamente la dimensión ética de sus prácticas con el fin de que ninguno de los aspectos considerados valiosos que convirtieron al polo, como afirmaba Archetti, en uno de los símbolos del país no se vean desprotegidos o sean eliminados. Esto también requiere de una reflexión y de una justificación ética centradas en el tipo de deporte y de sociedad que aspiramos a construir. ¿Estamos interesados en un mundo en el que la racionalidad tecno-científica amenaza o elimina aquello que resulta significativo en nuestras prácticas sociales simplemente porque mejora la eficiencia?
* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).
** Doctor en filosofía. Docente en la Universidad del Estado de Pensilvania (University Park).