Sebastián Freire, el coleccionista de San Sebastianes libidinosos aunque se guarden en el mismísimo Louvre fotografía a los forajid@s de Eros sin necesidad de que muestren códigos explícitos como en los tiempos en que un soldado de la confederación estadounidense posaba con un sombrero cargado de frutas y verduras para hacer un guiño a otros maricones por sobre la lente de la censura o una campesina bretona con pañuelo en la cabeza y brazos de balaustrada lo hacía dándose piquitos con otra a fin de alcanzar el corazón de las tortas a través de una postal para guardar en una Biblia. Lo hace apurado ante un cierre de Soy o una muestra rodante; lejos del profesional para quien cada nota le exige el toco y me voy de universos desconocidos que tal vez tolera pero no comprende, él es siempre de la casa. No subraya en sus modelos cómo se piensan a sí mism@s ni a sus deseos pero los deja autoeditarse, es decir, renuncia a la instantánea cuyo espejismo es que la verdad surge cuando alguien está distraído de sí mismo y por eso es pescado por una cámara en una actitud que se presiona significativa. Si no se me ocurrieran chistes soeces la muestra parece la autobiografía de un ojo.
Puede que las fotos de Freire constituyan documentos de una época pero ¿de qué? No son para nada antropológicos a menos que lo fueran a la manera de un Oscar Lewis -autor de Los hijos de Sánchez, ese gran documento tercermundista que encubre un acto impune de apropiación bajo la fachada del género “historia de vida”- que se hubiera clavado un MDM y por eso su mirada se ha vuelto mimosa y como con un fondo de DJ Pareja.
Para el retrato de Ilse Fuskova, el fotógrafo se concentra en la mirada, esa mirada-archivo donde ella está vestida de azafata, pasea amiguísima con Alberto Greco, pinta en medio de una plaza copiando del natural junto a Claudina Marek, se ata a las rejas del Congreso durante una protesta y le dice que es torta a Mirtha Legrand. Para el de Naty Menstrual, en el momento futuro en el que, entre bambalinas, ella parece esperar el momento de salir a escena y hacer de Medea. Para el de Lisa Kerner y Jorgelina De Simone, la complicidad que sobrevive a la muerte. Para el de Silvina Giaganti, la puesta en escena de toda autobiografía (el abrazo a sí misma).
El álbum Freire es la derrota visual del identikit y la ilustración del caso clínico, más bien es un Vogue degenerado que saca orgullo del prejuicio. Entonces el de Charly Darling, es casi un retrato oval, donde el rostro deja en segundo plano el cuerpo, una elección estética original para una drag a quien siempre suele mostrarse de la cabeza a los pies.
Las chucherías iconográficas de Freire son módicas, nada que ver con las columnas dóricas o los fondos pintados con una atmósfera de Sir Alma Tadema que abundaban en los estudios del siglo XlX : una nieve David Copperfield para una descendiente de diaguitas como Diana Sacayán, una gorra Dr. Zhivago para ese artista a quien le gusta posar de millonario menesteroso llamado Sergio de Loof, un gato, único animal capaz de arrancarle a lector el libro que tiene en la mano para Sylvia Molloy, unos signos -ese desvelo de sociólogos, artistas y poetas- para Roberto Jacoby, una prótesis barroca y asimétrica para Mario Bellatín, una cota de malla de cruzado de la disidencia sexual para Pedro Lemebel, una boleadora para Gabriela Cabezón Cámara (¿las bolas de la Patria? ¿revoleárselas a Roca o castrarlo?).
Cierta metonimia se desliza entre algunos retratos que va desde las enormes tetas de Lohana (¿para dar subliminalmente la leche de su legado?), a su logo de mariposas sueltas en la de Maverik, pasando por el ademán de Marta Dillon que parece el anterior al Tetazo que es la acción nutricia de unos labios menos infantiles que amantes y por eso políticos.
Pero... ¿¿¿¿¿Y yo????? ¿¿¿Eh???¿¿¿Y yo ??? Una vez Sebastián Freire fotografió mi yo ideal. No importa que ese retrato tenga ya más diez años pero siempre me recuerda que por un instante fui Marianne Faithfull poniéndose una campera con desapego de rockstar. Hasta escribí un libro de 500 páginas sólo para poder usarlo en la tapa. Pero vuelvo a repetirlo: YO NO ESTOY. Puede que no sea ni una amiga ni un amor pero, ¿para qué recordármelo de manera tan explícita?
Ojo, soy vengativa. Me pidieron 6000 caracteres. Entregué 3000. Es que no sólo no estoy sino que tuve que hacer esta nota, ¿qué te creés, Freire? Rajá turrito.
Amor y Amistad se inaugura el viernes 27 de abril a las 19.30 en el stand de Orgullo y Prejuicio de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, Pabellón Ocre, Predio La Rural, Av. Santa Fe 4201. Se puede visitar todos los días de 14 a 22 hasta el 14 de mayo.