La predicción económica no es astrología. Se basa en leyes y por lo tanto, en relaciones causa-efecto. El problema es que la economía está mediada por la ideología mucho más que otras ciencias. La interferencia tiene causas evidentes, las decisiones económicas siempre involucran transferencia de ingresos –presentes, pasados y futuros– lo que pone en marcha un poderoso aparato de legitimación de estos movimientos de recursos. No hay que espantarse, finalmente de esto se trata la lucha política.

Por ejemplo, el modelo económico que lleva adelante la Alianza Cambiemos transfiere ingresos desde las mayorías populares al gran capital, local y global. Dado que en las democracias del capitalismo avanzado la soberanía política reside formalmente en el voto popular, las mayorías deben estar de acuerdo con la dirección de las transferencias, incluso cuando dicha dirección las perjudica. Para que este fenómeno singular sea posible, la dominación social en el mundo del trabajo debe marchar en paralelo con la colonización de la subjetividad, tarea que se instrumenta a través de los medios masivos de comunicación. Dicho de otra manera, las mayorías deben creer que las pérdidas de ingresos del presente sólo son un esfuerzo transitorio en el camino hacia un futuro venturoso. Los conductores de estos procesos de legitimación cuentan a su favor con un imaginario tan antiguo como la creencia en los paraísos extraterrenales, un ideario de esfuerzo individual que alcanzó su cénit, según Max Weber, con la ética protestante, en los inicios del capitalismo.

Fiel a esta tradición, Cambiemos comenzó a gobernar ajustando, pero prometió la ventura para el segundo semestre de 2016. Luego provocó un veranito electoral con temperaturas máximas en la primavera de 2017 y desde entonces volvió a la carga con el ajuste. Desde diciembre pasado la política económica sentó las bases de una combinación letal para el consumo de las mayorías y, en consecuencia, para la evolución del PIB. A los recortes en las jubilaciones, con desmesurada represión de la protesta incluida, se agregó el techo a las paritarias, a la vez que tarifas y dólar aceleraron la inflación. El malestar social se volvió creciente, con caídas varias en las mediciones de la confianza de los consumidores.

Esta semana llegó también la dura novedad de que no fueron sólo los consumidores quienes perdieron la confianza. En sólo cinco días el Banco Central quemó 4343 millones de dólares de reservas tratando de contener la cotización del dólar, aunque sin evitar que la divisa se dispare en torno a los 21 pesos. Llegado el viernes, la autoridad monetaria volvió a la estrategia de supertasa y subió el nivel de referencia por encima de los 30 puntos. Los efectos de estos movimientos son múltiples.

Primero, se desmoronó la idea de que contar con 60.000 millones de dólares de reservas internacionales brutas era suficiente para contener cualquier corrida. Apenas 4300 millones movieron el amperímetro y hubo que recurrir nuevamente a las súper tasas para conjurar la movida, dicho esto sin analizar el desmanejo de la crisis, ya que mientras quemaba reservas el Central dejaba deslizar día a día el valor de la divisa. Nunca se plantó en la defensa de un valor, con lo que sumó incertidumbre.

Segundo, lo que parece estar sucediendo es que, con prescindencia de los movimientos de corto plazo, los capitales especulativos advirtieron que “algo pasa” en la economía real y con la provisión futura de dólares, situación que pronto se verá reflejada en el llamado “riesgo país”. Es probable que el programa de largo plazo del gobierno para supuestamente disminuir la demanda financiera de dólares no tiene los tiempos optimistas que proyecta el oficialismo, un dato que ya fue advertido por el mismísimo FMI.

Tercero y último, el salto del dólar de esta semana será un impulso inesperado para las previsiones de inflación, ya que el “ancla cambiaria” era una de las apuestas oficiales para compensar el efecto de la suba de tarifas.     

Entre tantas turbulencias en la semana también sorprendieron algunas encuestas. Contra viento y marea, Mauricio Macri conserva más del 40 por ciento de imagen “no negativa” (regular, buena y muy buena), uno de los mejores niveles de aceptación de la región, mientras que la angélica gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, tiene una imagen “no negativa” que supera el 60 por ciento. Se trata de la misma funcionaria incombustible “que lucha contra las mafias”, pero cuya policía “pierde” en boca de roedores cientos de kilos de droga secuestrada. También de la misma que convocó seis veces la paritaria docente para hacer siempre la misma propuesta de salarios a la baja. La colonización de la subjetividad funciona.

La única ruptura a la vista es sobre la vieja apelación a la pesada herencia como respuesta a todo. La confianza ya no se recuperará con el simple trámite de algunos presos políticos nuevos. Comodoro Py ganó en colonización oficialista, pero perdió efectividad como instrumento de legitimación social. La proliferación de apariciones de empresas y cuentas offshore entre los integrantes de la primera línea del gobierno fue tan potente que logró atravesar el poderoso blindaje mediático. Lo mismo sucede con la creciente consciencia de que las beneficiarias de los tarifazos son un pequeño grupo de empresas con estrecha relación con la familia presidencial. Y aunque muchos votantes siguen creyendo que los funcionarios del gobierno anterior “se robaron todo”, ya no creen como contrapartida que los actuales son la expresión misma de la virtud y la pureza republicanas. La explosión de esta semana del jefe del bloque del FpV en Diputados, Agustín Rossi, afirmando que el oficialismo carece de autoridad moral para seguir argumentando todo con chicanas sobre la corrupción refleja también un cambio de clima de época. Al gobierno le llegó la hora de validarse sobre sus propios logros, una tarea por demás compleja.