Gloria Grahame, actriz, cantante, sex symbol. La rubia vanidosa de ¡Qué bello es vivir!, la chica del gangster quemada con café hirviendo en Los sobornados, la ganadora del Oscar por su papel en Cautivos del mal, la actriz cuyo matrimonio con su ex hijastro Anthony Ray se transformó en uno de los escándalos mayores del Hollywood de los años 60, la mujer que murió de cáncer en 1981 luego de años de lucha contra la enfermedad y de sostener una carrera en la pantalla y sobre las tablas contra viento y marea. Basada en las memorias del actor y director británico Peter Turner --publicadas en 1986 como Film Stars Don’t Die in Liverpool, a su vez el título original de la película--, Las estrellas de cine nunca mueren retrata los últimos dos años de vida de Grahame bajo los estrictos postulados de la biopic, aunque utilizando a su vez algunos mecanismos del homenaje/pastiche al melodrama clásico, incluido el uso de una imitación moderna de la retroproyección. Vehículo para la estadounidense Annette Benning pero también para Jamie Bell (quien logró instalarse firmemente luego de aquel lejano debut en Billy Elliot), la película del eclético Paul McGuigan no ofrece demasiado hueso para roer más allá de lo razonable, pero al menos es capaz de generar interés en una figura del Hollywood clásico hoy poco menos que olvidada.
“No supe que ella estaba enferma hasta que fue a Lancaster”, comienza el prólogo del libro de Turner, último amante de la ex estrella, entre 1979 y 1981. El guion de Matt Greenhalgh también comienza por allí, con un llamado urgente a su casa y un viaje relámpago ida y vuelta desde Liverpool. A partir de ese momento, la película entrecruzará el pasado reciente y el presente, el encuentro del joven que da sus primeros pasos como actor y la diva retirada de las marquesinas de Hollywood --aunque no del oficio teatral-- y el patente decaimiento provocado por la enfermedad dos años más tarde. La diferencia de edad entre ambos --ella tenía 56 cuando se conocieron, él 27-- no parece haber sido un escollo mayúsculo para la relación, aunque la distancia transoceánica y la necesidad de trabajar de ambos forma parte sustancial del entramado narrativo. Una escena en Los Ángeles que hace las veces de presentación de su nueva pareja a la hermana y a la madre de Grahame dispara el único comentario hiriente sobre el pasado de la actriz, relacionado desde luego con sus cuatro matrimonios, incluido el último y más problemático. Allí, la aparición fugaz de Vanessa Redgrave no logra opacar a otra veterana de la pantalla británica, Julie Walters, quien compone a la comprensiva matriarca del clan Turner.
La obsesión de Grahame por la imagen física tiene fama de legendaria (se dice que el uso de copos de algodón para “levantar” su labio superior solía ser todo un problema en las escenas de besos) y la película hace del paso del tiempo uno de los elementos más problemáticos de la relación: la falta de confianza en sí misma merced a su aspecto es el origen no de una sino de varias situaciones de conflicto entre los amantes. Tanto el libro como el film afirman incluso que la recidiva del cáncer fue producto de la negativa de Graham a utilizar la quimioterapia, ante el miedo a perder el cabello. Son elementos que el cinéfilo y el aficionado a la vida privada de las estrellas celebrará internamente pero que no hacen que el núcleo del relato –-la historia de un romance trunco, imposible dadas las circunstancias-- acierte certeramente con ese timbre tan difícil de lograr: el melodrama trágico. Benning, desde luego, está estupenda. La imitación de la voz aguda de Grahame y de algunos de sus mohines no caen en la caricatura y en más de un pasaje logra dotar al personaje de una enorme fragilidad, que sólo pasa desapercibida a pura tozudez: ese auto convencimiento de que todo está bien y seguirá más que bien, aunque la realidad indique lo contrario.
LAS ESTRELLAS DE CINE NUNCA MUEREN 5 puntos
Film Stars Don't Die in Liverpool; Reino Unido, 2017.
Dirección: Paul McGuigan.
Guion: Matt Greenhalgh.
Fotografía: Urszula Pontikos.
Música: J. Ralph.
Duración: 105 minutos.
Intérpretes: Annette Bening, Jamie Bell, Julie Walters, Vanessa Redgrave, Stephen Graham, Frances Barber.