Así como Buenos Aires está plagada de kioscos, Barcelona es una ciudad atestada de bares. Uno de ellos, entre las callejuelas del barrio del Clot, fue el pautado para una cita con Sabrina. Apurada, entre clientes, atenta a sus dos celulares, accedió a una entrevista para Soy.

Trabajadora sexual, trans, migrante mexicana y lesbiana, Sabrina Sánchez es una de las voces más disruptivas del transfeminismo barcelonés. En un contexto de auge de los nacionalismos y las derechas europeas, señala la necesidad de un activismo político interseccional que no pierda de vista el antirracismo.

La incorrección política la caracteriza. Ésta es un signo de distinción sudaca que porta orgullosa en un entorno donde los buenos modales, la cortesía y la discreción son regla. Sus intervenciones pueden ser “como un tirón de orejas, un ‘tías, reaccionen’”. Afila su mirada y señala que en octubre de 2017 hubo una manifestación trans en la que no se gritó nada, ni consignas. “Y tampoco es que se hubieran trabajado mucho las consigas trans, casi no hay salvo el aquí está la resistencia trans”. Pero se apresura a aclarar que “eso no nos impide decir que tenemos gente trans que es migrante, que no tiene papeles, que se lxs llevan a los CIEs (Centro de Internamiento de Extranjeros), que la ley de extranjería también afecta a lxs trans”. Cuenta que “todo ese tipo de reivindicaciones se gritan cuando son manifestaciones de migrantes antirracistas”. Y le pide al movimiento transfeminista que se erija como altavoz para esas reivindicaciones.

¿Qué articulaciones hay entre el movimiento transfeminista y el migrante?

-Depende del tipo de movimiento transfeminista. Si somos transfeministas migrantes o si hay una cierta conciencia de la migración, sí se da una articulación. Pero cuando no, cuando es totalmente blanco, gana la blanquitud. Ahí es más difícil que se dé esa articulación, esa empatía está mesa aparte. En el tema migrante hay algunos colectivos transfeministas que les cuesta todavía. Y vuelven a repetir las dinámicas de poder, una y otra vez.

¿Qué implica ser migrante y trans en el contexto del auge de los nacionalismos en el continente europeo de los últimos años?

-Implica muchas veces ser invisible del todo, porque la política migratoria europea actualmente es la de la Europa fortaleza, el no dejar pasar a nadie, no promover políticas sociales hacia los migrantes para no crear un efecto de llamada. Además, el ser trans pocas veces beneficia. Aunque hay veces que los gobiernos, para quedar bien y en una estrategia de transwashing, pueden llegar a facilitar ciertas cosas pero también se basan mucho en los tratados que se firman entre países.

¿Y en el cotidiano? ¿Crees que este avance de los fascismos, como pudimos ver en el estado español en el marco del referéndum de Cataluña por la independencia, tiene un correlato en las calles como una amenaza para las existencias lgbti?

-Sí, creo que sí. Cuando veo que se exacerban los nacionalismos y empiezo a ver banderitas por todos lados, ahí me da miedo. Porque no hay nacionalismos guays, al final todos los nacionalismos son excluyentes.

¿Y dónde queda ahí la mujer trans migrante?

-Fuera. En los márgenes. A veces quedamos permanentemente en el trabajo sexual, incluso en los casos de las que no quieren ser trabajadoras sexuales pero no tienen opciones. También te pueden echar del país. O podemos acabar muertas, esa es la otra opción. La diferencia de España y Alemania, donde es un crimen enaltecer al fascismo y no hay calles ni avenidas con nombres de fascistas, es que allí los fascistas perdieron la guerra y aquí la ganaron. Esa es la diferencia. Y cuando hicieron la transición simplemente se ocultaron un poquito y se pusieron la camiseta de la democracia, aunque hubieran sido los ministros de Franco. Y viva la democracia. Y la gente se lo cree. Y como no puedes estar en contra de la democracia, porque si no eres facha, entonces el discurso crítico contra la democracia como está montada no tiene lugar.

