¿Bajo cuántas llaves puede guardarse el secreto de una pieza internacional, que desde hace años da vueltas por el mundo? ¿Cuán oculto puede ser el desarrollo de una obra teatral que van a ver 160 personas todas las semanas? La respuesta es sorprendente. Conejo blanco, conejo rojo fue escrita por el dramaturgo iraní Nassim Soleimanpour poco más de un lustro atrás, cuando por una orden judicial tenía prohibido salir de su país por haberse negado a realizar el servicio militar. Ante esa negativa, el escritor creó un mecanismo mediante el cual puso su aura por las nubes: Conejo blanco, conejo rojo, una pieza con su voz y su firma, que podía viajar por correo para ser representada en cualquier ciudad del mundo sin necesidad de que él estuviera presente en las representaciones. ¿Cuál es el secreto? Todo aquello que sucede en la obra no puede ser revelado ni por los productores del espectáculo ni por su público. Cierto: hasta aquí no parece ser distinto a como los textos dramáticos funcionan con normalidad, esto es, pasar de una puesta a la otra, de un director a otro. El texto viaja, el dramaturgo no. La particularidad –o una de las particularidades– de esta pieza es que no hay “puesta” ni director. El texto viaja y así lo recibe en el mismo escenario un actor que deberá leerlo por primera vez adelante del público. Su dispositivo es sencillísimo. La lectura del texto se hace en vivo y por eso mismo es única. Siempre un actor diferente. Una versión nueva, cada vez. 

La pieza del dramaturgo vedado se viralizó, si es que ese verbo del mundo virtual puede usarse para las acciones de la vida real: fue representada más de 1000 veces en 25 idiomas y estrenada en muchos de los festivales y salas más importantes el mundo. Y en ese derrotero llegó Buenos Aires. Desde hace algunas semanas puede verse en el teatro Timbre 4. Primero era solo los lunes, luego también los domingos, y ahora se han agregado algunas fechas los sábados. Lo que se dice un suceso. 

Una de las novedades que aporta Conejo blanco, conejo rojo a la escena es la idea de hacer una obra teatral convencional, que realiza una temporada de funciones, en la que sin embargo no hay repetición. Si bien el texto es siempre el mismo, al cambiar el actor que lo lee y cambiar el público, la obra no es la misma. Más aún teniendo en cuenta que no hay lectura previa, sino que todo sucede en vivo. Hay bastante de performance, en tanto y en cuanto la obra es finalmente lo que acontece en cada función. Han pasado por la experiencia actores de gran talla como Verónica Llinás, Claudio Tolcachir, Daniel Hendler, Osqui Guzmán o Dolores Fonzi, así como figuras más excéntricas como Julieta Venegas, Hernán Casciari o Darío Sztajnszrajber. 

Estamos en presencia de un experimento. No es raro entonces la alusión a los conejos en el título. Es sabido que son la especie más usada para pruebas científicas de todo tipo, desde las de la industria farmacéutica, hasta experiencias de otra clase, que buscan tipificar conductas animales, hábitos, modos de proceder colectivamente. En la obra claramente funciona como metáfora. No se puede contar mucho pero algo puede inducirse. ¿Hay algo científico en Conejo blanco...? ¿Hay alguna hipótesis que el joven autor iraní quiera demostrar, tomando al actor entusiasta e incauto como agente y al público como cautivo? No podemos decir nada. Nada de nada. Se nos ha prohibido hablar como periodistas e incluso como espectadores. La alerta corre apenas ingresamos a la sala. Y si algún distraído no escuchó, también figura en su entrada y programa de mano. Algo inquietante se oculta. 

Hay que decir que la institución Timbre 4 nos da una cierta confianza. Nos dirigimos hasta Boedo 640 porque sabemos que la pieza ya lleva sus funciones, que los espectadores salen vivos, y también los actores. Antes de ayer Verónica Llinas se paseaba por los pasillos del Village Recoleta, luego de haber hecho la voz en off en la magnífica La flor, dirigida por su hermano Mariano. Así que peligro, lo que se dice peligro, no corremos.

Osqui Guzmán

Algo singular de la experiencia que propone Nassim Soleimanpour es su prescindencia de la figura del director. En el texto secreto que viaja de país en país –¡no vamos a decir nada de su contenido!– hay didascalias contundentes, indicaciones escénicas, propuestas concretas. Es de alguna manera una lista de instrucciones. Como si lo que viajara en el sobre no fuera solo lo que se dice sino también lo que se hace: texto + director. Como si lo que viajara fuera finalmente un polvito con una obra de teatro deshidratada que luego, con la humedad necesaria, cobra vida. 

Por eso, en medio de todas estas nubes de misterio, en lo que se pierde en la distancia, las mediaciones, la idea de pieza experimental, se oculta una voz contundente y poética, la de Soleimanpour, que quiere transmitir algo. Y su propuesta es jugada: volver a creer, volver a esa suspensión de la incredulidad que siempre guardó para sí la ficción. Si uno pone las búsquedas necesarias en Google, si tipea los nombres, las fechas, los festivales, los actores, es muy probable que dé con la respuesta a estos misterios. Pero la idea es no hacerlo. No dejarse llevar, ni buscar en ese enorme espía que es internet y dejarse llevar de la forma que sea posible en la experiencia escénica. 

Aun así y aun sin poder contar nada de lo que sucede en Conejo blanco, conejo rojo, podemos decir que entregarse al acontecimiento no es igual a entregar nuestra conciencia crítica. Ni entrar calmo en la noche quieta. Finalmente la mente es lo que se mantiene despierto, desafiado y estimulado por la obra. Lo que pide Soleimanpour es muy poco. Simplemente: no googlees. u

En las próximas funciones le toca a Cecilia Roth (sábado 28 de abril a las 20.30 ) y a Rafael Ferro (lunes 30 de abril a las 21). Para mayo ya están confirmados Pablo Fábregas, Sebastián Wainraich, Dalia Gutman y Marina Bellati. Para junio las funciones pasan a ser los días jueves.