Diego Sztulwark: –Antes de cumplir un año de gobierno, Macri apoya una ley de emergencia social y dispone recursos para crear un salario complementario con la participación de algunas organizaciones sociales que se hicieron fuertes durante 2001 y el período del kirchnerismo. ¿Se puede decir del macrismo que es un fenómeno inteligente y falso al mismo tiempo?
Horacio Verbitsky: –Kirchner introdujo un elemento nuevo en medio de una tremenda crisis social: planteó un acuerdo entre el Estado y los movimientos sociales para sacarlos de la calle y de la ruta, e incluirlos en la solución de los problemas mediante la construcción de distintos tipos de obras públicas (mejoramientos urbanos, trabajos hidráulicos, por ejemplo). Empezaron a relacionarse con las organizaciones sociales a través de su hermana, Alicia Kirchner, y de Berni, que fue el gran gestor de eso. Luis D’Elía, en La Matanza, fue uno de los primeros que entró de parte de los movimientos. Después desarrollaron la relación con la Túpac, en Jujuy.
Esa política se fue generalizando en todo el país, y cada organización, con su estilo, fue dando salida a los problemas urgentes de la gente, y por otro lado fueron acumulando para su propio crecimiento. El gobierno de Macrì es mentiroso pero inteligente. Realiza en el noveno mes de gobierno una medición de la pobreza que es del 32% y plantea que quiere que juzguen su mandato por su capacidad para disminuir ese índice. Sólo que a ese índice se llega durante los primeros meses de gobierno del propio Macrì, que dispuso una abrumadora transferencia de recursos de los que menos tienen a los que más tienen. Luego de esos nueve meses clave (con devaluación, suba de precios al consumo, disminución del salario, reducción de retenciones a las exportaciones del agro), Macrì anuncia: ahora que hemos “sincerado” la realidad (es decir, aumentado la pobreza y la desigualdad social) vamos a intentar bajar la pobreza. Y lo hace aprovechando con mucha inteligencia y muy mala fe la vandalización del Indec que hizo el kirchnerismo y que yo denuncié el primer día. (…)
D. S.: –¿El macrismo hereda del kirchnerismo el modo de vincularse con las organizaciones?
H. V.: –No, no, el gobierno de Macrì no es heredero del kirchnerismo en ningún sentido. Pero hay formas de relación, formas de actuación, que una vez que se instalan son ineludibles para cualquiera que quiera operar sobre la misma realidad. Si el gobierno de Macrì decidiera cortar todos los planes, todas las ayudas, toda la inversión social, incendiaría el país muy rápidamente. Y lo sabe, y lo sabe todo el mundo. Kirchner fue el primero que lo vio y operó en ese sentido. La política de Kirchner tendía a una reconversión económica y social que hiciera de estas ayudas un puente, una transición hacia la generación de empleo de calidad. Esta es una frase que el gobierno de Kirchner incluye, con Taiana como canciller, en las cumbres del Mercosur, de la Unasur, de la OIT, en un momento en que se está planteando la precarización laboral. Kirchner propone esto por entonces. Macrì hace lo mismo. La diferencia es que la política de Kirchner tendió hacia la creación de empleo de calidad y la de Macrì no. Kirchner fue sincero, y Macrì es un bluff electoral más, como los globos amarillos, la lucha contra el narcotráfico y pobreza cero.
D. S.: –¿Kirchner lo logró?
H. V.: –Parcialmente. Hubo un gran crecimiento en el empleo industrial, los grandes sindicatos industriales recuperaron centenares de miles de afiliados que habían perdido en los treinta años previos, hubo un incremento fantástico del consumo, situación que se hubiera podido mantener si no aparecía la restricción externa. Esta reaparece por razones que son ajenas a la Argentina, porque la Argentina es tomadora, no formadora de precios. Cuando se modifica la ecuación del comercio exterior y de la cuenta capital, cuando la fuga que nunca se detuvo no puede ser compensada con ingreso genuino por vía del comercio exterior, y se reinstala la restricción externa, ahí se ve la limitación del modelo del kirchnerismo, que generó empleo, generó consumo, generó actividad, permitió superar la emergencia social con la que comenzó, pero no logró una transformación estructural permanente, irreversible. Me parece que él eligió hacer girar el crecimiento de esos años sobre actividades que eran deficitarias en la balanza de pagos. La industria automotriz, por ejemplo, en la que el componente nacional real no llega al 20%, salvo excepciones.
