Desde París
La eterna disputa entre Europa y los Estados Unidos por la hegemonía en Medio Oriente volvió a plasmarse en el viaje que el presidente francés Emmanuel Macron realiza a Estados Unidos. Fuera de las decorativas teatralidades a que da lugar toda visita, el tema por excelencia era Irán. Trump y Macron pugnan por objetivos contrarios: el primero tiene una vaga noción de lo que está en juego más allá de sus mediáticas gesticulaciones, el segundo es consiente de los desastres que acarrearían una ruptura del acuerdo nuclear con Irán que Teherán negoció con la precedente administración de Barack Obama.
El texto congelaba el programa nuclear iraní por un lapso de 10 años y fue firmado en julio de 2015 en Viena por el grupo 5 más uno (los cinco miembros del Consejo de Seguridad, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia, más Alemania e Irán). Actualmente, además de Francia, Gran Bretaña, China y Rusia abogan por que se “respeten” los términos y la vigencia de dicho acuerdo. Irán rehúsa que se modifique el corazón del texto y amenazó con retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear.
La escena de fondo de este antagonismo entre Macron y Trump bien podría sintetizarse como un intercambio entre la Bella y la Bestia. Mientras el presidente francés le ofrecía a Trump la posibilidad de un acuerdo revisado, Trump, ante su invitado, calificó el acuerdo de 2015 como “ridículo, demente y ruinoso” y advirtió que si Teherán reactiva el programa nuclear “habrá un problema más grande que nunca”.
Fiel a su impulsividad, el presidente norteamericano fijó un ultimátum, tanto a los europeos como a Irán: si de aquí al 12 de mayo los europeos no cambian de posición y no acrecientan su presión diplomática ante Teherán, el acuerdo sobre el programa nuclear iraní dejaría de tener valor. La palabra que usó Trump es una pura fruta de su campo de odio: “despedazar”. Macron le respondió con otro estilo. “No se despedaza un acuerdo para ir hacia ningún lado. Se construye un acuerdo más amplio capaz de cubrir el conjunto de nuestras preocupaciones”. El territorio de la pedagogía será arduo. El jefe del Estado francés trata de que Trump entienda de que, en caso de nueva crisis, el tema no se limitaría a Irán sino que rebasaría a toda la región, empezando por Siria.
Hoy, París propone un plan que consta de cuatro etapas y que parte del mantenimiento de la vigencia del actual acuerdo: una, el bloqueo de cualquier actividad nuclear iraní hasta el año 2025. Dos, impedir las actividades nucleares; tres, parar también la actividad balística y, por último, crear las condiciones de una estabilidad política en la región. Macron también considera que es imposible pactar con Irán sin tomar en cuenta un capítulo en donde se asocie a Teherán para revertir la crisis Siria, lo cual debería también implicar a Rusia y Turquía.
Macron reconoció que a este respecto Washington y París no comparten “las mismas posiciones”. Sin embargo, pese al belicismo patotero de Trump, la divergencia no parece haber cerrado la posibilidad de avanzar. Macron dijo que “las discusiones permiten abrir el camino de un nuevo acuerdo”. Según adelantan analistas de la prensa francesa, el choque de fondo entre Macron y Trump es táctico: el primero va con guantes de seda, el segundo con misiles, empezando por los retóricos a los que ya ha acostumbrado al mundo. Para Trump -y así es su vocabulario- todo se divide entre “bueno” y malo”. Entre ambos y más allá no hay nada. Lo cierto es que detrás de todas estas bravuconadas hay una mesa de trabajo activa. Miembros del Departamento de Estado norteamericano a cuyo frente está Brian Hook negocian con París, Londres y Berlín la forma en que se podría completar el acuerdo. Encerrado entre sus halcones y otros lobbies, Trump no ve más allá de nada. Compulsivo, caprichoso, el mandatario puede precipitar un desastre en Medio Oriente. Ya lo hizo el ex presidente George W. Bush con su guerra mentirosa (2003, Segunda Guerra de Irak).
Las consecuencias se siguen pagando. Tal vez, como ocurrió con la misión punitiva en Siria, sólo se trate de un jueguito sucio de amenazas y provocaciones por parte de un mandatario que ha tomado al mundo por una pelea de barrio. Esta vez, sin embargo, hay quien puede ponerle límites. Rusia, China, Gran Bretaña y Francia se han coordinado para trazar un cordón de seguridad ante la demencia geopolítica de Trump.