En la década del 90’ Ángela Vanni casi no dormía por la cantidad de casos que patrocinaba: de la 23 a la 25, de la 13 a la 50, en todas las comisarías de Capital Federal la tenían fichada por insistir con amparos para que liberasen a las travestis que caían por edictos policiales. Abogada y activista histórica en Gays por los Derechos Civiles, donde Carlos Jáuregui la apodó “mamá de las travestis”, aportó ideas poco convencionales para esquivar los calabozos: por ejemplo, que todas salieran de pantalones para burlar el edicto de ropa contraria al sexo, camuflar las apelaciones bajo el firulete de las firmas o plantarse en los tribunales hasta que le dijeran quién estaba ordenando los procedimientos. 

Corría 1992 y Ángela sentía que no podía quedarse de brazos cruzados frente a la pandemia del vih sida, que arrasaba tanto por la falta de medicamentos como por los prejuicios que rodeaban a cualquier manchita, tos o delgadez. Quería ayudar, no sabía bien cómo y se había unido a Fundación Huésped, donde participaba de las campañas y militaba repartiendo preservativos por la calle. “Un día me dice la psicóloga de la Fundación: ‘Vos sos una forra por estar repartiendo forros. Si querés ayudar mejor hacelo desde otro lugar, ¡sos abogada!’. Le pregunté qué me recomendaba y me dio el teléfono de Gays DC, donde me atendió Carlitos (Jáuregui). Le dije que quería ser voluntaria, con la aclaración de que yo no era gay y respondió ‘no importa, acá no discriminamos’. Así es como empieza esta historia, si hay que empezar por alguna parte”, cuenta Ángela en un café frente a la plaza Alsina de Avellaneda. 

La Vanni -como se nombrará a ella misma en una tercera persona querible- es vieja escuela y a los 69 no tiene pelos en la lengua: habla como piensa y piensa sin eufemismos. Pide un café y dice al pasar que se recibió en la UBA, dando todas las materias libres porque se aburría de las clases: 

-Primero que soy un bicho más bien solitario, pero además la pelotudez me pone muy mal. Yo te acepto una persona con problemas de lo que quieras, pero no una persona que no sea inteligente. Me acuerdo que encontré cada nabo en esa Facultad de Derecho… ¡Y los profesores! Yo prefería ir, sentarme y hablar. ¿Te gustó? Me aprobaste. ¿No te gustó? Chau, me voy y la vuelvo a intentar. 

Después de recibirse y vivir unos años en Alemania, donde estuvo casada con un diplomático, volvió en el 86 para radicarse en el país con su único hijo. Años después llegaría a Gays DC y su vida iba a dar un giro.

Cuando te atiende Jáuregui, ¿ya sabías quién era? 

-No. Yo estaba en otro mundo, nunca había visto a una travesti en persona ni entendía esa clasificación. Pero me pasó que después de los primeros casos que atendí en Gays DC, vino una a decirme si podía acompañarla a pagar la multa de su compañera que estaba detenida, que como no tenía documento no podía hacerlo porque también la iban a dejar presa. Ella se quedó en la otra esquina, yo pagué y esperamos a que la soltaran, pero no salía más. Cuando voy a preguntar me dicen: “Pero si se fue hace rato…”, entonces empezamos a recorrer los lugares más infames que se puedan imaginar. Pasada la tarde, la encontramos en una pensión improvisada de la calle Pasteur, en una piecita con una cama sin sábanas y una mesa. La vi en esa cama, tan sola, sin un peso, con barba de cuatro días, y pensé: “Yo en lugar de ella me pego un tiro”. Ese día le dije a Carlitos: “Voy a trabajar con las travestis”.

LA MAQUINA DE APELAR

María Belén Correa, fundadora del Archivo de la Memoria Trans e integrante desde la hora cero de la Asociación de Travestis de Argentina (antes que ATA sumara a transexuales y transgéneros y fuera ATTTA); recuerda que participaron de una reunión en la casa Jáuregui, en la calle Paraná 157, donde contaron que la policía no las dejaba un solo día en paz. 

