Todo pareciera indicar que se esta en los inicios de una nueva fase del mandato de Donald Trump, en la que se muestra decidido a hacer realidad sus, hasta ahora incumplidas, promesas de campaña: especialmente recomponer el tejido industrial devastado por la relocalización de empresas y las nuevas tecnologías. De esas promesas, plasmadas en la “Agenda de Política Comercial”, se deducen las prioridades en el plano internacional. Un intercambio más equilibrado para reducir el déficit comercial, del 4 por ciento del PIB, y fortalecer el poderío militar estadounidense como mecanismo de presión para las negociaciones comerciales. Todo se resume en su lema de campaña “América Primero”. 

Este es el contexto de las últimas medidas tomadas por la administración Trump: suba de aranceles (proteccionismo) y recambio de funcionarios (reforzamiento del militarismo). A las que deben agregarse las disputas diplomáticas con Rusia que ahora se extendieron a buena parte de Europa y que aumentan las tensiones políticas. Trump realizó tres jugadas en simultáneo que encendieron las alarmas por la posible escalada de disputas comerciales y bélicas. 

1. Por decreto gravó las importaciones chinas de 1300 productos por un valor de 50.000 millones de dólares al año.

2. Exigió a China que reduzca en 100 mil millones anuales su superávit comercial bilateral. 

3. Dio marcha atrás con la suba de aranceles al acero y al aluminio que afectaban seriamente a Canadá y a Europa, principales proveedores, pero simbólicamente las mantuvo para China, que le vende muy poco en esos rubros. 

Por su parte la República Popular China respondió con una lista de 128 productos pasibles de suba de aranceles por apenas 3000 millones de dólares al año, al mismo tiempo que reafirmó su intención de liderar la globalización. Pero dos días después subió la apuesta y amenazó con arancelar a los automóviles y a la soja (principales productos que le exporta Estados Unidos) por un valor también de 50.000 millones. 

Por último, hubo cambios de funcionarios en el gabinete de Trump. Un halcón, John Bolton, por un moderado, H.R. McMaster, como asesor en política de Seguridad Nacional y un ultraconservador y miembro del Tea Party, Mike Pompeo como Canciller, por Rex Tillerson,  lo que consolida un perfil más militarista a su gabinete. 

Objetivos

Se sabe, en el largo plazo, China y Estados Unidos son rivales estratégicos, pero toda la evidencia disponible muestra que en el corto y mediano plazo comparten ciertas necesidades y objetivos comunes –lo que no implica que no haya competencia y disputas por el poder–, que se habrían sellado hace un año en la reunión que los presidentes Donald Trump y Xi Jin Ping mantuvieran en la residencia privada del primero en Florida. Allí habrían discutido desde aspectos económico-comerciales hasta geopolíticos y habrían llegado a ciertos acuerdos.

Nada indica, por ahora, que se este a las puertas de una guerra comercial abierta. Viendo la magnitud del déficit (375 mil millones de dólares sobre un intercambio de 505 mil) no parecen medidas muy exageradas, el superávit chino sería menor pero importante y Trump enviaría un mensaje a sus votantes del cinturón oxidado. Por otra parte las subas arancelarias norteamericanas entrarían en vigencia dentro de 60 días –supeditadas a la aprobación de la Oficina del Representante del Comercio Exterior (USTR)– mientras que las chinas no tienen fecha de aplicación El secretario del Tesoro de Estados Unidos fue muy claro: “las medidas contra China estaban sujetas a negociación” y el de Comercio completó: “son el preludio a una serie de negociaciones”. En tanto, China ha reservado sus cartas más fuertes, por ejemplo poner trabas a la importación de aeronaves producidas en Estados Unidos o hacer valer que es el mayor tenedor de bonos estadounidenses.

Más bien parecen movimientos para mejorar condiciones de competencia y posicionarse para la disputa estratégica. Así la suspensión de las medidas sobre el acero y el aluminio para Europa y otros países, entre ellos Argentina, serían jugadas para garantizar alianzas en esa disputa, cuando Francia y Alemania se ven tironeadas por China, con quién comparten el liderazgo de la globalización y el libre comercio. En tanto, el reforzamiento del militarismo es previo a que en mayo Estados Unidos se retire del acuerdo nuclear con Irán. Los nuevos miembros del gabinete  apoyan ese retiro cuyos efectos sí pueden ser impredecibles, entre ellos fortalecer al ala más fundamentalista y debilitar al actual presidente Hasan Rohani, uno de los artífices del acuerdo con el Comité de Seguridad.

Hegemonía

Cuando el orden construido a la salida de la II Guerra Mundial comienza a resquebrajarse y la globalización pareciera tocar ciertos límites la hegemonía estadounidense está siendo disputada por China, que de seguir el curso actual, según los ejecutivos de Google, en 2030 China dominará la industria de alta tecnología. No en vano la amenaza arancelaria de Trump se refiere a las importaciones high tech de China –tecnología de punta para las industrias aeroespacial y robótica–, al mismo tiempo que denuncia ante la OMC, una institución a la que ha boicoteado sistemáticamente, el robo de tecnologías creadas por empresas de Estados Unidos. 

La disputa estratégica es entonces por el liderazgo y control de la llamada 4ta revolución industrial –robótica, internet de las cosas, inteligencia artificial–, para la que la República Popular China está haciendo grandes inversiones mientras que la administración Trump ha reducido las partidas presupuestarias para ciencia y tecnología. En este juego de presiones comerciales que escalan y bravuconadas guerreristas, un error de cálculo puede transformar la inestable estabilidad actual en un caos.

* Integrante del colectivo Economistas de Izquierda (EDI).