Después de vivir treinta años en Francia –decía Saúl Yurkievich–, entendió dos cuestiones fundamentales: “Una, que nunca iba a ser francés, y la segunda, que ya formaba parte del paisaje”. El escritor y crítico venezolano Gustavo Guerrero ya superó ampliamente las tres décadas en París, donde trabaja como profesor de Literatura e Historia Cultural Contemporánea y como editor de Gallimard para el área hispánica. Entre sus logros como editor destaca haber publicado en francés al mexicano Sergio Pitol, a Ricardo Piglia, a Juan Gelman y más recientemente a Samanta Schweblin. En los tres ensayos incluidos en Paisajes en movimiento. Literatura y cambio cultural entre dos siglos, que presenta hoy a las 19 en editorial y librería Eterna Cadencia (Honduras 5574) junto a Damián Tabarovsky, Daniel Link y Daniel Freidemberg, lo que hace Guerrero es muy similar a una cita que recuerda del poeta mexicano Luis Felipe Fabre: “Leer agujeros es entender que los huecos que llagan un texto son también una escritura: el braille de lo desaparecido. Es poner el dedo en la llaga y decir ‘llaga’. Leer un agujero como quien observa, a través de la mirilla de la puerta, que detrás de la puerta ya no hay nadie”.
Guerrero (Caracas, 1957) lee el agujero que genera la ecualización de todos los tiempos en uno solo: un continuo y saturado presente que gira sobre sí mismo. Lee también la sobreproducción del mercado, “los demasiados libros”, y la crisis de la nación que permite la emergencia de “un nuevo lenguaje de afectos (…), susceptible de construir otros cuerpos colectivos, otros ritmos y prácticas, otra idea de lo común”. El escritor y editor venezolano advierte que hay una relación más invectiva con el pasado. “Ya no estamos en una actitud de exclusivo pastiche ni tampoco de ruptura, sino que estamos ante nuevas maneras de enfrentar la articulación entre presente y pasado. Estas maneras son importantes porque entablan una relación de alteridad con el tiempo que de otra manera pareciera que no existe, porque pareciera que el presente se vuelve a tragarlo todo”, plantea Guerrero en la entrevista con PáginaI12.
–¿Por qué ya no habrá otro Borges ni otro Neruda, como advierte que se empezó a decir en los 90?
–La poesía tuvo el papel de género mayor de la literatura latinoamericana durante casi todo el siglo XX. Es evidente que el cambio que se ha producido en la jerarquía de los géneros literarios en los últimos cuarenta años hace que la figura del poeta ya no tenga la presencia que tuvo hasta la generación de Borges y Octavio Paz. Es probable que Octavio Paz haya sido el último intelectual poeta de la literatura latinoamericana. La presencia de los poetas como portaestandartes culturales y literarios forma parte del pasado.
–¿Qué rol tiene la figura de Roberto Bolaño para las generaciones emergentes de los años 90?
–Bolaño mantiene una actitud más tensionada con la generación del boom. En cambio muchos otros miembros de la generación que empezó a publicar en los años 90 tuvieron una actitud más reverencial. Esa ausencia de conflicto no fue buena para la literatura latinoamericana.
–¿Reivindica el conflicto en el campo literario?
–Sí, no solo en el campo literario. El conflicto es necesario y además inevitable. El conflicto permite ver con mayor claridad cuáles son las orientaciones de un campo cultural en un momento dado. El campo cultural de América Latina en los años 90 fue demasiado sosegado.
–Si hay distintas maneras de gestionar el pasado, ¿qué pasa con las vanguardias, que se construyeron precisamente con una idea de romper con el pasado para construir otro futuro?
–Hay vanguardias vinculadas a cuestiones tecnológicas, a Twitter, a ciertos tipos de prácticas de literatura en las redes, que me parecieron menos interesantes en comparación con propuestas como las de (Agustín) Fernández Mallo o (Pablo) Katchadjian en relación con la escritura de Borges.
–Pero las escrituras de Fernández Mallo y Katchadjian fueron incomprendidas o condenadas por el sistema jurídico, desde una concepción anacrónica del derecho de autor, ¿no?
–Esto es el comienzo de algo que se va a acentuar porque hemos entrado en una fase de crisis de la estética de la originalidad, que cede su lugar a la estética de la repetición. Una línea de desarrollo de la literatura por venir pasa por la reescritura y la conflictividad con el derecho de autor.
–En los 90 se creyó en la posibilidad de intentar convertir a la lengua española en un único mercado. ¿Por qué ha fracasado esta tentativa?
–Escribir en la misma lengua no garantiza que te vayan a leer. La prueba es que la literatura no produjo ese efecto en los años 90, cuando la televisión o el cine sí se permitieron ese tipo de circulación. Las telenovelas venezolanas y más tarde las argentinas recorrieron todo el espacio americano, mientras que la literatura no.
–¿Por qué no circuló la literatura en los 90, cuando en la época del boom sí circulaban por toda región?
–Guillermo Schavelzon, en la charlas del Premio Formentor, recordaba que los libros de Sudamericana circulaban prácticamente por todo el continente. Yo recuerdo varias librerías en Caracas que vendían los libros de (Julio) Cortázar a Manuel Puig, pasando por distintos autores del boom. La distribución del libro argentino en América latina era real. Había una comunidad lectora que iba más allá de la Argentina o México y que cubría prácticamente todo el continente. El papel de la Argentina en ese momento fue importante y a veces se tiende olvidar. Me incomoda mucho el relato que se labró en España sobre el boom como un fenómeno hecho en Barcelona, cuando la mayoría de los títulos se publicaron en América latina, y muchos de ellos en Argentina.