Hace poco salió su último libro, y ya está pensando en el próximo. Al borde de los 90 años Eva Giberti sigue produciendo saberes. “Mujeres y violencias”, que hoy a las 18 se presenta en la Feria del Libro (Sala Alfonsina Storni, Pabellón Blanco), sintetiza y compila el trabajo de muchos años, incluye ensayos que escribió en la década del ‘80 y artículos más recientes publicados en PáginaI12, sobre temas, lamentablemente tan vigentes, como la violencia sexual, la discriminación de género hacia mujeres y niñas, el femicidio, la trata para explotación sexual, entre otros. Al terminar de leerlo, surge una pregunta obligada: ¿Con quién se está peleando? Y ella responde: “Es cierto, en la mayoría de mis artículos estoy interpelada por un patriarca que me discute, y evidentemente es un diálogo con una figura simbólica con la que peleo como si fuera algo interminable, que no se puede callar. No hay posibilidad de silenciarme ni sonreír. No se puede sonreír frente al patriarcado”, dice Giberti en una entrevista con PáginaI12.
El que presenta hoy es su libro número quince, calcula. “Tiene ensayos que si no los colocaba en este libro, se perdían, algunos de la década del ‘80, que tienen absoluta vigencia, por ejemplo, sobre el tema de la obediencia de las mujeres desde una perspectiva psicoanalítica”, destaca Giberti.
–Está por cumplir 90 años, ¿Qué cosas le quedan por hacer?
–Seguir escribiendo. Y en el Programa Las Víctimas contra las Violencias, por ejemplo, federalizar la Línea 137. La ley de víctimas que salió recientemente es muy interesante, está muy bien hecha, y creo que va a permitir que gente que nunca había tenido palabra, ahora sí la tenga.
–La federalización del 137 fue una promesa del Gobierno de Cambiemos.
–El ministro de Justicia, Germán Garavano, lo dice permanentemente pero necesitamos contar con las policías de las provincias y no todas tienen dinero e impulso para ponerse al servicio de los equipos del 137. Sin la policía de la zona no podemos hacer nada.
–¿Qué la lleva a escribir?
–Hay situaciones que me irritan profundamente cuando veo abuso de autoridad. La página en blanco tiene un atractivo particular para mí.
Doctora en Psicología, trabajadora social, psicoanalista, Giberti fue pionera en la divulgación a grandes públicos de los temas de género y se convirtió en maestra de generaciones de mujeres. Empezó a escribir en el ‘56, con artículos sobre educación de las niñas en distintas revistas. En 1961 pondría en marcha esa colección emblemática que fue Escuela para Padres, que llegó a publicar 30 ediciones. Sus textos rompían moldes, abrían cabezas. Y lo siguen haciendo. Uno de sus artículos, publicado en los años ‘60 bajo el título “La virginidad es un estado del alma” en la revista femenina Damas y damitas, incomodó tanto a ciertas mentes retrógradas que fue censurado. “El intendente de entonces mandó a secuestrar todos los ejemplares de los kioscos”, cuenta, casi divertida. Lo inconveniente era que daba argumentos sobre el derecho a la sexualidad de las jóvenes. Entre sus orgullos, se destaca la creación de la Oficina de Rescate y Acompañamiento a las personas damnificadas por el delito de trata en el año 2008, en el ámbito de la Secretaría de Derechos Humanos, pocos meses después de la tipificación de ese delito por el Congreso, y el Programa Las Víctimas contra las Violencias, con la Línea 137, que funciona en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires, y que sigue coordinando.
–¿Cuándo se hizo feminista?
–Me hice feminista sin saberlo. Por razones viscerales. Tanto es así que en el libro Escuela para Padres, ya escribo qué es ser feminista y cuáles son los derechos de las mujeres. En aquel entonces sabía muy poco acerca del feminismo pero tenía algunas lecturas y había escuchado a Alicia Moreau de Justo. Esas reflexiones estaban dentro del gran paquete de lucha contra el autoritarismo, que en realidad era lucha contra el patriarcado.
