-- No te invitaron, no vayas ‑me dijo Sergio.
-- Yo tampoco la invité a mi casa, cayó igual y no le dije nada. Hace un año y medio que nos peleamos ¿Cómo es la cosa?
-- Pero vos te la vas a mandar, sabés que te la vas a mandar.
-- ¿Cómo sabés que me la voy a mandar?
-- Porque te conozco.
Es verdad, Sergio me conoce.
Llegamos en un taxi. Nos dejó en la esquina de la cortada que está a metros de la iglesia esa que está por Alberdi. Estaba nervioso y no paraba de hacer chistes. Cuando estoy nervioso hago chistes. Cuando estoy muy nervioso, lloro. Esa noche hice todo pero de forma ordenada. No lloro cuando hago chistes, no hago chistes cuando lloro.
Me acomodé detrás de no me acuerdo quién como para pasar desapercibido. Cuando abrió la puerta, pude ver en su cara que no me quería ahí. Y justo a mí, que le tengo terror al rechazo, fue al que le esquivó la mirada cuando le dijo a Sergio:
-- ¡Qué bueno que viniste!
Y yo, que nunca regalo la última palabra, le dije:
-- Feliz cumpleaños.
Y ahí me tendría que haber ido porque si todo hubiese terminado ahí, si hubiese dado media vuelta en dirección a la parada del colectivo, si esa hubiese sido la primera vez que escuchaba los consejos de mis amigos yo hoy no estaría escribiendo esto. Porque escribo sobre lo que me duele, sobre lo que no puedo olvidar.
Recorrimos el patio en fila india y yo ocupé el último lugar. Abrió la puerta del living, me quedé mirandole la mano y la extrañé. Sí que la extrañé. Esa mano era mía y no lo era más. Ni la mano, ni las piernas, ni el pelo, ni la cara. Nada era mío, ni siquiera el cumpleaños.
Entré y lo primero que vi fue a un gordito de barba candado que me miraba feo. El se servía un fernet y, aunque a mí no me gusta, fui a hacerme uno. Encaré por su espalda y, haciéndome el boludo, lo empujé un poco.
-- Disculpame ‑le dije.
-- No hay problema.
Y en un gesto de genuina falsedad, estirando mi mano, le dije:
-- Federico.
-- Gastón ‑respondió.
Gastón. Con G de gordo pelotudo, pensé y le sonreí. Me tomé el fernet rápido y fui a servirme cerveza. Me serví un vaso, después otro y, detrás de ese, otro más. Levanté la vista y pude ver cómo mis amigos hablaban con gente. Deambulaba como el bagarto que nadie quiere sacar a bailar. Me integraba a charlas que ya estaban ocurriendo pero, como si tuviese un repelente de personas, apenas lo hacía la charla se disolvía. Estuve un rato largo disolviendo charlas. Cada tanto lo miraba al gordo Gastón que parecía ser el amo y señor de todo.
Agarré una botella de cerveza y salí. Me senté en una de las hamacas y tomé un trago del pico. Y se sabe que cuando se empieza a tomar del pico es cuando todo va a en picada. Con los pies me empujaba de atrás hacia adelante mirando el piso. Sentado ahí podía escuchar las charlas, las risas y la música que cambiaba depende de quién pasaba por la computadora. Sergio salió y se sentó en la otra hamaca.
-- ¿Por qué no te vas a tu casa?
-- ¿Por qué no te vas vos? ‑le respondí.
Y lo debo haber mirado muy feo porque, sin decir nada, se levantó y se fue. Otra vez solo, tomando de la botella, mirando el piso. Traté de pensar en los buenos momentos que habíamos vivido con ella pero sólo aparecieron los malos. Desencuentros, frustraciones y desplantes.
Levanté la mirada y vi que adentro había empezado el baile. Era ese en el que se arman parejas y hacen una especie de puente y, cuando te toca, pasás por abajo. Una vez lo habíamos hecho, no me acuerdo cuándo, pero me acuerdo que nos sacamos una foto, la única foto que nos sacamos. Ella me está dando un beso en el cachete y yo sonrío a la cámara. Hasta el día de hoy no sé quién tiene esa foto.
Agarré una rama y dibujé un círculo en la tierra. Cuando no sé qué hacer dibujo círculos e imagino cosas. No recuerdo ni qué imaginé ni cuántos circulos dibujé pero deben haber sido varios porque me terminé la cerveza.
Me levanté para buscar otra y vi lo que no quería: el gordito Gastón hablaba con ella y se reía. Los dos se reían con la boca abierta y pensé:
Se ríen de mí.
