La publicación de Limónov en 2011, la biografía de Emmanuel Carrère sobre el dandy falsario, escritor y político disidente ruso, permitió que los lectores nos asomáramos de forma vertiginosa a submundos de un país históricamente marcado por la desmesura. El libro se transformó en bestseller, en parte, porque acceder a la vida del inverosímil Eduard Limónov era también recorrer el devenir político y cultural soviético y ruso de los últimos 80 años. Pero el libro no es conclusivo, no tiene un final –su protagonista sigue vivo– y además en la última parte se abre un nuevo capítulo con la llegada al poder de Vladimir Putin y su transformación de espía gris en hombre fuerte para un proyecto autoritario e hipercapitalista.
Esta nueva era, que arranca en el año 2000 y se continúa hasta nuestros días, es la que elige contar, desde la crónica, el autor británico Peter Pomerantsev en su libro La nueva Rusia.
Pomerantsev estudió cine, es hijo de exiliados soviéticos, se crió en Londres y después de la Universidad decidió instalarse en Rusia, un poco por curiosidad ancestral (como le pasó a Carrère) y otro poco por necesidad de trabajar. Su pasaporte y acento inglés fueron una llave mágica para think tanks dudosos primero y luego para productoras de televisión en su afán de occidentalización. Pomerantsev fue asesor en temas de democracia, productor de reality shows y finalmente documentalista. La nueva Rusia es el resultado de su periplo televisivo, que duró desde 2006 hasta 2010 y funciona como una suerte de memoria periodística o rejunte de material “sobrante” devenido en historias fascinantes que van pintando con brocha gorda los distintos círculos y clases sociales de un territorio donde personajes como Limónov parecieran crecer en cada esquina. “Performance era la palabra de moda en la ciudad, un mundo en que los mafiosos se convierten en artistas, las cazafortunas citan a Pushkin y los Ángeles del Infierno alucinan teniéndose por santos. Rusia había visto pasar ante sus ojos, y a una velocidad frenética, tal cantidad de mundos –desde el comunismo a la perestroika, la terapia de choque, la penuria, la oligarquía, el estado mafioso y la megarriqueza– que sus nuevos héroes tenían la sensación de que la vida no es más que una mascarada rutilante donde todo papel y toda creencia es mutable”, dice Pomerantsev como adelanto de los temas y peripecias que aparecen en este libro, tan fascinante como efectista. Está narrado con mucha gracia e inteligencia y desde un peligro que también lo vuelve seductor: el afán de totalidad. Una versión exotista narrada con sensibilidad. Así, los lectores accedemos a academias para chicas que buscan atrapar a los nuevos millonarios –donde se les enseña qué decir, qué pedir y qué dar– ; a un servicio militar donde decenas de chicos mueren torturados cada año; a historias de supermodelos con suicidios misteriosos; a sectas que usan técnicas de superación personal demodées en occidente; a una Justicia corrupta que arma causas a empresarios para quedarse con sus negocios; a ONG títeres creadas como simulacros de democracia y apertura a políticas de derechos humanos y más.
Pero no es un picoteo caprichoso: detrás de todas estas crónicas está el convencimiento de que todo, o casi todo lo que pasa en la Rusia actual, es producto de un país históricamente desigual y corrupto que ahora vive una sobredosis de dinero, descontrol y poder estatal. Y el responsable siempre es el Kremlin, que hace 18 años se llama Vladimir Putin y sus amigos millonarios de turno. De hecho, el subtítulo del libro es: “Nada es verdad y todo es posible en la era de Putin”.
Pomerantsev, que publicó varias de estas historias que luego serían capítulos del libro previamente en The London Review of Books, fue productor de la televisión rusa en el momento en que ésta decidió que el reality show iba a ser el formato de contenidos nacional. Así, de forma compulsiva, como al parecer hacen todo en Rusia, empezaron destinar millones y millones en producir historias sensibleras de color que atraparan a los televidentes y los alejaran de la realidad que no es show. Es la televisión del rodeo, de la no-ficción construida y editada para distraer del acontecer político. Esto hizo que el autor del libro recorriera buena parte del país detrás de personajes insólitos (esto recuerda a Una novela rusa, otro libro de Carrère) pero sobre todo que mantuviera una relación intensa con el funcionamiento de los canales: todos controlados por el Kremlin.
Esta es, quizás, la parte más interesante del libro: el análisis del sistema de medios públicos de un país cuyo gobierno está convencido de que toda clase de periodismo son versiones interesadas de una realidad. Así cuenta cómo se fundó el canal de noticias internacionales Rusia Today (RT, de influencia en América Latina y leído como “progre”, contra-hegemónico o “anti-establisment”) como un cuento ruso del acontecer mundial que le disputaría poder a la BCC o a la CNN, tomando como modelos, claro, a la BBC y a la CNN. Porque la cultura rusa del poder, según cuenta Pomerantsev, es un vaivén permanente entre la aspiración moderna occidental –todos los billonarios rusos se instalan en Londres o Nueva York– y un chovinismo barroco, casi filozarista. La relación esquizofrénica con el afuera es lo que el autor, que no es del todo inglés y para nada ruso, describe con mayor lucidez. Son estas formas del delirio y contradicciones lo que brillan en este libro que no es para nada ingenuo e incluso un poco maniqueo. Mucho de lo que está mal en Rusia también aparece, aunque de forma menos bestial, en democracias liberales sin historia soviética: corrupción, una Justicia amañada, empresarios vinculados al poder, explotación y desigualdad, concentración de medios, ONG títeres del gobierno de turno... sólo que estos países se amparan en los discursos de transparencia. Pero nada es tan binario: Putin, que hasta hace poco era amigo de Trump (los medios rusos hicieron una clara campaña política a favor del empresario) es considerado por los rusos tanto como un enemigo acérrimo de la democracia como un gran líder popular que le devolvió a Rusia su brillo. Todo depende del poscristal con que se mire la posverdad. El libro de Pomerantsev sirve para eso: como inmersión alucinada en una cultura que nos queda lejos pero también como un lente para leer la realidad de acá nomás. Esa que no es tan exótica ni tan pos soviética, pero tampoco tan desideologizada.