Durante la entrevista con Página/12, las manos de Paul Auster juegan con un cigarrillo electrónico negro, una especie de pequeña lapicera que logra ahuyentar el fantasma de la nicotina. El movimiento de los dedos, a veces suspendidos unos instantes en el aire, parece reproducir el sonido de la máquina de escribir, el timbre final de cada línea. Más allá del mito de la “gran novela americana”, 4321 (Seix Barral), la última torrencial novela de 957 páginas del escritor estadounidense, podría totalizar las experiencias humanas a través de cuatro variaciones existenciales, cuatro vidas potenciales que tendrá el protagonista, Archie Ferguson, sutilmente conectadas por el tejido de la literatura y la escritura. Los cuatro Ferguson intentarán, al margen de las frustraciones y los desengaños, ser periodistas o escritores. “¿Y si tuviera un hermano, o una hermana? ¿Y si el tío abuelo Archie no hubiera muerto y él no se llamara Archie? ¿Y si se hubiera caído del mismo árbol y se hubiera roto las dos piernas en vez de una? (...) Sí, todo era posible, y sólo porque las cosas ocurrían de una manera no quería decir que no pudieran pasar de otra. Todo podía ser diferente”, se lee al comienzo del libro que Auster presentará hoy a las 18 en la sala José Hernández de la Feria del Libro.
“Combinar lo extraño con lo familiar: a eso aspiraba Ferguson, a observar el mundo tan detenidamente como el más entregado realista y sin embargo a crear una forma de ver la realidad a través de un prisma diferente, ligeramente deformante, porque leer libros sólo centrados en lo familiar inevitablemente mostraba cosas que ya conocías, y leer libros únicamente centrados en lo extraño mostraba cosas que no querías conocer. Y lo que Ferguson pretendía, por encima de todo, era escribir historias que dejaran espacio no sólo al mundo visible de los seres sensibles y los objetos inanimados sino también a las vastas y misteriosas fuerzas invisibles que se ocultaban en el interior de lo ya visto. Quería perturbar y desorientar, hacer que la gente se estremeciera de risa y temblara de miedo, destrozar corazones y alterar conciencias”, dice el narrador de 4321. La aspiración del personaje –que no es literalmente un alter ego del escritor, aunque haya datos y materiales autobiográficos que compartan– podría ser traspolada a lo que consigue Auster con este novelón de casi mil páginas.
–Al principio de 4321, el narrador plantea que Ferguson entendía que el mundo se componía de dos reinos, el visible y el invisible, y que las cosas que no podían verse eran más reales que las se veían. ¿Por qué lo invisible tiene más intensidad que lo visible?
–Lo invisible puede ser que se sienta de una forma más intensa. Me parece una verdad que no se puede refutar. A veces la gente no dice o no hace lo que realmente siente, lo cual nos confunde, y en especial cuando somos niños. Mientras la vida va pasando, somos como unos juguetes de un montón de fuerzas que no podemos ni concebir ni comprender; fuerzas históricas, económicas, sociales, inclusive hasta meteorológicas. Un día te despertás y nunca sabés si te vas a morir; todo se percibe como genial ese día que comienza, pero de pronto se avecina una tormenta y al final del día terminás muriendo.
–La señora Baldwin le hace una recomendación al joven aspirante a escritor, en una de las versiones de Ferguson, y le recuerda una frase de Poe: “Sé audaz, lee mucho, escribe mucho, publica poco”. ¿La audacia es lo primero que pierde un escritor cuando ya tiene varios libros escritos y publicados?
–No. Creo que el escritor se vuelve más audaz a medida que escribe. Pero hay muchas posibilidades: algunos escritores son cada vez más audaces, otros se van debilitando y siguen en el mismo lugar.
–Hay muchos datos autobiográficos diseminados en la novela, por ejemplo la proximidad de la fecha de nacimiento de Ferguson con su propio nacimiento, y cómo la lectura de Crimen y castigo lo transformó. ¿De qué manera trabaja con los materiales autobiográficos en la ficción?
–Todos los escritores roban algo de sus propias vidas. Hay algunas cosas reales, verdaderas, que utilizo. Pero la cuestión es que cuando tomás algo de la vida real y lo ponés en una obra de ficción, se vuelve ficción. En el centro del libro hay una experiencia autobiográfica, que me pasó cuando tenía 14 años, cuando vi morir a un niño electrocutado por un rayo. Ese es el nudo emocional de la novela y aparece dos veces: una en Ferguson “dos”, cuando muere más o menos de esa manera, y luego en Ferguson como testigo, cuando su amigo cae muerto, pero no por una tormenta sino por un accidente cerebrovascular.
–A partir de ver a ese niño morir, algo que lo marcó profundamente, ¿se podría decir que escribir es conversar con los muertos para recuperar algo de lo que se pierde cuando alguien muere?