Chau, listo, ya todo comenzó a tomar otro rumbo. Tomé aire para despabilarme y, aunque no pude hacerlo del todo, caminé hasta la puerta y me apoyé en el picaporte. La idea del gordito Gastón riéndose de mí era más fuerte que todos los consejos y advertencias. Sergio tenía razón, me la iba a mandar y ese era el momento.
Entré y, casi automáticamente, la busqué con la mirada. No la encontraba y pensé lo peor. Que se había ido con el gordito Gastón a coger a la habitación solamente para hacerme mal. Pero no, ella apareció detrás del gentío con un vaso de fernet, al lado del gordito Gastón y seguían riendo. Caminé hasta ella, lento, movido por esa fuerza inevitable que es la que empuja a que todo se vaya a la mierda.
Sergio me vio y quiso frenarme.
-- ¿Qué vas a hacer?
-- Vos me conocés.
No pudo evitarlo. Yo estaba decidido a no escuchar a nadie. Antes de llegar a destino alguien dijo:
-- ¡Foto!
Todo se volvió muchedumbre y poses forzadas. Pusieron el automático y... ¡Whisky! La foto grupal. Y posé con una sonrisa de oreja a oreja, tan grande como aquella de la foto que nunca vi.
Me tomé un vaso que no sabía de quién era y me acerqué a ella:
-- Gracias por la invitación ‑le dije.
-- No me agradezcas a mí, yo no te invité.
Me tendría que haber ido. Sí que me tendría que haber ido. Me tendría que haber llevado el pedo y su desdén a casa, llevarlo a dormir y cantarle una canción de cuna pero yo estaba en ese tren, en ese camino que conducía a un desenlce peor y lo único que quería era llegar a la tan ansiada próxima estación: la tragedia. Y llegué, rápido y sin sobresaltos. Y me llevé puesto a todos los que me querían frenar.
-- Yo también te quiero ‑le respondí.
Su cara se transformó y vi furia. Todo se puso confuso. Ella empezó a largar la lista más interminable de puteadas que escuché en mi vida. Hijo de puta, pelotudo, forro cayeron sobre mí como un balde de mierda vieja. Eso era odio, no otra cosa, y era todo para mí. El gordito Gastón salió de no se donde y empezó a empujarme.
-- Tomatelá pavo ‑decía.
Me caí de culo en el piso. Lleno de tierra me levanté, agarré una botella y le dije:
-- ¿Quién sos vos gordo gil?
El gordo se puso blanco. Parecía un muñeco de nieve. Sergio me agarró del brazo y me tironeaba.
-- Andate ‑me decía‑ andate antes de que la pudras mal.
-- No me voy una mierda ‑le contesté.
De atrás del gordo Gastón salió ella. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no me importó.
-- Prohibime que te vuelva a ver. Dale, hacelo. Prohibime ‑le grité.
Pero no lo hizo. Solamente le tomó la mano al gordo Gastón y se fue hacia adentro de la casa. Por un segundo me quedé quieto, sin decir nada. Sergio me llevó hasta la puerta y recién cuando la cerró me largué a llorar.
-- Andá a tu casa. Ya está ‑me dijo.
Tenía razón, ya estaba, hacía tiempo que todo ya estaba.
-- ¿Vas a estar bien?
-- Andate a la mierda.
-- Oquei, agarratelá conmigo.
Sergio entró a la casa y me dejó solo en la calle. Me senté en el cordón de la vereda, me tapé la cara con las dos manos y grité hasta quedarme sin aire. Me levanté y amagué con volver pero no, la música era de ellos. Di media vuelta y me fui a la parada del colectivo. Me senté y vi como, uno atrás de otro, los colectivos pasaban. No me tomé ninguno. No quería o, simplemente, no tenía fuerza para levantar el brazo. Empecé a caminar y será que caminé mucho porque en un momento se hizo de día y estaba cansado. Frente a un boliche un señor vendía panchos y le pedí uno.
-- ¿Qué le vas a poner pibe?
-- No sé, ponele lo que quieras.
-- Te hago uno espacial entonces.
-- ¿No será especial?
-- No, espacial
El tipo agarró unas salsa que tenía y empezó a ponerle al pancho. No quise mirar, cada uno tiene sus secretos.
-- Con esto se te pasa todo ‑me dijo y me dio el pancho.
-- Ojalá.
Hice unos pasos y me senté en un banco. Le di un mordisco y tuve que cerrar los ojos. Con el segundo mordisco, se me vino la foto, la única que nos habíamos sacado y, mientras masticaba, me acordé de por qué sonreía. Abrí los ojos, miré al panchero y, levantando el pancho, le dije:
-- Gracias.
-- ¿Viste? Te lo dije.
Le di otro mordisco, me recosté en el banco y dejé que el sol me pegue de lleno en la cara.