-Ahí es donde aparezco yo -dice Ángela-. Mi relación con ATA empieza por un allanamiento en el departamento donde vivían María Belén y Pía (Baudracco). Les hacen una causa, creo que era por prostitución, y al día siguiente presentamos un escrito en tribunales para patrocinarlas. Cuando nos largamos a hablar caí en que no tenían la más remota idea de lo que eran sus derechos, lo que podían hacer y lo que no podían. Sentí que en primer lugar les vendría bien acercarles información básica, para que se pudieran defender cuando las acusaban de cosas que no existían.

A partir de entonces, se reunían los lunes a las siete de la tarde en la casa de Belén. Ángela esperaba que fueran llegando hasta pasada la medianoche, muchas veces con dramas frescos después de un fin de semana movido. 

-Se corría la voz de que iba a estar ahí contestando preguntas, incluso las más absurdas. Me acuerdo de las famosas “24 horas”: se quejaban porque no se cumplía ese plazo entre detención y detención. La norma decía que el comisario tenía 24 horas para decidir qué hacía con la persona detenida: si la condenaba y la dejaba 15 días o pagaba la multa y la dejaba ir. Muchas creían que por 24 horas no podían volver a detenerlas. ¿Pero qué pasaba?, llegaban a su casa, se pegaban un baño, bajaban al supermercado y las agarraban otra vez. Una y otra vez.

Al principio, en las comisarías le tomaban el pelo: no estaban acostumbrados a que alguien demostrara un interés legal por la libertad de las travestis. Ella dice que, cara de piedra, su plan fue hacer trabajo de hormiga.

-Me sentaba con mis “Palabras cruzadas” y esperaba. Los policías debían pensar que no tenía ni idea de dónde estaban los tribunales: novata, jobata y boluda. El primer día esperé una hora, al otro, dos horas… ¡Siete horas llegué a esperar! Pero si hay una persona paciente, ésa soy yo. Empecé a ir a los tribunales y hacía que llamaran para preguntar por las detenidas. Después me iba al Departamento central de Policía y decía (acá Ángela exagera un tono de ingenua): “Yo en realidad no tendría que venir acá… pero fui a preguntar quién estaba de turno en la comisaría 23 y no me lo decían, ¿ustedes me pueden dar ese dato?”. ¡Tomá!, el oficial levantaba el tubo y me lo tenían que informar. 

A veces lograba las liberaciones con solo presentarse. Era, dice de sí misma, una pesada:

-”Señora… ¿usted no se cansa?, ¿por qué se anda metiendo en estas cosas?”, me sugerían los policías. ¿Pero yo cansarme? ¡Claro que no me cansaba! Me filmaban en los procedimientos y les mandaba saluditos a la cámara.

ROSA SALVAJE

Cuando Ángela entendió que el sistema de contravenciones funcionaba como un tribunal independiente, donde era el comisario el que hacía todo –interpretaba la norma, la aplicaba y la levantaba a su antojo–, pensó en otra estrategia: ya que por compromiso constitucional existía el derecho de apelación a un juez, la movida fue: “Chicas, a partir de hoy, cuando firman el acta ¡Apelo, señor juez!”.

¿Y apelaban?

-La Rosa Salvaje, que murió pobrecita, hizo un firulete con la firma y abajo puso “apelo”. Yo fui a pedir el expediente y me dicen: “No apeló”. “¡Que sí apeló!, fíjese”. Eso te anulaba el procedimiento, porque cuando llegaba a un tribunal los jueces siempre desestimaban, ya que las causas por edictos en el Poder Judicial no se sostenían por ningún lado. Claro que al tiempo los policías se dieron cuenta de la avivada y dijeron “no podemos dejar pasar esta, vamos a llevarlas igual”. Empezaron a usar el artículo de escándalo y de proferir palabras obscenas, torpes o indecentes corrompiendo la moral y las buenas costumbres. 

