Fue uno de los invitados extranjeros más importantes del último Bafici, que consiguió finalmente –luego de muchos intentos en años anteriores– armar una retrospectiva de su obra y contar con su presencia, esencial para un festival que se proclama de cine independiente. Pocos cineastas europeos del último medio siglo pueden ostentar la libertad y la coherencia ética y estética del francés Philippe Garrel (Boulogne-Billancourt, 1948), un director crucial de la generación post-Nouvelle Vague y un auténtico sobreviviente de la generación de Mayo del 68, un hecho histórico que sigue siendo una marca en su cine y en su ideología, que no podrían ser sino sólo una.
Las presentaciones que hizo de sus películas y la charla pública que ofreció hacia el final del festival, la semana pasada, estuvieron entre lo mejor que dejó el Bafici. Y la buena nueva es que –como la estela de un cometa– la luz de Garrel sigue iluminando a Buenos Aires, ahora con el estreno local de Amantes por un día, su película más reciente, una de las cumbres de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes del año pasado, que se comenta en nota aparte en estas mismas páginas.
Hay pocos artistas capaces de desnudar su intimidad del modo en que lo hizo Garrel en esa charla pública en el Bafici, con dosis equivalentes de modestia y de verdad brutal. Cuando le tocó hablar de uno de sus películas más importantes, La cicatriz interior (1971), un film que en su época hizo tabula rasa y llevó a Godard –a quien considera su mentor– a citar a Rimbaud (“Garrel sentó a la belleza en sus rodillas”), explicó sin ambages cuál era esa cicatriz: “Antes de Mayo del 68 ya había filmado varias películas, todas muy libres, arriesgadas, experimentales. En 1969 fui atrapado por la policía (tenía apenas 21 años) y sometido a siete sesiones de electroshock durante tres semanas. A Antonin Artaud le dieron más de 40 sesiones, pero a mí esas siete, toda esa tortura psiquiátrica, me cambió completamente, me hizo resignar de mi libertad. Cuando salí, volví a trabajar, pero arañaba las paredes. A partir de entonces fui mucho menos provocador y ya en La cicatriz interior, se nota ese vuelco. Pasé de ser un vanguardista a un artista que conoce los límites de lo que puede hacer. La libertad tiene límites.”
Luego, ya en charla con PáginaI12, Garrel también volvió a mencionar esa película, protagonizada por la mítica Nico y que signó toda una época: “No sé bien qué pasó en la proyección de La cicatriz interior en el Bafici, tuve la impresión de que el público no entendía bien lo que tenía enfrente, que les costaba comprender que estaban ante un film que no era narrativo en el sentido clásico, que no era psicologista. Como si nunca hubieran visto un film de Andy Warhol o se sintieran perdidos frente a un cuadro abstracto”.
La experiencia Bafici tuvo para Garrel también su costado positivo: “Los amantes regulares, en cambio, tengo la impresión de que fue comprendida inmediatamente”, dice en relación con el que sin duda es el mejor film de ficción realizado a partir de los acontecimientos de Mayo del 68 y que le valió el León de Plata al mejor director en la Mostra de Venecia 2005. “Se percibe que todo lo que tiene que ver con la política está muy presente, a flor de piel ahora en Argentina. Basta con salir a caminar por las calles para advertirlo. Hay marchas y movilizaciones y se advierte una brecha muy grande entre la burguesía y la gente pobre, algunos incluso que no tienen siquiera un techo y duermen en la calle. Eso me llamó mucho la atención en una ciudad como Buenos Aires”.
Para Garrel, esos contrastes también se advierten en las distintas salas en donde se exhibieron sus films: “Eso sucede también en París, por cierto. No es el mismo público el de una sala que el de otra. El de La cicatriz interior parecía que no tenía mucha experiencia o formación cinematográfica, mientras que en el de Los amantes regulares sucedía todo lo contrario. Un espectador me dijo: ‘Ah, pero su cine proviene de Godard, de Truffaut, de Pasolini’. Y tiene toda la razón, de allí viene ese film, esas son sus raíces”.
