Su primer recuerdo con ese traqueteo constante, por momentos asfixiante y por otros relajante, ocurre en una callecita perdida de Necochea. Es respirar y balancearse. Ahí se hace fácil, claro, porque sólo hay que seguir a esa humanidad gigante que va al lado aunque un poco adelante, casi como en un juego. Cecilia ya corrió ocho kilómetros y pasó a buscarla por la puerta de la casa. Aunque no sabe lo que está haciendo, aunque para ella es un juego, aunque pareciera un pasatiempo de verano, años después Cynthia Mayer recordará con nostalgia y cariño aquellos 2.000 metros finales en los que su mamá la sumaba al trayecto. Si piensa en cuándo germinó esa pasión, el principio siempre la devuelve a la Costa Atlántica argentina.
Cynthia es una promesa y mil sueños. Es futuro y es camino. Es atleta. Su costado más fuerte es la pista, específicamente los 5.000 metros. La joven, que recién entró en su segunda década de vida, relata aquello que encierra al mundo de un corredor: silencios eternos, diálogos interiores, desaliento, dolor y obstinación. ¿Qué hay que tener para aguantar hasta la línea de meta?
“Correr se volvió algo serio sin que me diera cuenta. Fue más grande que aquellas carreras en Necochea o Claromecó. Yo jugaba al tenis y me lastimé la muñeca. Me frustré y ahí empecé a participar en carreras de calle, pero nada más. Y el deporte me fue llevando de la mano, de esa muñeca lastimada, a correr y correr”, cuenta después del entrenamiento de la mañana mientras mira de lejos un café, en un bar de Palermo.
-¿Hay una personalidad especial para correr?
-Sí. Si no corro siento la falta de esa “droga” del deportista. Es la falta de eso que te tiene inquieta y decís: “Quiero trepar por las paredes”. No puedo conmigo misma si no corro. Me pongo de mal humor. Me pasa. Es más, a fin de año estuve sin correr y me empezó a agarrar bruxismo, apretaba la mandíbula y los dientes, porque tenía demasiada energía y necesitaba gastarla.
-¿Cómo es el mientras tanto al correr?
-Depende. Hay veces en las que salgo a correr y no puedo parar de pensar en algo. Otras, en cambio, voy con la mente totalmente en blanco; se me pasó el entrenamiento y chau. Depende cómo venga, va cambiando. A veces, cuando entreno a la mañana me pasa que no tengo la carga del día y estoy más tranquila. A la noche, capaz me estoy apagando. Me gusta la mañana, así me recupero el resto del día.
Cynthia asegura que correr es su terapia; pero, al mismo tiempo, explica que se debe preservar del resto de los conflictos de su vida al momento de entrenar. Se trata de poner la mente y el cuerpo al servicio de sus piernas. “Trato de no llevar mis problemas a la pista, y no creo que esto sea algo para liberarme. La idea es liberarme afuera para estar fresca adentro de la pista y poder dar lo mejor. Es a la inversa. No trato de solucionar mis problemas corriendo”, explica.
-¿Qué es la pasión en todo esto?
-Dedicar el 100 por ciento del día a correr, desde lo que yo programo hasta lo que pase. Dormir temprano, las comidas, todo. Esto es el centro de mi vida. Ocupa todo.
-¿Qué dejás de lado?
-Hay gente que piensa que es un sacrificio, pero para mí es un placer. El otro día subí una foto con una de mis comidas, que tienen que ver con lo que hago y por eso son sanas. Entonces hubo gente que me elogiaba la fuerza de voluntad o cosas así. Y para mí es todo lo contrario. Es un placer hacer esto y comer lo que necesito de acuerdo a lo que hago.
El ácido láctico es esa sustancia resultante del metabolismo del azúcar que se hace sentir en los músculos. Con él, luego de la actividad, llegan la fatiga y la falta de reacción. El ácido láctico duele. Eso, por feo que parezca, en realidad es buena parte del día a día de un corredor. Implica acostumbrarse al dolor. Es padecer para florecer. Cynthia Mayer lo tiene claro.
-¿Ser atleta es convivir con el sufrimiento?
-Hay dos dolores, uno físico y otro mental. El físico es el inevitable, pero es cierto que te vas acostumbrando, sobre todo en deportes donde el ácido láctico es protagonista. Correr no es entretenido. Uno no dice “qué es lindo correr”. Yo también me canso, voy incómoda y tengo dolores. Después, hay que encontrarle el gusto a eso. Al sufrimiento hay que encontrarle el gusto. También está el sufrimiento mental, que aparece cuando te lesionás o cuando no podés entrenar. Pero buena parte del éxito del deportista es saber lidiar con esas cosas. Tal vez te mataste entrenando y las cosas no te salieron bien. Puede suceder, claro. Lo que te pase no es malo, es lo que es. Hay que predisponerse bien.
-¿Una persona que emprende esto como lo hacés vos es así con todo en el resto de su vida?
-Sí, creo que sí. Todo está pensado en base a lo que hago. Soy así en la vida. En el profesorado de educación física soy igual. En los momentos de frustración, busco terminar. Busco cumplirme. Siento el mismo diálogo interno que cuando corro.
-¿Qué hubieras hecho si no te dedicabas a correr?
-No lo sé, porque empezar a correr fue algo que me ocurrió en el momento en el que tenía que pasar. Se me fue dando, no lo busqué. Estaba necesitando una pasión y no lo sabía. Era una época en la que no sabía qué quería hacer, en la que no me gustaba ninguna materia y me iba mal en el colegio, en la que no sabía qué iba a pasar conmigo. Sin embargo, esto llegó y me completó. Aparte coincidió con empezar a estudiar educación física, una carrera que solían menospreciarla. Pero una vez que todo estuvo sobre ruedas, fue genial.
-¿Cómo te llevás con todo lo que está pasando con las mujeres en la sociedad desde tu papel de atleta?
-Creo que hay deportes machistas, en los que encontré diferencias que no puedo creer entre el hombre y la mujer. Es terrible. Y también pasan otras cosas de este lado, vinculadas al deporte, en los que la femeneidad no está en juego. No hay género, porque todos competimos al cien por cien. Y así debería ser visto.
-¿Qué sueños tenés corriendo?
-Ver a dónde puedo llegar. Es cierto que parece una frase de corredor, pero es así. Ver, seguir y mirar hasta dónde me llevar.
-¿Quiénes son los que te bancan?
-Mi familia. Creo que mis viejos no tienen el apoyo de estar siempre, porque no entienden tanto esto. Su apoyo es darme libertad. Me han ido a ver alguna vez, pero tampoco siempre. Y lo cierto es que para mí es un apoyo sentir que me dan ese espacio.
-¿Qué te pasa cuando eso que comenzó como una pasión termina convirtiéndose en algo más serio?
-Es loco, porque a veces me freno y al pensarlo no lo puedo creer. Digo: “¡Wow!”. Es parar en el medio de todo y entender dónde estoy. Me cuesta creer que tengo el apoyo de empresa como Under Armour, una marca de indumentaria que me encantó siempre y por eso cuando me llamaron enseguida dije: “¡Sí!”. Es fuerte cuando pasan. Todo eso te llena y te va marcando el futuro.
-¿Cuáles son tus objetivos?
-El Nacional en 5.000 metros o un cross country. Es una cuenta pendiente que tengo y que me quiero sacar de encima.
-¿Qué le dirías a alguien que tiene tu misma pasión y duda si seguir corriendo?
-Que disfrute. Que elija un buen entrenador y trabaje. Y que sea crítico. Se puede mucho más que lo que se cree que se puede. El “no se puede”, en esto, no existe.