¿Cómo lo probaban? 

-Solo con la palabra de ellos. Por eso era tan importante apelar, porque les bajabas el procedimiento y se quedaban sin su negocio. El tema es que había que tener ganas y además saber que podían aparecer represalias, por eso es que muchas disimulaban al momento de hacerlo poniendo “apelo” debajo de la firma. Una estrategia para terminar con los edictos fue inundar los tribunales de apelaciones. Con Carlitos hicimos un conteo estimativo de las presentaciones en la Ciudad: solo en 1994 fueron 400.

¡LLAMEN A LA PRENSA!

Otra fórmula para visibilizar los abusos fue engancharse del morbo que buscaban los medios de comunicación y usarlos para denunciar a la mafia policial. La primera gran acción mediática travesti se hizo frente a Casa Rosada, con el lema “Nos sentamos para poder caminar”. Ese día los canales llegaron con móviles en vivo y los principales diarios del 20 de septiembre de 1993 titularon: “Travestis piden hablar con Menem”, “Travestis frente a la Rosada”. La agencia DyN publicó en un cable: “Solicitaron audiencia con el presidente Carlos Menem, a quien pedirán que derogue los edictos policiales de ‘escándalo’”. Y el Popular describió: “Los travestis, ataviados con remeras o poleras color púrpura y con claveles blancos y rojos que entregaban a los transeúntes, se quejaron por el accionar ‘que no nos deja trabajar en libertad”. 

Pese a las provocaciones de la mayoría de los periodistas, la bajada era soportarlos con astucia: no importaba que llegaran en busca de un show, una vez en el lugar había que filtrarles la información que no trascendía de otra manera. Ángela recuerda que llamaba a los móviles desde las comisarías:

-Una noche hubo un problema en Confusión, el boliche que más frecuentaban las travestis, y habían caído varias. Le dije al chico que custodiaba en la entrada del cuartel: “Ponete lindo que en dos horas vas a salir en la televisión”. Cuando se dieron cuenta que no mentía, se dejaron de hacer los tontos conmigo. De hecho un comisario me dijo: “A usted la respetan porque siempre ha actuado con el mismo criterio, nunca dijo algo e hizo otra cosa”. Y sí, yo siempre avisé.

Con paciencia, pero fastidiada de lo anacrónico del edicto, Ángela empezó a usar como argumento que la metieran presa a ella. 

-Para que se dieran cuenta de lo injusto que era la ropa contraria al sexo, les preguntaba por qué no me metían a mí. “Escuche, si estoy en pantalones todo el tiempo para trabajar cómoda, y creo que nadie me vio en pollera, ¿por qué nunca me llevaron?”. A veces funcionaba. También les hice leer el código contravencional y que lo pusieran arriba del escritorio, porque antes todo lo tocaban de oído. 

En uno de los revoleos, Ángela quedó detenida en la comisaría 23, acusada de resistencia a la autoridad. 

-Empezamos a convocar manifestaciones frente a la comisaría junto con ATA y las demás organizaciones. La primera vez los agarramos desprevenidos, la segunda ya había algunos de civil infiltrados. Para la tercera, estaban bien preparados para recibirnos: ¡carros de asalto! Eran más policías que gente manifestando. Nos amontonamos en frente, en la vereda del zoológico, y con Carlitos empezamos a cargar a las chicas en taxis. Nos agarraron a Lohana (Berkins), Marcelo Ferreyra y a mí, que fuimos a parar a la comisaría. Mientras nos tenían demorados, justo pasaba una travesti que estaba detenida y le hicimos una seña. Ella avisó por teléfono y al rato estaba todo el boliche en la puerta. “Díganles que se vayan”, le pedía el comisario a Marcelo. “¡Dígales usted, si es su comisaría!”. Nos largaron a la 1.30 de la mañana, ya no nos querían ver a nosotros ni a las de la puerta.

