La elección de Mario Abdo Benítez es un reflejo de la nueva realidad político-electoral de un Cono Sur que, aún en disputa, busca ser hegemonizado por el arco conservador, en auge tras la llegada de Macri y Temer a Argentina y Brasil. “Marito”, como lo llaman en Paraguay, es el hijo del secretario privado del dictador Alfredo Stroessner, motivo por el cual jamás condenó –ni siquiera en los últimos años– el accionar de la dictadura paraguaya, aludiendo a un supuesto “poner en contexto” que pretende justificar y/o alivianar los crímenes de lesa humanidad cometidos. Es decir, viene del riñón profundo de la derecha de un país que ya en 2012 tuvo un quiebre abrupto, que fue un parteaguas regional: el golpe a Fernando Lugo bajo la fachada de un “juicio político exprés”.
Tuvo una ventaja electoral innegable: frente a él no competía el obispo y ex presidente sino Efraín Alegre, candidato de la heterogénea alianza Ganar (Partido Liberal Radical Auténtico y Frente Guasú). Abdo también tuvo el apoyo de los medios concentrados de su país, que en dias previos instalaron la idea –en base a encuestadoras que pronosticaban más 20% de distancia– de un triunfo solvente, indiscutible a priori, del Partido Colorado. Además del desánimo electoral que ello pudiera provocar en los no oficialistas, los más de cien mil votos en blanco y nulos –por encima de la diferencia que terminó sacando Abdo– también hicieron su parte en el desenlace que presenciamos.
Con ese contexto previo, la elección entre Abdo y Efraín fue la más pareja desde el retorno a la democracia –apenas 3,7% de diferencia, cerrando una buena elección para la oposición aún a pesar de la derrota– y también la de menor nivel de participación en relación padrón-sufragantes de los últimos 25 años, con casi 40% de abstención. Como se ve, el candidato ganador no enamoró y apenas “salvó la ropa” de los colorados, cuyo triunfo fue rápidamente saludado por el eje Buenos Aires-Brasilia que en la actualidad comandan Macri y Temer, quienes ven en Abdo un sólido aliado para impulsar el acuerdo Mercosur-Unión Europea, y también un presidente sudamericano más para continuar asfixiando a Unasur –que fue precisamente el organismo regional que intentó evitar el golpe a Lugo–, en ambos casos siguiendo las políticas ya implementadas por el saliente Horacio Cartes.
¿Buscará Abdo Benítez ser parte de una una “nueva derecha” regional que ya se demostró errática en DD.HH. y demasiado ortodoxa en lo económico, llevándonos a todos y todas a pensar si hay algo nuevo allí? ¿O directamente intentará apelar al diminutivo de cuna stronista, avanzando incluso un casillero más en el cercenamiento de libertades y derechos? La élite paraguaya lo eligió con un motivo claro: oxigenar a una derecha turbulenta, caótica, que casi pierde la elección aún con todos los resortes fácticos –medios, empresarios, justicia, consultores– a plena disposición. ¿Puede oxigenar a ese espacio político alguien que en pleno domingo de elecciones visitó la tumba de uno de los miembros de la mesa chica de Stroessner, fallecido en 2013 en libertad por la inacción de la justicia paraguaya?
Bien podría ensayarse una pregunta final para este artículo, en base a los dos escenarios antes planteados: ¿existe la posibilidad de surgimiento de una “nueva derecha” –cuyos límites regionales se evidencian bajo reformas laborales y previsionales– bajo un “stronismo 2.0” en Paraguay? Abdo Benítez, el hijo del secretario privado de Stroessner, tendrá en sus manos las respuestas a estos interrogantes. En una América Latina donde el dos veces presidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva permanece detenido y el dictador peruano Alberto Fujimori está libre, la elección de Abdo Benítez en Paraguay tras las tropelías de su padre es una imagen potente –y a la vez fatídica– del clima de época regional.
* Politólogo, Facultad de Ciencias Sociales / IIGG UBA. CCC.