Sus textos no son fáciles y despierta pasiones. Con Judith Butler se produce una conmoción. Con El Género en Disputa –de 1990- revolucionó teorías feministas, impulsó estudios queer y provocó un escándalo político y epistemológico. Escrito fuera de la academia con ímpetu militante, esta obra exhibe su sólida formación con la que arremete contra la presuposición del sexo binario como natural y del género – también binario – como su expresión cultural. El sexo/género como dado/histórico construido, es para Butler un efecto naturalizado necesario para la coherencia con la que hegemónicamente se piensa al sujeto del deseo heterosexual con vistas a la reproducción. La heteronormatividad así produce lo normal y su exterior arrojado de lo humano, del reconocimiento – desvío a “corregir”-, un régimen clave del liberalismo y del marxismo cristalizado indiferente al carácter político de la producción de la subjetividad.
Para la teoría de la performatividad el género es actuación no elegida ni tampoco voluntaria de un yo, sino que nos moldea en medio de imposiciones para mantener la ilusión de que el sexo causa el género estable, binario y heterosexual. Discutir la evidencia del cuerpo material motivó críticas e inquietantes respuestas en obras siguientes. Al problematizar al poder como discurso, enfocó críticamente estrategias del psicoanálisis, el derecho, la antropología, -entre otras- que ocultan procesos de materialización de la diferencia sexual, sostienen férreas fronteras entre lo dado y lo construido, la materialidad/ significante y la idealidad /significado, en oposiciones fuera del devenir histórico. Narraciones del “antes” de la ley -las del contrato social o el complejo de Edipo- son maniobras justificadoras de un único modo de pensar la democracia o la identidad genérica a nivel psíquico, desde una racionalidad determinada. Si la historia la escriben los que ganan, hay otras posibilidades.
Butler ha dicho “no soy sólo posestructuralista”, “tomo aquello que me sirva para seguir pensando” y discute con filósofxs contemporánexs acerca del sujeto, la acción, el pueblo, la vulnerabilidad, la política, la contingencia o los riesgos de la traducción cultural enfrentando esa universalización de la particularidad occidental erigida como la única posible, una tarea descolonial. Procurando siempre mostrar diversas violencias normativas, advierte hasta la de las leyes que necesitamos para reconocer derechos y que, al definir a quién protegen, victimizan lo dejado afuera de su objeto. Así, nuestras leyes progresistas, que ha destacado, no son un punto de llegada. Tampoco las definiciones excluyentes el punto de partida para la política que articule diferencias. Por eso advertir los marcos restrictivos hasta de la percepción de quienes no merecen duelo al no ser percibidxs como reconocibles es actuar ética y políticamente. Si la autonomía olvida la corporalidad, interroguemos ése significante político, la historia de las categorías, resignifiquemos desde la vulnerabilidad y la dependencia de otrxs, lo que es ser responsables. Las exclusiones proceden discursivamente pero no son inexorables sino, como los fundamentos, contingentes, transformables; un punto débil del poder es que necesita de la repetición, por eso, la policía del género o el empeño de modelos impuestos para el “nosotros” - mujeres, sujeto, pueblo- desvían del constituirnos como tales, en tensión, como un nosotrxs móvil… solidariamente.
Daniela Godoy Investigadora doctoranda en Filosofía - Facultad de Filosofía y Letras UBA Profesora de Filosofía – Esp. en Género - Docente- Periodista Militante feminista.