Si te la buscás, la tenés: una fórmula antigua que no ha perdido vigencia. La repiten desde Nicolás Repetto hasta el tribunal que por estos días absolvió a Enzo Lampasona, acusado en 2015, cuando tenía 20 años, de “acceso carnal agravado por su carácter de guardador de la víctima”, una chica de 17 años a la que debía cuidar durante su viaje de egresados.
El fallo de la Cámara Criminal Primera rionegrina que absolvió con el “beneficio de la duda” al coordinador, desoyó el relato de la chica, una decisión desconcertante si se tiene en cuenta la relevancia de esa prueba en este tipo de delitos. Tampoco se escuchó a los médicos que aportaron evidencias científicas de la violación, ni se tomaron en cuenta los videos que muestran cómo la chica lloraba y pedía ayuda ante la indiferencia de todos los adultos del hotel. Los representantes de la empresa, Snow Travel, tardaron horas en llevarla a un centro de salud e intentaron impedir que hiciera la denuncia.
Otro dato sorprendente es que el fallo presenta como prueba un elemento al que ni siquiera había recurrido la defensa: que el disfraz que tenía puesto la chica estaba intacto. Pero lo que sí estaba roto era el cuerpo de la joven: con hematomas y un desgarro vaginal. Pequeño detalle.
LA SOMBRA DE UNA DUDA
Lo que realmente pesó en la sentencia fue la desconfianza sobre la palabra de la adolescente. Así lo indicó a este suplemento el fiscal Martín Lozada: “la sentencia impone el valor de la duda por sobre la declaración de la víctima y sus lesiones, las constataciones de tres ginecólogas, la declaración de un médico forense con más de 35 años de experiencia y los registros producidos por las cámaras de seguridad del hotel, que retratan la desesperación de la joven tras producido el ataque”.
Otros comentarios sembraron sospechas sobre ella: por qué se volvió sola de la disco, por qué dejó su teléfono en el cuarto de los coordinadores, por qué dejó entrar a Lampasona a su habitación. ¿Suena familiar? El guion con el foco puesto en si la chica terminó la secundaria, si es fanática de los boliches, en el largo de la pollera.
Cuando se habla de “cultura de la violación” se hace referencia a un entramado que, en este caso, no empieza ni termina en la cabeza de los coordinadores de 20 años que estaban esa madrugada en el hotel, y que intentaron convencer a la denunciante y al primer médico que la vio de cubrir a Lampasona. Es una visión del mundo que se expresa en ejemplos más sutiles como éste, que cuenta una de las estudiantes que fueron al viaje: “Apenas llegamos al hotel, vamos a una charla de cómo iba a ser todo. La daba un comediante que personificaba a un varón y a una chica. La chica: una descerebrada que sólo pensaba en la mini que se iba a poner. El chabón: no le importa nada, sólo tomar y levantarse pibas. Hace tres años nadie conectaba una cosa con otra. Pero si después te ponés a pensar cómo se portó la empresa frente a la violación, cómo nos manipularon a todos... Nos dijeron a que ella estaba loca, que quería perjudicar a la empresa y arruinarnos el viaje”.
A LA FIESTA HAY QUE PAGARLA
El paquete de turismo juvenil que las empresas ofrecen incluye dosis de misoginia. Eso cuenta Ana Carfagnini, del Colectivo El Margen de Río Negro, organización que a partir del caso Lampasona empezó a documentar relatos de las egresadas, de los que poco se conoce ya que a los chicos se los mantiene dentro de circuitos cerrados. Tienen sus propios hoteles, discos y centros de esquí. “Es un paisaje corriente de Bariloche la exacerbación de la fiesta y el descontrol por parte de los adultos que rodean, y se supone que cuidan a las chicas.” Desde El Margen hablaron con choferes, recepcionistas y otros empleados de los hoteles a donde llevan a los chicos. “Lo que se desprende de lo que cuentan es que las chicas están ‘a la buena de Dios’. Las empresas les dan ciertos disfraces: conejita, enfermera sexy. Y quedan expuestas así con el frío que hace acá. Nadie les pide DNI para venderles alcohol. Los coordinadores las abordan en grupo, varios contra una. Te ofrecen camperas a cambio de favores sexuales. Las traen a un lugar que ellas no conocen. Los coordinadores casi siempre son mayores. Y las agencias los cubren.” Si no te ponés el disfraz de diablita, sos una amarga. Si entrás a la habitación de un coordinador, báncatela y no arruines la fiesta. ¿Es esto paranoia feminazi?
Cuando se conoció la sentencia que absolvió a Lampasona, el fiscal interpuso un recurso de casación, que podría devenir en un nuevo juicio. Por donde se lo mire el fallo es un escándalo, pero al mismo tiempo es un emergente más de una liturgia mayor. Rosana Gonzales, una de las ginecólogas que fue testigo en el juicio, advierte que “no hay que subestimar el poder corporativo de estas empresas de turismo. Los desgarros vaginales son las patologías más frecuentes que vemos en chicas de esa edad que vienen a Bariloche. Hay presión para que no denuncien. Las trae al hospital alguno de la empresa que les dice: ‘Ahora te vas a dormir y mañana ya pasó. Te pusiste histérica. No les arruines el viaje a todos’”.