Es el primer gobierno desde Frondizi que plantea estas cuestiones para el debate público. No había una pedagogía que explicara esas cosas a la sociedad. Lo planteó, pero no lo resolvió. Cristina lo dijo mil veces, hay que aumentar el componente nacional de la industria automotriz, pero eso nunca se produjo. Lo otro es la armaduría electrónica de Tierra del Fuego, que también es deficitaria. Otra cosa que dinamizó mucho la actividad es el turismo. Ahora, el turismo receptivo trae dólares, pero hay un turismo de argentinos afuera que se lo lleva. Más el tema del petróleo que suma déficit a la balanza de pagos. Yo creo que Cristina administró bien esa crisis una vez que se produjo.
D. S.: –¿”Una vez que se produjo” quiere decir que no tomó medidas previas a tiempo?
H. V.: –Se podría haber canalizado la inversión en aquellas actividades que no fueran deficitarias en divisas y que incrementaran las exportaciones y no las importaciones. Ahora, ¿era eso políticamente sustentable? No lo sé, porque el descalabro que se armó cuando el gobierno de Cristina empezó a restringir el manejo de divisas y el acceso a los dólares fue feroz. Sin embargo, fue muy racional desde el punto de vista económico. No hay un derecho humano a la compra de dólares, como creen la clase media o los productores agropecuarios. Los dólares son un bien social que se tiene que administrar en función de las necesidades del conjunto de la sociedad. Hay que tener dólares suficientes para poder importar los bienes que permitan mantener en funcionamiento la economía.
D. S.: –Sin embargo, desde el punto de vista político, me parece que es una de las explicaciones de la derrota electoral del kirchnerismo.
H. V.: –Sí, las grandes crisis del kirchnerismo son las del aumento de las retenciones agropecuarias y la de la administración del dólar. Económicamente es lo más racional que puede haber; sin embargo, está este aspecto de la sustentabilidad política. El balance tiene que incluir todos estos elementos. No se puede decir en abstracto “Si se hubiera hecho esto”. Desde un punto de vista económico, sí, es correcto, pero ¿hubiera sido posible? Tal vez hubiera requerido otro tipo de movilización social. Ahora, con la configuración del universo mediático que hay en la Argentina, con el poder que tienen los sectores corporativos, con el manejo que tienen de la justicia, ¿se hubiera podido? ¿A dónde conducía eso? ¿A la toma del Palacio de Justicia con una movilización de ochenta mil personas en la calle?
D. S.: –En algún momento Raúl Zaffaroni planteó la necesidad de hacer una reforma constitucional.
H. V.: –Claro que sí. Pero la pregunta es un poco la misma: ¿cuándo la hacés? Chávez y Correa la hicieron en cuanto accedieron a la presidencia, y eso hizo fracasar los intentos de desestabilización. Correa es electo presidente sin lista propia de diputados. Lo que plantea es reforma constitucional, asamblea legislativa, y gana. Las situaciones de Venezuela y Ecuador eran complejas, pero no tenían punto de comparación con la de la Argentina cuando asume Kirchner. Había una desocupación del 25%, niveles de pobreza descomunales, la economía informal absolutamente paralizada a partir del corralito. ¿Había una posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente en ese momento? Probablemente no. El otro momento es 2011. Si Cristina la hubiera hecho, habrían dicho que buscaba modificar la constitución para ser reelecta y no le hubieran dado los dos tercios necesarios.