Si hacemos foco en el movimiento trans y feminista, en una ocasión señalaste que hay una invisibilización de las putas a fin de desligarse del trabajo sexual, ¿cómo es eso?

-Esa crítica está dirigida principalmente al movimiento de las mujeres trans locales blancos con quienes no podemos articular, porque ser putas es una mala imagen. Hay muchas personas del movimiento trans que no tienen una posición feminista. Creo que el transfeminismo es prosex, y esa es la alianza que las putas hemos encontrado. Nos ha permitido a las putas acceder al feminismo, ponernos a leer y formarnos para entender que el feminismo no era necesariamente abolicionista. El transfeminismo nos mostró que hay otras maneras de ser feminista, más inclusivas, que no son tan dogmáticas como el feminismo mainstream.

¿Existen alianzas entre trabajadoras sexuales y colectivos migrantes?

-Empieza a haber. También porque el movimiento de las trabajadoras sexuales dirigido por las trabajadoras sexuales aquí es muy nuevo. Quien antes dirigía la lucha por los derechos eran las asociaciones que les ofrecen servicios a las trabajadoras sexuales: las que reparten condones, las que cuando recibimos una multa nos ayudan a recurrirla… Son asociaciones a las que las trabajadoras sexuales van a pedir servicios, pero no hay trabajadoras ahí. Todas son sociólogas, trabajadoras sociales, académicas… Desde hace cinco años está empezando a cambiar el panorama. Ha llegado el momento de decir “no queremos más tutelaje”. Nosotras podemos hablar. Apóyennos y quédense detrás de nosotras.

¿Y eso cómo se logra?

-Hemos tenido que cambiar la dinámica de sacarnos la tutela. Nos enseñaron ciertas cosas institucionales que no sabíamos, nos dieron las herramientas. Y ahora nosotras somos las que queremos llevar la voz cantante. El colectivo de trabajadoras sexuales está lleno de migrantes. Tanto entre las que captan la clientela en las calles, pero también dentro de los pisos. Cuando llegó la crisis vimos la necesidad de encontrarnos entre pares. Había un montón de mujeres cis que se quedaron desempleadas y con la hipoteca por pagar, por lo que comenzaron a ser trabajadoras sexuales, y el mercado se llenó. A partir del 2013 hubo un auge en el trabajo sexual con el ingreso de las españolas, las nativas. De hecho, Aprosex (Asociación de Profesionales del Sexo) lo iniciaron tres nativas, y las migrantes nos incorporamos después. Ellas vieron que había un montón de mujeres que ingresaban al mercado sin saber cómo, que no sabían las reglas del juego, ni las tarifas. Entonces reventaron los precios, y hubo que decirles que se hicieran valer. La gente estaba malgastando su capital erótico. Y cuando entramos las migrantes empezamos a darles discusiones a las blancas, porque existe la opresión por puta, pero la de migrante y puta es peor.

¿Y en el plano afectivo?

-Alianzas. O acuerdos varios en términos afectivos. No quiero decir poliamorosos porque tengo la crítica hacia un poliamor en el que se tiene un acuerdo con una persona y con las demás se hacen acuerdos puntuales, de encuentros. Pienso más bien en una red de amistades, de complicidades, de afectos, de afinidades. Que pueden incluir algo sexual, o no, simplemente puede ser algo profundo sin llegar a lo sexual. Y si se llega a lo sexual, que esos encuentros no rompan la amistad ni la complicidad. Ni que la gente asuma que porque habéis follado, le perteneces. Porque hay quienes creen que cuando hay sexo hay algo más profundo. Y yo puedo tener afinidades con quienes sexualmente no hay atracción. No creo que se deban romper las comunidades por cuestiones sexuales, aunque entiendo que es muy difícil de aplicar. Nos pasa mucho entre las putas que, si bien tenemos encuentros sexuales trabajando, eso nos fortalece los lazos a la hora de trabajar. A eso las putas lo tenemos muy claro. A veces les piden un trío, y me invitan. Somos amigas, y también somos profesionales, no hay ese rollo de “a lo mejor se nos acaba la amistad”. Y no, estamos trabajando. Y seguimos siendo amigas y aliadas y la relación no cambia.