EL FIN DE LOS EDICTOS

En paralelo al trabajo por las comisarías de noche, y de mañana en los tribunales, Ángela daba clases de Historia e Instrucción Cívica en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano:

-Entré de puta casualidad, porque lo que ganaba de abogada era penoso y terminé ahí 26 años. El trabajo con las chicas largaba a las 10 de la noche y terminaba a las cinco de la mañana. Ahí empezaron a darme una mano, porque para ayudarlas tenía que dormir en algún momento. 

A partir de entonces, las que podían colaboraban dándole diez pesos por mes -que con la convertibilidad eran diez dólares- por los servicios de patrocinio, aunque el trato era que si recaudaba más de 300 pesos mensuales ya no cobraba. Por más que no la llamaran, había comisarías donde sabía que siempre iba a encontrar travestis rehenes de los edictos: la 23 y la 25 de Palermo, la 13 de Caballito y la 50 de Flores. Por insistente, la mafia policial la tenía marcada y sabían el número de su casa: “Me llamaban seguido buscando que caiga y preguntaban si tenía el número de tal travesti, de tal prostituta. Querían armarme una causa por proxenetismo, meterme presa y que los dejara en paz. Estaba fichada por la Federal e incluso sospecho que también me ficharon de la Dirección de Investigaciones de la provincia”.

Con el envión de la primera Constitución de la Ciudad –cuando Buenos Aires se convirtió en autónoma en 1996– se dio la iniciativa de terminar con los edictos policiales, que incluían un catálogo de faltas y delitos que se acumulaban desde principios de siglo XX (muchos heredados de las leyes de vagos y maleantes de la época del virreinato). Fue en marzo de 1998, mientras se discutía en la Biblioteca Nacional el proyecto para borrar los edictos y crear un código contravencional, que una base travesti había acampado en el parque de la entrada: llenaban la sala cada vez que trataban el tema de la oferta de sexo y la ropa contraria al sexo. Esta batalla también se dio en la Legislatura, teniendo como resultado un nuevo Código que dejó de penalizar las existencias travestis. Para Ángela, significó el comienzo de una nueva época. 

-Se trabajó muchísimo por esta modificación con las organizaciones de derechos humanos y fue una pena enorme que Carlitos no llegara a verla. Después de su muerte, me alejé del equipo de abogados con el que estuve en Gays DC junto a Marcelo Feldman. Aunque claro que por mucho tiempo seguí trabajando con las chicas, porque cuando caía una a quién llamaban, ¡a La Vanni! Y allá iba La Vanni. 

RELATOS URGENTES

La caída de la “ropa contraria al sexo” y el “escándalo” fue un paso más, pero la policía no soportaba quedarse de un día para el otro sin la caja extra que le daban las extorsiones. Por entonces, muchas de las travestis seguían sin documentos y, por la discriminación que implicaba salir de día o tomarse un transporte público, no tenían ganas de tramitarlos. Era una buena excusa para levantar coimas: llevarlas demoradas por “doble A” (averiguación de antecedentes). 

-Era común asesorarlas para que sacaran sus documentos o en los trámites de los pasaportes. También hice alguna solicitud de asilo y seguí ayudando todo lo que pude, ya no como activista pero sí como abogada comprometida.

A 20 años del fin de los edictos, Ángela dice que en aquellos tiempos era impensada una Ley de Identidad de Género, porque entonces había que estar todos los días saliendo del apuro. Ahora, siente que se debe seguir trabajando para lograr un cambio cultural: “Mi idea es que hay que educar para la igualdad. Y que el feminismo no se olvide de pensar qué hacer con los hombres, cómo educarlos”. 

Ángela parece guardar un libro de relatos urgentes y habla incluso mientras se despide, pero quiere volver a su casa antes de que caiga el día: dice que tiene dos perros batata que la esperan y ya deben estar ladrando. Afirma que hay más para contar, que “faltan las muertes, todas las que se fueron”. Lo que conviene entonces, para no fallarle, será cerrar con puntos suspensivos…

Gays DC