D. S.: –¿Lo hubieran interpretado como un giro chavista?
H. V.: –Sin que haya hecho eso interpretaron todo su gobierno en ese sentido. Se puede hablar largo de lo que pudo haber habido, pero yo prefiero hablar de lo que hubo. Hubo una transformación a fondo, pero que no pudo consolidarse y que permite esta regresión. En algún sentido, son las reglas de la democracia. Ese es el péndulo, en todo el mundo pasa así. Lo que se conquistó en este momento se va a recuperar en otro. Es una visión de muy largo plazo, que en general los seres humanos no tenemos, porque miramos las cosas en la escala de nuestra dimensión personal, no en términos históricos. Esto que está pasando ahora es un retroceso horrible, pero en ninguna medida borra lo que se avanzó.
D. S.: –Pero se plantean también otros problemas, ligados a las propias categorías de pensamiento puestas en juego estos años. ¿No considerás que lo que con frecuencia llamamos industrialización es hoy estructuralmente incapaz de generar empleos masivos de buena calidad?
H. V.: –Por supuesto, no lo dije pero creo que está implícito en lo que vengo diciendo. No sólo era deficitario en divisas, sino que era insuficiente. De todos modos, me parece que tenemos dos lecturas posibles. Una es una lectura más igualitarista, una industria menos sofisticada pero más masiva, con una producción destinada a satisfacer necesidades populares y no consumos suntuarios –no celulares sino viviendas–. La otra es la desarrollista tradicional: inversión extranjera y alta tecnología. El desarrollismo tradicional tuvo sentido en un momento en el cual había una inversión de empresas transnacionales que producían acá. Hoy no, hoy rige la maquila: invierten acá, sí, pero para hacer un cigüeñal, un amortiguador, un asiento, no para hacer el auto. Y se cuidan mucho de no hacer la transferencia tecnológica para retenerla ellos. Sin embargo, se avanzó en cosas importantes: lo satelital, la recuperación de la industria nuclear, que estaba al borde de la extinción. Cuando Kirchner decide retomar los planes de construcción de las usinas nucleares, quedaban pocos trabajadores de edad avanzada que podían transmitir el conocimiento técnico a las generaciones siguientes. Con esto entramos en otra discusión con respecto a lo nuclear, al ecologismo. Sin duda, lo nuclear tiene un riesgo importante. Siempre me preocupa pensar lo cerca que está Atucha de los principales centros urbanos, en un país que no se ha caracterizado por los controles de calidad y por el rigor que necesitan. Pero no sé si la Argentina puede darse el lujo de prescindir de esta industria si quiere hacer una transformación estructural, ya que esta tiene una capacidad exportadora muy grande. La Argentina está exportando a Australia, a Argelia, a Egipto, y le está ganando licitaciones a Francia. Ese es un camino, y lo mismo con lo satelital. Se dieron pasos muy importantes en ese sentido. Kirchner pensaba que necesitábamos veinte años. Y se había ilusionado con la alternancia cuatro y cuatro con Cristina. Es ingenuo eso. Y no hubo un movimiento que garantizara la alternancia. La alternancia era de personas. Además, si Kirchner viviera, y el candidato hubiera sido él y no Scioli, probablemente el resultado habría sido otro. No se puede saber, quizás Néstor también hubiera perdido. Lo que no hubo fue un candidato que expresara ese movimiento y que no fuera afectado por las críticas que ese movimiento recibía. Pero la visión de él era correcta, que para transformar esa historia de decadencia hacían falta veinte años.
D. S.: –¿Creés que había posibilidad de seguir avanzando hacia la formación de empleo activando procesos en los que la calidad estuviese ligada a la centralidad del conocimiento?
H. V.: –Sin duda. En los gobiernos kirchneristas se avanzó muchísimo en la producción de servicios exportables. Las exportaciones argentinas de software son mayores que las ganaderas. Eso es supermoderno, es lo que hacen los países más desarrollados: los Estados Unidos, la India. Hoy no encontrás ningún producto que diga “Made in USA”, son inmateriales, patentes. Ahora Macrì viene a destruir todo lo que pueda, y el desafío popular es ponerle límites a esa destrucción, proteger lo más que se pueda a la gente y buscar una estrategia de recuperación para el futuro.