Una jovencísima Ana Katz conversa animadamente con dos compañeros de viaje, mientras al volante otra chica, una irreconocible Jazmín Stuart, se encarga de doblar por Scalabrini Ortiz. Rosario Bléfari levanta el tubo de un teléfono público de Entel, esos de techo curvo y rojizo; más tarde, ella misma –aunque con otro corte de pelo– se encargará de matar a Héctor Alterio de un certero disparo. Ángel Magaña pinta la jaulita de sus tres jilgueros, la cámara panea desprolijamente hacia abajo y, durante un instante fugaz, deja ver la claqueta: “El juicio de Dios - Director: Hugo Fili”. La búsqueda de ese título en algún banco de datos será infructuosa o, en el mejor de los casos, estará signada por una imposibilidad en forma de placa: abandonada, incompleta, nunca terminada. Las imágenes mencionadas arriba tienen en común un universo cerrado sobre sí mismo, aislado hasta ahora de las miradas ajenas: forman parte de un sinnúmero de largometrajes argentinos que nunca llegaron a buen puerto y terminaron inconclusos, flotando en un limbo, su sostén físico amurado en algún depósito, eventualmente resguardado en el Museo del cine Pablo Ducros Hicken.
La nueva película del archivista y programador Leandro Listorti, La película infinita –que acaba de presentarse en el Bafici y el próximo domingo 6 de mayo se estrena en el Malba– se suma a las filas de ese género cinematográfico conocido como found-footage (literalmente, “metraje encontrado”), aunque de una manera muy particular. “La idea estuvo presente desde antes de que apareciera el material”, comenta Listorti en su lugar de trabajo cotidiano, el Museo del Cine. “La pregunta era: ¿qué habrá sido de todo ese material? Empecé a investigar, a tomar notas y después vino otra etapa junto a Paula Singerman, la productora de la película, para comenzar a elaborar el proyecto y buscar esos fragmentos, ver si existían realmente, si se podía contactar a los dueños. Ese proceso se extendió hasta el montaje porque nunca dejamos de revisar archivos. Y la idea de ‘película infinita’ tiene que ver con la posibilidad de que se siga haciendo durante años. Quizás dentro de algunos años se pueda retomar y volver a hacer una edición con otro material que vaya apareciendo. Es una idea que muy atractiva”.
El ocio, de Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu (1999). Sistema español (1988), de Martín Rejtman. El juicio de Dios (1979), de Hugo Fili. Películas abortadas a las cuales se les suma la adaptación de Zama encarada en los años 80 por Nicolás Sarquís, la ópera prima nunca realizada de Alejandro Agresti, La neutrónica estalló en Burzaco (1984), o una versión animada de El eternauta del realizador Hugo Gil, de quien también se conservan algunas extrañas escenas apocalípticas de El adentro (1971). La finitud de aquello que fue filmado tiempo atrás y enlatado en solitario para una posteridad incierta se encuentra así con una cercanía nunca imaginada, la de aquellas otras películas hermanadas por su brusco final. Una filiación que es aún más profunda dada su eterna mudez: todos esos planos y, en algunos casos, escenas nunca fue reunido con su par sonoro, el registro directo final o temporario de los sonidos que acontecieron en el momento del rodaje. Listorti decidió elaborar una banda sonora a partir de una construcción poética que permitiera, a su vez, enlazar esas imágenes de diferentes eras, tonos y contrastes. Con una notable excepción: Rosario Bléfari ingresó a un estudio para doblarse a sí misma, casi tres décadas después del registro de las imágenes. “En un primer momento la ausencia total de sonido parecía un obstáculo. Pero al tomar conciencia de que íbamos a tener que trabajar con esas imágenes silentes, apareció el concepto de que crear el sonido nos iba a permitir coser todos esos pedazos. Finalmente, el espacio más creativo resultó ser ese, porque fue el que permitió que dos imágenes muy diferentes formaran parte de una misma historia. Fue un trabajo paralelo al del montaje de la imagen. La idea de doblar algunas escenas estaba en abstracto desde un principio, pero al darnos cuenta de que teníamos dos películas con Rosario nos pareció que tenía que ir por ese lado. Ella es hipnótica y su voz es muy particular y atractiva y se sumó al proyecto con la mejor voluntad. La única otra voz que se escucha, al principio y al final, es la de Edgardo Cozarinsky, alguien que además corporiza un montón de cosas ligadas al cine y la literatura”.
Típico en el terreno del found-footage, donde se reelaboran imágenes y/o sonidos registrados con anterioridad por otros creadores, La película infinita no tuvo un proceso de rodaje. Con una única excepción, como aclara Leandro Listorti: “Hay unas manos artificiales que se ven hacia el final, que se habían hecho para otro proyecto nunca filmado, la versión de El eternauta de Lucrecia Martel. Las filmamos en 16mm y esos planos los revelamos nosotros mismos”. A la belleza intrínseca de algunas de las imágenes o al laborioso proceso de encuadre clásico conocido como plano/contraplano –que se hace evidente en las escenas conservadas del no-film de Hugo Fili–, Listorti destaca la evidencia de un estilo en gestación, al menos en el caso de aquellos directores que luego comenzaron y terminaron otras películas. “Por ejemplo, en lo que se filmó de Sistema español uno ve no sólo una forma, un estilo de época –que no casualmente conversa con otras películas de ese período– sino además ciertas formas de encuadrar que luego estarían presentes en las películas de Rejtman. Lo interesante es imaginarse cómo hubieran sido las películas de aquellos directores que luego no lograron filmar”. El director de La película infinita (¿otra película no terminada?) comenta al pasar que la búsqueda del material hizo que aparecieran muchas anécdotas ligadas a esas películas, información relevante o anecdótica que le sugirió a los responsables la posibilidad de editar en el futuro un libro. Mientras tanto, el Zama de Sarquís camina con su traje de época, acompañado por un movimiento de travelling calculado al milímetro y una mancha de humedad multicolor que nadie esperaba ver en 1984, pero que el paso del tiempo hizo que se adhiriera sobre la emulsión. Quizás con la intención de hacerle compañía a ese hombre que espera y seguirá esperando, eternamente, en esa jaula de celuloide ahora liberada.
La película infinita se exhibirá todos los domingos de mayo a las 18 en Malba Cine, Av. Figueroa Alcorta 3415.