–¿Qué era ser feminista en la década del ‘50?
–Era oponerse a todas las formas del patriarcado y el autoritarismo dentro de la familia. La lucha era contra el padre todo poderoso y lo que se podía ver. Lo que padecíamos y veíamos las mujeres jóvenes. No se podían ver todavía las distintas formas de presión masculina sobre las mujeres como se ven hoy en día. Lo que veíamos era el poder del padre, de los hermanos, de los tíos y de los abuelos. No se veía todavía el abuso familiar en distintos otros niveles, ni el acoso en la calle, ni la violencia familiar, que se la padecía como parte de la vida cotidiana y como forma de aguante en la vida familiar. Esas eran cosas que tenían que pasarte porque estabas casada, y los hombres mandaban. Y como ellos mandaban, si te pegaban, se aguantaba. Eso no era algo que me pasara a mí pero lo veía en gente conocida.
–¿Qué veía en la relación con su padre?
–Esa era una relación compleja porque lo perdí cuando tenía 11 años. Mi padre se suicidó delante de mí. Fue una situación muy difícil. Teníamos muy buena relación, pero evidentemente estaba muy mal, hizo una crisis depresiva y pasó lo que pasó. Y nadie lo vio venir. Yo no padecí el patriarcado en mi casa a través de mi padre, pero sí a través de mis dos abuelas, sobre todo de la abuela con la que fui a vivir, que pertenecía a una familia italiana, formada en un mundo de condes, de muy buena posición económica, exigida por los rigores de la educación, sobre cómo había que enseñarle a una niña. Me educaron con la línea prusiana de educación.
–¿Qué significaba?
–Sometimiento a pautas de conducta que yo de ninguna manera iba a tolerar. Entonces empieza la historia del jardín de infantes del Normal N° 1, al que debía ir porque era el más famoso y disciplinado. Se ve que yo no toleraba que tuviera que estar sentada y vestidita con el delantal, el moño, los zapatitos y las medias, el tiempo que la señorita me indicaba. ¿Yo qué hacía? Me sacaba los zapatos y me subía a las mesitas, es decir, hacía lo que cualquier nene de jardín de infantes hace. Tenía unos 4 años. Entonces llamaron varias veces a mis padres para decirles que esa inconducta era muy peligrosa, que marcaba un tipo de personalidad que sería muy difícil de manejar en el futuro, que sería una niña díscola y que seguramente tendría muchos problemas para el crecimiento.
–¿Qué consecuencias le trajo?
–Que me retaran muchísimo en mi casa y que me dijeran que no tenía que hacerlo. En la escuela primaria, en primer grado inferior, me acuerdo que permanentemente me mandaban al frente con la sillita o a la dirección porque hablaba en clase, aunque tenía muy buenas notas. No podía quedarme los 50 minutos de clase callada. Me hicieron un gran entrenamiento en la vergüenza en esos primeros años. Sentía que no encajaba, que no alcanzaba con tener muy buenas calificaciones: aprendí que había algo de la convivencia en lo que yo no acertaba, pero a lo que no renunciaba, evidentemente.
Durante la última dictadura militar, Giberti coordinó en su casa grupos de estudio, lectura y reflexión. En la gestión alfonsinista, fue convocada junto a otras referentes de distintos ámbitos, como asesora por la reconocida Zita Montes de Oca, entonces subsecretaria de la Mujer. Fue su primera aproximación a la función pública. Más tarde la desempeñaría durante la gestión de Aníbal Ibarra como jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, cuando María Elena Naddeo, entonces al frente del Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, la llamó como consultora y a la vez, para que se hiciera cargo del Registro Único de Aspirantes a Guardas con fines adoptivos. La adopción ha sido otro de sus grandes temas. Entre otros recorridos, Giberti fue docente de la UBA en la Especialización de Posgrado en Violencia Familiar de la Facultad de Psicología. Y en los últimos años capacitó y formó a efectivos de fuerzas de seguridad en la temática, además de dar charlas y conferencias en ámbitos académicos y comunitarios.
