Desde Barcelona
UNO En España se sabe y se comprende que, por fin, la demorada primavera de este año ya está aquí para quedarse y abrirle la puerta al verano, no por la floración de árboles y plantas o por la ligereza en chaquetas y vestidos, sino porque las barras y mesas en terrazas de bares están aún más llenas de lo que suelen estarlo durante el otoño y el invierno.
Sí: Rodríguez pensó siempre que en cualquiera de esos formularios/interrogatorios donde se pregunta nombre y edad y sexo y profesión debería incluirse –al menos en sus variaciones ibéricas– dirección del bar favorito y consumo semanal promedio de cañas y patatas bravas y boquerones y olivas y chorizo y jamón y todo lo que venga en formato tapa/ración. El bar es parte importante y definitoria del ADN de este reino. España es el país con más bares por habitante del mundo. Y son legión los que desayunan y almuerzan y cenan fuera de casa en esa penumbra y sobre esos taburetes que a Rodríguez le recuerdan tanto a las máquinas invasoras de La guerra de los mundos. Y ahí están La colmena de Camilo José Cela. Los gritos primales al pie de una pequeña pantalla televisiva y futbolera barnizada por la grasa de años de Derby, Champion y Mundial y ya meses de locales plenos parlamentarios donde nadie gana y todos pierden y después todos los “actores políticos” se van al bar a comentarlo. La crónica negrísima del Bar España de Figueres (donde durante años los niños de un reformatorio de Castellón fueron obligados a participar en orgías de pederastas). Todas esas espantosas sitcoms nacionales y la reciente película El bar de Alex de la Iglesia (donde se revisa a El ángel exterminador de Buñuel entre taburetes). Los posters escotados de Bar Refaeli. Los políticos en campaña prometiendo absurdos y brindando por su partido (y evocando siempre con ojos soñadores que la actual y tan discutida Constitución Española se redactó en un bar cerca del Congreso llamado Casa Manolo, famoso por sus croquetas). Y Joaquín Sabina rimando aquello de “Porque, en España, aunque le pongas pegas, / sabemos vivir. / Sólo en Antón Martín / hay más bares que en toda Noruega”; y Gabinete Caligari celebrando aquello otro de “Los bares, que lugares / Tan gratos para conversar. / No hay como el calor / Del amor en un bar.”
Rodríguez está seguro que –de haber nacido Jesucristo en Hospitalet en lugar de Nazaret– al ser interrogado por Pedro con ese “¿Quo vadis, Domine?”, el Mesías, con palillo entre los dientes y sonrisa pícara, no hubiese demorada un segundo en responder: “Ramblas vado a tomarme una cañita en la primera thermopolias o cauponae que me encuentre abierta, ¿te vienes, Pedrín?” Y, claro, ya pueden imaginarse cuál fue la respuesta del apóstol y marche una ronda de evangelios donde el agua se vuelve vino.
DOS Así, los bares españoles son una de las constante vitales del país. Y el que haya vuelto a subir el consumo durante la franja desayunera es –según los especialistas– uno de los síntomas claros o incontestables de que la crisis ha pasado. Alegría: cada vez hay más trabajo para camareros y menos para cualquier otra profesión; y así es la ibérica y jamona recuperación económica y si no te gusta, ya sabes. Aunque Rodríguez piense que tal vez ya buena parte de la castigada población prefiera irse a la cama con un yogur y una tostada y un plátano antes que sacrificar el sacro y ritual café con leche con bocata de béicon y queso que inaugura la jornada (o ese menú del mediodía con fotos de fritos platos combinados que parecen iluminadas como para cartel de Most Wanted) y te ofrecen la energía y el colesterol suficiente como para imaginar que, sí, esta semana por fin te caerán los millones de la lotería La Primitiva. Y que por fin podrás hacer realidad tu sueño eterno. Primero darte una vuelta por varias regiones del universo para comprobar lo que ya sabías pero querías conocer de primera mano y vista y lengua: que no hay en ninguna parte especímenes como los que hay en España; sin que eso signifique no respetar a los pubs que en realidad son las pubs o public houses. Y luego volver a casa y sentar cabeza y culo y poner tu bar propio. Y una ronda para todos. Y así hasta que una última mañana un rayo te parta en dos el corazón mientras le das a la palanca del tirador de Damm o Mahou o Cruz Campo o Alhambra. Nada de esas mariconadas artesanales, como mucho Heineken; y a la mierda todos esas mariconadas de bares “de fusión” con pretensiones “healthy” y “baristas”. Y nada de WIFI gratis, que aquí se viene a hablar o a pensar. Y que luego todos tus mejores amigos/parroquianos te velen allí, tu cuerpo sobre varias mesas, repitiendo una y otra vez eso de que murió feliz haciendo lo que más le gustaba y que parece como si estuviese durmiendo. Durmiendo la mona.
