Uno no controla su fanatismo. Uno no controla en realidad casi nada. Sólo de pensar que el Cinturón de Van Allen, que es una barrera contra la radiación solar, se mantiene por la imantación del núcleo líquido ferroso del planeta, hay que darse cuenta de que todo lo demás es de arriba. Ni siquiera hablo de las decisiones que uno cree tomar a lo largo de su vida. Uno no controla casi nada, menos que menos su fanatismo. Me hubiese gustado, por ejemplo, ser fan de Agnes Varda, una niña de 90 años a la que le gusta correr aventuras. Visages villages es esa película hermosa de la que no soy fan pero me gustaría ser. Me atraen ese tipo de historias. Resulta fácil identificarse con ella cuando camina por los pueblos de la campiña francesa, hermosa con su casco bicolor. Visitando la tumba de Henri Cartier-Bresson en un cementerio diminuto. Esta mujer sin vergüenza de parodiarse a sí misma y que además hace una película con tus mismos problemas, pero con... más dinero.
Yo soy fanático de las naves espaciales. No lo puedo evitar. Hacer dedo a una nave que pasa, siempre llevando una toalla (como en Guía del viajero intergaláctico), es mi gran sueño... Es uno de mis grandes sueños. Es un sueño.
Me hubiese gustado ser fanático de Fermat y comentar su teorema con liviandad calviniana (por Italo Calvino) pero del gran porcentaje de fórmulas esbozadas en el libro para tontos (El último teorema de Fermat) sólo pude dividir una fracción de lo que no entendí y elevarlo a la raíz cuadrada de lo que no me interesó.
También me hubiese gustado ser fanático de Andrei Tarkovsky y tener un llavero con una campana, como esas que tenía que hacer el chico para no morir de hambre en la película Andrei Rubliev. Me acuerdo de la escena en la que el pibe cae al piso y uno no sabía si la campana iba a sonar o no, y esperaba que sonara con el corazón en la garganta. Me gusta Tarkovsky, pero ¿soy fanático? ¿Tengo acaso una remera que diga “Al principio era el verbo. ¿Por qué papá?”, como dice el niño al final de El Sacrificio.
De lo que soy fanático es de Doctor Who. Desde siempre, solo que no lo sabía. Doctor Who es una serie que empezó antes de mi nacimiento y todavía sigue. Además de la serie, hay varias películas e incluso un capítulo aniversario, de cuando se cumplieron los 50 años, que pasaron en el cine en 3D y que por supuesto fui a ver. Cuando era chico, que es cuando aparece todo lo que después va a ser problemático, yo solía mirar muchas series y películas. Porque hay que decirlo, lo de ver series no es algo de ahora. Lo que cambió es nada más que la manera de meterse los capítulos uno tras otro como maní salado, solo parando para las necesidades básicas. Entonces, decía, cuando era chico vi en Sábados de súper acción una película de un científico que viajaba por el tiempo y el espacio en una cabina de teléfono inglesa. Más grande por dentro que por fuera. En esa “nave” viajaban al futuro donde una raza extraterrestre dominaba el planeta. El futuro, por supuesto, era apocalíptico. Sin embargo todo sale bien y uno de los personajes, cuando vuelve a su tiempo, vuelve unos minutos antes y evita un robo. Tener una nave espacial que viaja por el tiempo y ocupa poco espacio me pareció el mejor invento del universo.
Pasaron años y años de adolescencia, novias, montañas y películas de naves tratando de averiguar qué película era esa. Un día, en una conversación al pasar, le comento el tema a Albert Fasce. “Ah, Doctor Who”, me dijo como si nada. Y el universo se abrió como una flor, como una cama con frazadas, como... bueno, como lo que quieras. Podés completar la frase a gusto y piacere. Hay que salir de la comodidad de la lectura digerida. “Tú, hypocrite lecteur! –mon semblable– mon frère!” Después de un impasse de la serie, porque tuvo su intermitencia a lo largo de los años, el doctor retomó sus actividades en 2005 hasta nuestros días. Sus enemigos, los Daleks siguieron siendo los más malos del universo. De todos los doctores que hubo en este medio siglo de Doctor Who tengo, por supuesto, un favorito. En total fueron 13 doctores, incluso en la próxima temporada habrá una doctora, porque el protagonista no muere, sino que se regenera y cambia de cuerpo (aplausos por esto para el productor y el guionista). Aunque seas actor y te elijan de Doctor Who no tenés nada asegurado, te pueden cambiar así (chasqueo de dedos) y la serie sigue. Hay un círculo vicioso del que sufrimos los fans de la serie en cada cambio de Doctor. Es como las etapas del duelo según Bob Fose en la película All That Jazz: Negación Ira Negociación Depresión Aceptación. A los que seguimos las correrías del Doctor, cada vez que nos cambian al protagonista, pensamos del nuevo intérprete: A mí este Doctor no me gusta Bueno, tiene sus momentos Che, que bien que está este Doctor NO!!!! ¿Cómo que se va a morir? Lo amo. No lo cambien.
De todos modos David Tennant es mi Doctor favorito, porque es lejos el que mejor corre. Vivimos muchas aventuras, tuvimos muchos acompañantes y muchos momentos tristes. Las alegrías y las tristezas forman parte de la serie, por eso la veo. Un póster, una remera vieja y mi llavero son testigos.