Su primer acercamiento a víctimas de violencia machista, recuerda, fue a poco de recibirse de asistente social. No tenía 30 años. Trabajaba en el Ministerio de Asistencia Social, era el gobierno de Arturo Frondizi.
–¿Cómo ve el movimiento feminista hoy?
–Tiene situaciones y momentos de arranque agitativo particularmente protagonizado por las más jóvenes, muy interesantes y también de reflexión, procesos académicos, y de construcción teórica. El movimiento feminista ahora es un magma donde hay una serie de distintas corrientes que se van suscitando espontáneamente y que enhorabuena sea así. Antes el feminismo estaba representado por mujeres adultas, blancas, heterosexuales y de clase media. Hasta que el feminismo se plantó y dijo ¿qué es esto? Y entonces empezó a entenderse la negritud, la mulata, la mujer indígena, y ahí el feminismo empezó a poner los pies en la tierra. Es lo mismo que está pasando ahora con toda la lectura de las mujeres subordinadas y en Argentina este rugir, este fermento se lo ve muy bien.
–¿Qué piensa del debate sobre la despenalización y legalización del aborto que se abrió en el Congreso?
–Escribí por primera vez sobre aborto en la década del ‘80 en un boletín de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Ser armó un bochinche bárbaro, porque la APDH es un conglomerado de gente de distintas ideologías y yo estaba en la comisión directiva. Había grupos religiosos que me objetaron pero no se atrevieron a censurarme. La nota salió. Tengo expectativa frente al debate que se está dando en Diputados. Ojalá se apruebe la ley para legalizar el aborto. Pero creo que nos vamos a sorprender al ver que todavía hay una rémora religiosa muy fuerte en nuestro país, sobre todo en algunas comunidades provinciales.
–¿Después de décadas de escribir y trabajar desde la función pública contra la violencia hacia las mujeres, piensa que es posible prevenirla y erradicarla?
–¿Se puede prevenir más de lo que se previene? Sí. ¿Totalmente? No. Habría que tener en cuenta lo que la experiencia nos enseña a partir de nuestras intervenciones desde el Programa Las Víctimas contra las violencias. Vemos casos de mujeres que son amenazadas de muerte por su pareja, con la que conviven, y que incluso, está armada, pero no se toma en cuenta el delito de amedrentamiento ni se le quitan las armas. Hay mujeres que hacen la denuncia en la comisaría, en provincia de Buenos Aires, y la policía no se da por enterada. Y hace la segunda y tampoco interviene. Y después de la tercera, la mata. Esa prevención es posible y no se hace. Lo que no hay forma de prevenir es la violencia cotidiana porque muchas mujeres están esperando que el marido, el compañero, sea el padre nutricio de sus hijos y por eso se quedan aunque la maltrate, porque sola no podría mantenerlos. Hay otro sector de mujeres que se quedan porque ellas no pueden vivir sin un varón, se sienten que están incompletas, porque han sido criadas en situaciones de mucho desvalimiento desde su infancia y han soñado siempre que necesitaban un varón que las defendiese. Y después se quedan con ese varón violento porque dicen “en el fondo es bueno”. Esa famosa frase es una de las trampas que inventan para quedarse, aunque el tipo es un canalla, un miserable, un atorrante, que sigue golpeándolas. Ese es un fenómeno que hemos encontrado muchas veces y no hay modo de que ellas se den cuenta de que ese hombre es un malvado, un perverso. No pueden prescindir de la presencia de un varón.
–¿Se puede trabajar con esos varones para que cambien de conducta?