Ante el secreto a voces de que las violaciones son frecuentes y están naturalizadas, los colegios se desmarcan. Todo queda a cargo de las empresas. El viaje de fin de curso no es viaje de estudios y las faltas se computan. Los esfuerzos institucionales se limitan a esquivar el bulto de lo que pueda ocurrir en el marco de los “excesos” de Bariloche o Brasil pero ni una sola iniciativa apunta a informar sobre consentimiento o reducción de daños en el consumo de drogas, por ejemplo. Una de las madres del Colegio Central Universitario Mariano Moreno, al que asistía la chica que denunció a Lampasona, le contó a Las12 que “después de que pasó lo que pasó no hubo ninguna charla en la escuela. El colegio y el Estado podrán decir que esto no les compete, que es tema de las empresas, pero a nadie se le ocurre que antes de viajar los chicos vayan a una charla con perspectiva de género, sobre cómo prevenir un embarazo no deseado, etc. Estamos hablando de una provincia (San Juan) donde no se aplica la ley de Educación Sexual Integral”.
Una compañera de la denunciante –que prefiere mantener en reserva su nombre porque “ya bastante acoso y amenazas sufrí por haber movido el tema en San Juan”– relata que cuando volvieron “en la escuela le decían ‘la violada’. Lo irónico es que la apodaban ‘la violada’ pero nadie le creía la denuncia. Y la escuela, ni mu”.
La cobertura del caso en los medios provinciales fue en el sentido literal: cubrir a Lampasona. Se lo defendió abiertamente entrevistando a su padre -dueño de un comercio “muy tradicional de San Juan”- o reproduciendo los ruegos a Dios de su madre para que se demostrara la inocencia de este chico de su casa, con asistencia perfecta a misa, rubio, bien vestido, una promesa del equipo de futbol local. En el mejor de los casos se presentó la denuncia de violación como “conflicto” entre una chica de 17 y un coordinador de 20.
“¿Y las familias del colegio?”, le preguntó este suplemento a Dolores Córdoba (Ni Una Menos San Juan): “Todos mudos”. Una sola madre habló: “Cuando volvieron del viaje nos enteramos de que a la fiesta de egresados estaban invitados los coordinadores de la empresa, acusados de encubrir. Y solo gracias la acción de repudio que llevó adelante una de las mamás se pudo impedir que fueran. Imagínate lo que hubiera sido para la chica denunciante”.
ESA VIEJA COSTUMBRE DE ABUSAR
¿Por qué los jueces tuvieron en cuenta sólo el testimonio del acusado, jugador del club deportivo Cruz del Sur y cuyo dirigente y ex presidente de la Cooperativa Eléctrica Bariloche, el abogado Rodolfo Rodrigo, asumió su defensa? Muchos de los debates entre foristas, vecinos y hasta dentro del recinto pasaron por saber por qué se fue del boliche sin esperar al grupo y, sobre todo, si la joven tomó o no tomó alcohol esa noche. ¿Cómo es que se conectan la agencia de meterse en el cuerpo lo que una quiera con que de pronto el cuerpo se vea habilitado para la penetración? ¿Qué extraño fenómeno, en contextos liberados para el “descontrol” adolescente, desdibuja de repente los límites del consentimiento? Se sabe: las buenas víctimas no se drogan, ni beben, las chicas buenas van al cielo y las malas cuentan cuentos: a la adolescente que Lampasona tenía a cargo y terminó en el hospital con un desgarro en la vagina se la acusa todavía hoy de mitómana y de “haber inventado todo para perjudicar a la empresa”.
La violación no coincide siempre necesariamente con una escena de horror como la de la película Irreversible, de Gaspar Noé: el ataque de un desconocido en un túnel oscuro, con trompadas, la cara de la protagonista arrastrada contra el cemento y llanto en tiempo real. Pero las relaciones no consentidas que no se ajustan a ese guión parecen diluirse en un limbo, como también se perdió de vista el video en el que no ha querido reparar el tribunal -compuesto los jueces Miguel Gaimaro Pozzi, Ricardo Calcagno y Emilio Riat-, en el que la joven semidesnuda llora y pide ayuda sin éxito en el hotel.
El caso Lampasona es uno de los tantos que deja al descubierto una cadena de encubrimientos, de usos y costumbres que refuerzan un modo de pensar en torno a los abusos sexuales. No todas las mujeres que vamos de viaje de egresados, tomamos alcohol o tomamos un taxi a la madrugada padecemos la experiencia de la violación pero sí nos formamos con la amenaza permanente de que puede pasar. La violación no es periférica, es un horizonte de disciplina para las que se “descontrolan”, no se cuidan, o una posibilidad que se puede esquivar por una cuestión de suerte.
Según cuenta una ex estudiante del colegio Mariano Moreno, el caso Lampasona, a la vez que avivó en San Juan redes y alianzas entre mujeres, también removió recuerdos, testimonios y piezas de un entramado simbólico que fomenta o silencia el abuso y se transmite de generación en generación: “desde 2015 hasta ahora nos cayeron muchas fichas. Cosas que teníamos naturalizadas y que recién ahora percibimos. Bariloche es un nicho que reproduce la cultura de la violación de lo más pequeño a lo más obvio”. Cuando las organizaciones de mujeres exigen justicia por este caso denuncian la cofradía machista de los jueces pero también la complicidad de “periodistas que callan y de coordinadores y empresarios que fueron a atestiguar a favor del acusado. En parte porque se les cae el negocio. En parte porque esto es una pirámide: si cae uno, se van a empezar a caer todos”.