Las cábalas son ritualidades que mezclan esperanza picaresca con trastornos obsesivos compulsivos. La necesidad de no pisar las baldosas de colores causa a la vez gracia y estupefacción en quien no la padece, que ve aquello como algo divertido pero patológico. Pero para el que efectúa ese comportamiento, en cambio, se trata de una cuestión empírica sostenida por el insumo básico del razonamiento científico: la acumulación de ejemplos. 

Como bien sabemos, esta conducta se proliferó hasta la exageración en el deporte (en todos los juegos, bah), aunque particularmente en el fútbol, donde en la Argentina se hizo de las cábalas una institución paralela a cualquier regla establecida. Y así, por expansión y folklore, se hicieron en nombre del buen augurio cosas de lo más insólitas y forzadas.

Es cierto que la obsesión no es patrimonio exclusivo de un país y se volvió pandemia en todo el planeta. En los Mundiales, de hecho, abundan ejemplos que coquetean con el delirio. En el de Chile ‘62 la FIFA autorizó a Uruguay a no utilizar el número 13 por los consabidos motivos, aunque su suerte –como sucede comúnmente - quedó condenada a una mediocre performance deportiva. Más cerca en el tiempo, el entrenador francés Raymond Domenech prescindió de todo jugador nacido bajo el signo zodiacal de Escorpio en detrimento de habilidosos como Robert Pires (quien al mismo tiempo se ahorró el papelón que su selección hizo en Sudáfrica 2010, donde no pasó la primera ronda). 

Para determinados sectores del fútbol brasileño, Moacir Barbosa era mufa, y por ese motivo le impidieron acceder adonde la selección entrenaba para Estados Unidos 1994 (que… terminaría ganando). Se trataba del arquero que había recibido los goles con los cuales Uruguay despojó a Brasil de la Copa que organizó en su propia en 1950. Esa derrota que aún hoy viven con vergüenza también implicó la proscripción por siempre del blanco, color que hasta entonces dominaba la camiseta de la selección. Cualquier argentino con sintonía y maldad preguntaría qué hacer ahora con el amarillo después de caer 1-7 frente a Alemania en Río de Janeiro, pero nosotros estamos más ocupados con nuestros propios asuntos. 

En la víspera del mundial de Brasil 2014, una empresa importante y una de las consultoras top de investigación de mercado hicieron un estudio sobre los hábitos y tendencias de hinchas latinoamericanos. La Argentina lideró el sondeo junto a Brasil en expresión y fidelidad con un 96 por ciento de la población interesada en ese fútbol (y tres de cada diez particularmente “fanáticos”). El relevamiento resaltó también la adhesión femenina, con seis de cada diez mujeres indicando que eran hinchas de un equipo y que seguían sus resultados. 

Pero la Argentina, además, se destacó por otro detalle: es el país que mayor densidad ofrecía de lo que el informe llamaba “rituales”. Cábalas, en definitiva. Uno de cada dos varones con barba estaban dispuestos a afeitarse después de muchos años y el 27 por ciento se comprometía a pelarse la cabeza si la Selección ganaba ese Mundial. Esos fueron algunos de lo datos que arrojó la consulta.

¿De dónde viene esta fruición por las cábalas? De arriba, principalmente: la propia Selección se encargó de darle legitimidad a estas conductas a lo largo de la historia. De las selecciones nacionales, por lejos fue la de México ’86 quien acumuló más esmeros y repeticiones, aprobadas todas ellas por el resultado final. En la noche previa al debut varios se escaparon a un restaurant y comieron hamburguesas a escondidas. Como al día siguiente el equipo venció a Corea del Sur, los jugadores debieron repetir el ritual en cada víspera. Rumbo la cancha de cada partido el pasacasetes del micro debía reproducir, en estricto orden, Gigante chiquito, de Sergio Denis; Total eclipse de corazón, de Bonnie Tyler y El ojo del tigre, el hit de Survivor en la banda sonora de la película Rocky, este último determinado a sonar específicamente en el momento que el bus ingresaba al estadio.

Al mismo tiempo, todos debían respetar en el colectivo una ubicación inamovible. Oscar Garré ponía un ramo de ruda en una de sus medias, el Chino Tapia se afeitaba cada mañana de competencia y Nery Pumpido debía atajar siempre con la misma ropa. Por su parte, el Tata Brown debía atender una llamada telefónica mientras se colocaba las vendas en el vestuario, casi al mismo tiempo que el Gringo Giusti enterraba un caramelo en el punto central de la cancha.

Esa generación pareció especialmente atravesada por los hábitos cabalísticos, incluso quienes participaron del proceso eliminatorio pero no fueron a México. El ejemplo es Ricardo Gareca (autor del gol clasificatorio pero marginado de la lista final), quien incluso hoy persiste en esa conducta como entrenador de Perú: el plantel que viajará a Rusia ya sabe que tiene prohibido tanto utilizar el color verde como escuchar o canturrear cualquier canción de Marc Anthony. ¿Los motivos? No tienen mucho sentido. Sigamos.  

Es conocida la leyenda acerca de la promesa o no a la Virgen de Punta Corral en enero de 1986, cuando la selección fue a aclimatarse a la altura mexicana en el pueblo jujeño de Tilcara. Cuatro años después ocurrió algo parecido cuando la delegación se hincó ante el Muro de los Lamentos de Jerusalén, ciudad en la que iba a jugar un amistoso ante Israel. Fue poco antes de Italia ’90, certamen en el que Sergio Goycochea instaló como cábala algo que emanó de una necesidad física: antes de atajarle dos penales a Yugoslavia en cuartos de final, debió hacer pis dentro de la cancha porque no daban los tiempos, y como el partido frente a Italia en semis acabó también en empate, tuvo entonces que repetir el ritual… consiguiendo, a la postre, el mismo resultado. Creer o mear. 

El mencionado amistoso previo frente a Israel se había repetido como mantra en la víspera de cuatro Mundiales consecutivos justamente desde el ’86. La costumbre, discontinuada en 1998, se retomará el próximo 9 de junio en Tel Aviv de la mano de Jorge Sampaoli. El actual DT argentino tiene una manga entera tatuada con motivos de los discos de Los Redondos. Su autor, Rocambole, se enteró de ello por una entrevista que le hizo Página/12 el año pasado. “Jamás imaginé los alcances que podrían tener mis dibujos. Solo espero que a la selección le vaya bien, porque sino me echarán la culpa a mí”, señaló entre risas el artista. La entrevista fue publicada un 11 de julio, misma fecha en la que este año se jugará la semifinal a la que la Selección podría clasificar si primer lidera su grupo. ¿De qué lado caerá la suerte?