–Tal vez durante el proceso de escritura, pero una vez que terminás de escribir, ya está. Cuando escribí sobre mi padre, tuve esa sensación de conversar con un muerto en La invención de la soledad, hace casi cuarenta años. Pero escribir no es hacer terapia.
–¿Cómo definiría el acto de la escritura? ¿Qué es escribir para usted?
–Escribir es una construcción que me conecta con el mundo. Los escritores y los artistas son personas que, por diferentes motivos, están lastimadas, heridas. Y necesitan hacer arte para tratar de curarse. La escritura me conecta con el mundo de una manera que la vida cotidiana no logra hacerlo. Esa sensación de estar conectado es tan intensa e irremplazable que la quiero vivir y seguir experimentando. Escribir es muy difícil; pero el placer está en la lucha, en el esfuerzo. La propia dificultad de escribir es lo que la hace interesante. Si escribir fuese fácil, no valdría la pena hacerlo, ¿no? (risas).
–La idea de “qué hubiera pasado si”, que está en el corazón de 4321, ¿le viene de las variaciones en el jazz?
–No lo sé, simplemente se me ocurrió. Toda mi vida pensé en esta idea de la variación, en qué me hubiera pasado si giraba para la izquierda o para la derecha, si hacía tal o cual cosa, o qué hubiera pasado conmigo si mi padre hubiera muerto cuando yo tenía 7 años. Nunca había encontrado la manera de escribirlo en una novela, hasta ahora. Es la primera vez que la forma de la novela surgió antes que el material. Al principio no tenía mucha idea de cuántas variaciones iba a tener, pero casi inmediatamente apareció Ferguson. En general, las novelas me surgen al revés: suelo oír como una especie de música, un personaje o una situación, y luego voy viendo cómo la voy escribiendo.
–Todos los Ferguson, con distintas intensidades, se involucran políticamente. ¿Por qué el asesinato de John F. Kennedy lo cuenta tres veces?
–La novela no expresa ideas distintas de lo que pienso respecto de Estados Unidos. El asesinato de Kennedy está narrado tres veces en la novela; en Ferguson “uno” es la que está más abierta y completamente descripta. En Ferguson “tres”, durante el partido de básquet, él está triste, pero tiene que ver más con la muerte de su padre. En Ferguson “cuatro”, su amigo Noah lo filma mientras está mirando el asesinato de Kennedy. Mi experiencia fue muy distinta: tenía 16 años, estaba en la secundaria, con dos de mis amigos. El asesinato de Kennedy fue un viernes. El domingo fui con mis amigos en tren a Washington. Yo estaba muy movilizado por el asesinato, quería ver qué había pasado con mis propios ojos. Estuvimos en Washington el día del funeral y seguimos toda la procesión. El mismo día del funeral “Ruby” (Jack Rubenstein) asesinó a (Lee Harvey) Oswald, el asesino de Kennedy, en Texas. Nos enteramos de todo esto mientras íbamos por las calles de Washington, mirando el funeral. Lo que fue sorprendente y jamás me pude olvidar fue la actitud de la multitud. Creía que la gente iba a estar tranquila, triste, quizá también llorando. Pero no, era como si fuera una ejecución, como si colgaran a alguien; había una sensación carnavalesca en el aire. La gente se subía a los árboles para poder ver mejor y lo único que les importaba era poder sacar fotos. Si tenían que empujar a alguien, lo hacían con tal de obtener su estúpida foto. Y yo, que era un muchacho idealista y creía que los demás sentirían lo mismo que yo estaba sintiendo, entendí de la peor manera que teníamos sentimientos diferentes. Esa fue una gran enseñanza sobre el comportamiento de los seres humanos.
–Usted ha sido muy crítico con Donald Trump. ¿Qué daño le está haciendo Trump a Estados Unidos?
–Después de que fue elegido Trump, me entrevistaron en el canal 4 de la televisión británica. Y se me ocurrió una metáfora, que todavía la sostengo. Históricamente los estadounidenses creyeron en las instituciones, en la forma de gobierno, en el sistema de leyes, en la división de poderes; instituciones que siempre fueron vistas como si fuesen grandes edificaciones. La pregunta es: ¿qué sería de estos edificios, de estos pilares, si estas columnas en vez de estar hechas de granito en realidad estuvieran hechas de jabón? Una vez que Trump subiera al poder, ¿qué pasaría si todos agarráramos una manguera y echáramos el agua sobre esas columnas, que se empezarían a derretir y a desarmarse? Es terrible, pero es lo que está sucediendo. Trump está destruyendo los pilares de la democracia de Estados Unidos.
–¿La democracia está en peligro?
–Sí. La democracia peligra y es lo más horrendo que estoy viviendo en mi vida. Mirá que tengo mis años y que he visto mucho, pero algo como esto jamás. Cuanto más tiempo se quede en el poder Trump, peor será. Lo peor es que lo elegimos nosotros y esto me hace reflexionar sobre mis compatriotas estadounidenses. Hay mucha gente loca y enojada en cifras que no podrías imaginar...