Mujeres
En cuanto a su película más reciente, Amantes por un día, Garrel entiende, como le sugiere este cronista, que sin renunciar a su cine anterior, con el que tiene una ligazón indeleble, marca sin embargo una diferencia importante en su obra, por la predominante presencia femenina: “Al tener a dos mujeres y un hombre frente a la cámara, inmediatamente el hombre pasa a ser una figura de fondo y las mujeres acaparan cada plano, eso es incontrastable”, asegura el director, que siempre tuvo mucho ojo a la hora de filmar el rostro y el cuerpo de una mujer. Para Garrel, sin que haya habido una decisión deliberada, esa novedad en su cine es producto también de un cambio de época: “Las mujeres hoy en Francia, como en casi todo el mundo, se ganan por sí solas esos primeros planos en la sociedad, se los apropian. Tienen muchos más lugares de responsabilidad e incluso de poder y manejan esa responsabilidad y ese poder mucho mejor que los hombres. Están más atentas y comprenden antes y mejor muchas situaciones”.
Cuando se le pide un ejemplo concreto, Garrel contesta desde un lugar impensado: “Considere a Angela Merkel, la canciller alemana, una mujer de Estado, ideológicamente de derecha y por lo tanto con quien yo no tengo nada que ver. Pero sin embargo, en Europa ella comprendió antes que nadie la crisis de los refugiados que se avecinaba y fue quien más hizo para intentar resolverla. Hay una diferencia fundamental y es que las mujeres suelen pensar en lo colectivo antes que en lo individual, anteponen el conjunto a las ambiciones personales. Por supuesto, hay excepciones, hay también mujeres fascistas, como quien fuera candidata a la primera magistratura en Francia”, señala Garrel sin mencionar siquiera ese anatema que es Marine Le Pen. “Pero esas expresiones son minoritarias, las mujeres cuando se suman a una causa lo hacen en nombre de todas, como estoy viendo que sucede ahora aquí en Argentina con el tema del aborto, que en Francia hace ya mucho tiempo fue resuelto”.
Linaje
En Amantes por un día, tiene un papel central su hija Esther Garrel, que está extraordinaria y que completa un linaje familiar que se inicia con el padre del director, el actor Maurice Garrel (1923-2011), y que continuó con el hijo mayor de Philippe, Louis Garrel, actualmente toda una estrella por derecho propio en el cine francés. “Mi padre era un gran actor de teatro, siempre lo admiré mucho y aprendí mucho de él, pero él también aprendió de mí”, recuerda ahora su hijo. “Al comienzo, no dominaba mucho el lenguaje del cine, pero poco a poco yo lo fui acercando y le fui dando personajes con mayor responsabilidad en mis películas”.
Eso mismo hizo también con sus hijos: “La primera vez que filmé juntos a Louis y a Esther fue en La Jalousie , una película que hice pensando en mi padre, y fue como una revelación. Cuando los miraba a través de la cámara comprendí lo que debió sentir Picasso cuando pintaba a sus hijos, en los que yo considero son sus mejores cuadros. Hay allí una experiencia personal intransferible, algo del orden de la intimidad que yo descubrí en ese momento”.
Guionistas
El tema del padre vuelve a reaparecer cuando se le menciona al legendario guionista Jean-Claude Carrière, a quien Garrel convocó para sus dos últimos largometrajes, A la sombra de las mujeres (2015) y Amantes por un día (2017). “Es alguien a quien siempre admiré y que, de alguna manera, también por una cuestión de orden generacional, me hacía acordar a mi padre. Por supuesto, estaba al tanto de sus guiones para Luis Buñuel, como El discreto encanto de la burguesía o El fantasma de la libertad, porque como decía Stanislavski, el gran maestro de actores, ‘siempre hay que dejar lugar al inconsciente’. Pero lo que me interesaba de Carrière era sin embargo un aspecto menos conocido de su obra, sus guiones para Jean-Luc Godard, como el de Sauve qui peut (la vie), cuando Godard volvió al cine luego de su período militante, o el de Passion, en el que ni siquiera figura acreditado en los títulos. Le dije: ‘quiero ese mismo tipo de guión, como los que hiciste para Godard’. Quería un guionista que no fuera meramente un dialoguista, que pensara en términos de cine, que yo le pudiera acercar mis ideas y con estas ideas él a su vez me propusiera escenas en un sentido puramente cinematográfico. El me proporcionaba la estructura –una estructura lejos de todo psicologismo, pero en la que inmediatamente se comprende todo lo que sucede en una escena– y yo entonces a partir de allí me sentía más libre para trabajar en la modernidad de la puesta en escena. Así como Marc Cholodenko fue el guionista ideal para Los amantes regulares, porque generacionalmente compartimos la experiencia de Mayo del 68, para mis dos últimas películas no pude haber contado con un guionista mejor que Carrière. Fue un honor trabajar con él”.