Desde el campo nacional y popular no existen dudas de que la política económica de la Alianza PRO es un ajuste neoliberal clásico en un sentido bien preciso: tasas altas, fuerte endeudamiento externo, baja de salarios y de impuestos a los más ricos, desindustrialización y apertura importadora. Es verdad que faltan algunos componentes tradicionales, principalmente las privatizaciones aceleradas, pero se trata sólo de una cuestión de tiempos políticos, no de ideología. Ya llegarán junto con un probable programa con el FMI. Por lo pronto a Aerolíneas Argentinas se le comenzará a vaciar su mercado y se habilitó la venta de acciones del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses.
Por cierto, se trata de un conjunto de políticas que están lejos de poder ser consideradas keynesianas. Hay que ser muy ortodoxo o muy poco conocedor de la obra de uno de los mayores economistas del siglo XX, para tildar de “keynesiano” al renunciante Alfonso Prat-Gay. Sin meterse en exquisiteces teóricas ni análisis sofisticados, un discípulo de J. M. Keynes –incluso a la bartola, como se lo estudia en las universidades locales– jamás tomaría medidas procíclicas como las implementadas por el efímero ministro. Sucede que en la formación rudimentaria de la ortodoxia local la idea de “keynesiano” se utiliza en contradicción polar con ajuste fiscal. La persistencia del déficit significaría que no hubo ajuste suficiente y, por carácter transitivo, el ex ministro sería keynesiano, es decir; el titular del manejo de las cuentas públicas de un Estado gastador. Lo escrito parece una caricatura, lo triste es que es verdad. Basta con escuchar cualquiera de los medios oficialistas para comprobar la repetición serial de este tipo de razonamientos. La realidad es bastante diferente. Bajo la gestión del ex JP Morgan el gasto público cayó en términos reales en todos los rubros. La persistencia y el aumento del déficit se explican por el lado de los ingresos, doblemente afectados por la eliminación de impuestos y la caída de la actividad. Note el lector, de paso y una vez más, que la inmensa deuda en dólares no reemplazó ni financió al déficit en pesos, como acríticamente se continúa repitiendo. Los gastos del Estado no se pagan con dólares y la moneda nacional no necesita estar respaldada por divisas.
Volviendo al ministro saliente, todo parece funcionar ante la mirada pública como un gran malentendido. El ex ministro no llevó adelante políticas anticíclicas, aplicó un fuerte ajuste fiscal y el gigantesco endeudamiento externo no mitigó ninguna de estas situaciones, sólo financió fuga de divisas y pagos internacionales y facilitó la estabilización cambiaria post devaluación en un contexto de alta inflación. Si, dando un paso más, el mote de keynesiano proviene de la presunta puja con el Banco Central por el nivel de la tasa de interés, entonces todo se reduce a la fábula.
Al keynesianismo le sigue una segunda apreciación errónea sobre el ex banquero y, por extensión, sobre la política económica del gobierno, la del supuesto “gradualismo”. Va de nuevo: Si hubo una fuerte caída real del gasto público, un aumento impresionante del endeudamiento en pesos y dólares, eliminación de impuestos a los ricos, caída fenomenal de salarios y aumento de más de 3 puntos en el desempleo ¿dónde está el gradualismo? Para encontrar caídas similares en los ingresos de los trabajadores es necesario remontarse nada menos que hasta la dictadura militar iniciada en 1976, cuando estas transformaciones se imponían a sangre y fuego y no con la silenciosa complicidad de la columna vertebral del movimiento. El encantamiento sobre la mayoría de la población que provoca el poder mediático no deja de ser asombroso, en particular porque no renovó su metodología. Al igual que en las últimas experiencias neoliberales, la estrategia consiste en la multiplicación de gurkas mediáticos que repiten que, en realidad, el gobierno “es tibio, no va lo suficientemente a fondo” con la austeridad fiscal. En otras palabras, el neoliberalismo no cumpliría sus promesas formales porque no se lo aplica suficientemente, mecanismo que, de paso, cumple la función adicional de mantener a salvo la teoría: no es que la ortodoxia sea mala y se base en supuestos falsos que no describen la realidad, sino que no se aplica bien. No hace falta detallar cuáles serían las consecuencias de ir todavía más a fondo, son procesos conocidos: un parate económico de consecuencias políticas impredecibles.
Además del keynesianismo y el gradualismo queda un tercer supuesto falso repetido, el de “los logros” conseguidos por el ministro renunciante y, por lo tanto, por el gobierno. Citando a un columnista oficialista elegido al azar, dichos logros serían básicamente tres: “el levantamiento del cepo, el arreglo con los holdouts y la apertura del crédito externo”. Semejante tríada debería ser un insulto a la inteligencia media. En “el levantamiento del cepo” la acción de Prat-Gay se limitó a eliminar los controles cambiarios y nada más, lo que provocó una potente devaluación del 40 por ciento y una disparada inflacionaria que luego se reforzaría con las subas tarifarias. Con “el arreglo con los holdouts” el proceso fue similar, la acción se limitó a pagarle a los buitres sin chistar y sin negociar la cuenta que le presentaron, incluidos los costos judiciales de litigios ganados por el Estado argentino ¿Cuál sería el éxito? ¿En qué parte está aplicada la solvencia técnica? La apertura del crédito externo, por último, sería un logro si después de tantos pagos y señales se hubiesen conseguido al menos tasas de interés similares a las de otros países de la región, más aun considerando la baja relación deuda/PIB heredada del gobierno anterior, pero ello tampoco ocurrió. La plaza argentina sólo se transformó en el destino de capitales calientes que ingresaron para aprovechar el diferencial de tasas. Más que un logro, el megaendeudamiento conseguido por Prat-Gay representa una verdadera desgracia.
Finalmente, lo que no se le puede negar al ex JP Morgan es haber sido un ministro con un ego pocas veces visto, en particular si se lo relaciona con los resultados de su gestión. Un ego que quizá se encuentre en la raíz de su salida anticipada. En su balance solitario probablemente le duela no haber sido uno de esos ministros “estrellas de rock” y con poder de la historia reciente, como los carismáticos, aunque en las antípodas, Domingo Cavallo y Axel Kicillof. Los ex compañeros del Cardenal Newman no se lo permitieron, le cortaron las piernas. Quedarán como anécdotas sus frases despectivas y sus reiterados desaciertos en la predicción del comportamiento de las variables económicas. Su legado, en cambio, es el de un ministro gris que acrecentó la deuda pública a la mayor velocidad de la historia y derrumbó los ingresos de los trabajadores; apenas uno más de una estirpe esperpéntica.