TRES Y la parte publicitaria/laboral de Rodríguez nunca tiene del todo claro si le gustan o no esas campañas sensiblemente ingeniosas o ingeniosamente sensibleras de Coca-Cola cuya culpa original es de un iluminado Don “Mad Men” Draper en su retiro espiritual pero listo para volver al frente y matar a todos. Pero sí es verdad que aquella de “Benditos Bares” le llenó los ojos no de lágrimas pero sí de ese agua que comienzan a destilar tus pupilas como reaccionando pavlovianamente a aquel humo que llenaba tabernas y que ya no se consigue a no ser que salgas a la calle donde todos fuman más que nunca. Pensada por esa agencia cool/friki/hipster ya desde su nombre –Sra. Rushmore– hace ya unos años, pero presente para siempre en las redes y regresando cada tanto. El objetivo de la campaña entonces fue el de proponer a los bares como especie protegida y en riesgo de extinción (cerraron más de 50.000 en cuatro años de crisis y sus ventas cayeron un 22%; lo que, claro, a la Coca-Cola no le causaba mucha gracia) así como el elevar a los altares gracietas del tipo de festejar a San Bar-Tolo cada 29 de junio. Y ya saben, lo de siempre: primero postales tristes y como post-apocalípticas; pero enseguida felices parroquianos que lucían perfectos y esa habitual locución épico-meliflua recitando salmos como “Cada vez que se cierra un bar, se pierden para siempre 100 canciones. Se desvanecen mil ‘te quieros’ y los goles por la escuadra salen lamiendo el palo... Aquí o eres de barra o eres de mesa, pero todos somos de bares. Venimos así de fábrica... Si no encuentras a alguien está en el bar. La red social más grande se llama bar. Porque nos gusta vernos, tocarnos, estar juntos. Y juntos vamos a echar una mano a nuestros bares”. Y después –y aquí es cuando, para Rodríguez, todo parece ir virando más hacia una de esas absurdas pesadillas interdimensionales en Rick and Morty– comienza el burbujeante lavado de cerebro con un “Y Coca-Cola siempre está ahí... Encuentros donde compartir una primera Coca-Cola es sinónimo de empezar a conocerse y, tal vez, de iniciar un bonito camino juntos... Dime qué Coca-Cola bebes y te diré cómo eres...”. Y así hasta que en los bares sólo se sirva Coca-Cola y tu sirvas a Coca-Cola. Y se te recuerde que Francis Scott Fitzgerald era adicto a la Coca-Cola para distraerse de los recuerdos del gin (e, impulsado por su ingrediente secreto, escribir todos esos relatos perdidos que no dejan de encontrarse). Y se condene a muerte a todo aquel que pida una clara o, peor aún, una Pepsi y...
CUATRO ...pero el site que montaron los de Sra. Rushmore estaba bien. Y Rodríguez piensa en todo esto ahora en su site, en su bar. En una Barcelona alguna vez cosmopolita y hoy apenas turística. Y en los cielos de afuera vuelven las oscuras golondrinas que se cagan en ti mientras, en esa mesa de la acera, estás de pronto seguro de que se te ha ocurrido la solución para todos los problemas de tu mundo. Y semejante convencimiento y esfuerzo te dura justo hasta volver a casa. Así que entonces te das una vuelta por la sala, te asomas al balcón. Y ya es hora de volver al bar. Hora de volbar, piensa Rodríguez preguntándose si no estará bien/mal registrar ese verbo a su nombre para futura y bendita campaña durante esta (¿registrar también?) prima/bar/a o este bar/ano en Bar/celona.