–Como psicoterapeuta te digo que tenemos la obligación de intentar trabajar, como vieja con experiencia te digo que he visto muy pocas rehabilitaciones y que además, no consigo que me muestren estadísticas quienes tienen grupos de varones que ejercen violencia y trabajan con ellos. He pedido, honestamente, estadísticas sobre quienes concurren no por orden de un juez sino voluntariamente para ver qué resultados tienen, pero nunca me las mandan. Es difícil rescatar a estos hombres porque en el fondo sienten una gran satisfacción cuando golpean, se expande el yo de ellos, cuando encuentran una víctima. Además de la excitación sexual que les produce, se les alimenta el yo, se sienten grandes. Y en última instancia es lo que les pasa a los padres que le dan unos sopapos a sus hijos: sienten que ahora va a aprender quién es el que manda.
–En las últimas semanas quedaron en primer plano los abusos sexuales ocurridos en clubes de fútbol hacia jugadores de las divisiones inferiores, probablemente en el marco de alguna red de trata.
–Los abusos sexuales contra menores de edad son un hecho histórico, vienen de la época de Nerón, que era especialista en abusar. Tenía una corte de niñitos de entre 4 y 5 años que nadaban entre sus piernas cuando él se tiraba a las piscinas romanas.
–Pasaron muchos siglos.
–Desde el Imperio Romano no ha cambiado nada. El chico sigue siendo motivo de placer para el adulto, pero en primer lugar no está el placer sexual, sino el abuso de poder. Es decir, el niño como muñeco, como fetiche, como búsqueda de una víctima. En los clubes de pedofilia, los adultos sostienen que en realidad no dañan a los niños porque ellos buscan que tengan placer. En realidad, lo que buscan es disponer de una criatura para mostrar el ejercicio de poder. Siempre el poder es lo que maneja el violento sexual, el violento familiar y el pedófilo. La calentura, la excitación se la produce la humillación y el sometimiento de la víctima.
–Lo que si cambió es que se denuncian más estos casos...
–Sí. Nosotros recibimos miles de denuncias en el 0800 222 1717. La gente se atreve a hablar ahora. Lo que ha pasado en el fútbol es realmente interesante: los casos tienen la publicidad que tienen porque son varones. Le han tocado el cuerpo a los machos. Pero lo que le pasa a los varones hace cientos de años que le pasa a las nenas y en mayor proporción. Esto es el patriarcado.
–¿Hay más tolerancia a las violencia sexual contra las mujeres?
–Claro, por eso se convierte en un escándalo (el caso de Independiente).
–¿Reciben en el 0800 llamados de mujeres adultas que ahora se animan a contar los abusos sufridos en su infancia?
–Si, muchísima gente adulta que dice por ejemplo: tengo 40 años y cuando tenía 8, me pasó tal cosa… y quieren denunciar. Entonces las asesoramos para que sepan cómo actuar, si se puede o no denunciar.
–En muchos casos, la justicia no investiga porque considera los delitos prescriptos y las víctimas quedan muy frustradas porque se animaron a hablar, finalmente, y los hechos quedan impunes.
–Las víctimas tienen sus tiempos, deberían respetarse siempre. Los que son cómplices son los familiares. Lo que es necesario es que ellos se decidan a reconocer que dentro de la familia tienen al sujeto violador. Lo que hace falta es educación que explique que la familia no siempre es un lugar seguro para criar a los chicos, que te explique que podés estar casada o viviendo con un hombre que puede ser un peligro para los hijos. Además, hace falta que los jueces, juezas y secretarios de los juzgados se ilustren un poco más acerca de lo que esto quiere decir para que no pidan a los chicos pruebas que los chicos no pueden tener, como restos de semen en su vulva o en su boca, o muestras de lesiones. Muchas veces los pederastas son muy hábiles, porque determinado tipo de manoseos o el sexo oral, si el chico consigue lavarse, no deja huellas. El Derecho Penal exige pruebas que es muy difícil preservar en los delitos contra la integridad sexual. La palabra de las víctimas tiene que ser considerada verosímil, sin necesidad de otras pruebas, que no se pueden conservar.