“Esta es una revolución de los jóvenes para los niños. No sé si la frase es de Fidel o me la dijo una compañera de viaje cuando íbamos de La Habana a Santa Clara. Me parece una frase muy precisa, la mejor definición de la Revolución Cubana.
Es una frase poética: romántica, diría. Pero tiene un fondo tremendamente racional. Una revolución para el futuro. Desde ya. Para los niños. Para que lo que es esencialmente nuestro no conozca lo irracional de la explotación del hombre por el hombre; del egoísmo del que tiene más; del que mata al hermano porque este reclama justicia y pan para los suyos: del que enseña el miedo y el sometimiento a un presunto dios que ordena cataclismos para hacernos purgar el pecado de haber nacido; del que proclama que los blancos son superiores a los negros, y de los que se desgarran las vestiduras rogando para que se repitan varias Hiroshimas a fin de detener el ‘peligro amarillo’.”
El testimonio de Bayer sobre Cuba quedó plasmado en caliente, a toda página, en Gente de Prensa, la publicación de la filial porteña del Sindicato de Prensa, en su edición de abril de 1961. Allí, el secretario adjunto del Sindicato publicó “La revolución de los jóvenes”, un concepto que seguramente partió de la boca de Fidel Castro y que la compañera de delegación retomó: el líder de los “barbudos” lo repetirá en la clausura del plenario nacional de los Jóvenes Rebeldes, meses más tarde, en octubre de ese mismo año: “Más francamente todavía, nosotros tenemos –reo que todos los revolucionarios tenemos– más fe en los jóvenes que en los demás. Nosotros tenemos derecho a esperar lo mejor y lo más perfecto, precisamente de la generación joven. Más claramente, podemos afirmar que la Revolución se hace, sobre todo, para la gente joven y para los niños; la Revolución se hace, sobre todo, para las generaciones venideras”.
Bayer había partido el 31 de diciembre de 1960 a La Habana como integrante de una delegación del Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS) invitada por el gobierno cubano a los festejos por el segundo aniversario de la Revolución. Además de él, viajaron el secretario general del Sindicato de Vendedores de Diarios de la Capital, Rubén Queijo; el secretario general de la Unión Obrera de la Construcción de Mar del Plata, Amalio Arto; el secretario del Sindicato de Moliendas Minerales, Carlos López; los dirigentes del Sindicato de Chacinados Alberto Ruiz y de Trabajadores Químicos de Rosario J. Salinas, y las representantes de Industrias Químicas Isabel Forte y del Movimiento Unitario del Vestido Juana Goyanes. Los gremialistas compartieron vuelo con la madre del Che Guevara, Celia de la Serna. La escritora Sara Gallardo, invitada a México y Cuba por su novela Enero, publicada en 1958, viajó sola a Santiago de Chile y es posible que allí se haya sumado al mismo avión que el resto. El grupo abordó un vuelo desde Ezeiza a Santiago de Chile, donde fue recibido por representantes de la Central Única de Trabajadores de Chile (CUT), encabezados por su fundador, Clotario Blest, y el senador socialista Salvador Allende. Luego, en un avión de Canadian Pacific, hicieron escala en Lima, de allí a México, y por último, en Cubana, del DF a La Habana.
El tiempo perdido en los trasbordos y las esperas forzaron a que Bayer y el resto del grupo llegaran justo para escuchar a Fidel Castro en el acto central por el segundo aniversario del triunfo rebelde en la Plaza Cívica –hoy Plaza de la Revolución–, celebrado el 2 de enero de 1961.
También una delegación de legisladores había recibido la invitación de las autoridades cubanas para visitar la isla: los diputados nacionales por la UCRI (bloque Radical Nacional y Popular) Agustín Cuevaz y Atilio Enrique Orestes Marchini; sus colegas de la UCRP José Antonio Recio y Alfredo Ernesto Camarlinghi, y el senador provincial bonaerense Juan Manuel Casella Piñero, secretario del Comité Nacional del radicalismo del Pueblo, quien había ocupado una banca en la Cámara Baja hasta el año anterior. Entre otros dirigentes nacionales, también salieron hacia La Habana representantes del Movimiento de Solidaridad con Cuba, que llevaban 500 mil pesos para la compra de un tractor y una carpeta con un millón de firmas en apoyo de la Revolución.
(...) La delegación argentina se hospedó en el Hotel Habana Libre, el antiguo Habana Hilton, y al día siguiente partió a Santa Clara, la mítica ciudad liberada por el Che, donde visitó una fábrica de habanos. Mientras se encontraban de recorrida, recibieron una noticia que alegró a todos: al día siguiente, por la noche, el Che los recibiría en su despacho de presidente del Banco Nacional de Cuba. Eran días de máxima tensión entre Estados Unidos y la isla. Ese mismo 3 de enero, Washington rompía relaciones diplomáticas con La Habana.
Bayer aprovechó la jornada libre hasta la reunión nocturna con el Che para reencontrarse con un viejo amigo, Rodolfo Walsh, a quien conocía de su fugaz paso por las aulas de Filosofía y Letras de la UBA y de algunos encuentros posteriores en el Sindicato de Prensa. Walsh había llegado a la isla con su segunda esposa, Estela “Poupée” Blanchard, a mediados de 1959, para integrarse a la creación de Prensa Latina, convocado por su director, el ex compañero de militancia en la Alianza Libertadora Nacionalista Jorge Ricardo Masetti. En la agencia de noticias de la Revolución quedó a cargo del área de Servicios Especiales.
Bayer visitó a Walsh en el departamento que ocupaba en el octavo piso del edificio Focsa, el más alto de La Habana, ubicado en el barrio El Vedado, y que ofrecía una vista privilegiada al mar Caribe.
Según el relato de Bayer, durante el encuentro, que se extendió entre la tarde y parte de la noche, hablaron sobre la situación política, social y sindical en la Argentina, donde el gobierno de Frondizi ya había dado un giro definitivo hacia la derecha y la situación cubana se había convertido en un tema de debate nacional. Ese clima contribuiría un mes más tarde a que el socialista Alfredo Palacios ganara las elecciones porteñas a senador. “Lo que hicimos en aquel momento fue un análisis. Rodolfo veía la salida en el método de la Revolución Cubana. Si bien tampoco era un hombre afín al Partido Comunista, le interesaba la revolución latinoamericana. Él trabajaba y estaba muy de acuerdo con las personas de Prensa Latina. Y consideraba que Cuba era la salida para la Argentina, basados en la gente peronista, en la mayoría del pueblo.” Y hasta tuvo tiempo para que Walsh le diera una mano con los primeros pasos de su investigación sobre la masacre de obreros en el sur argentino: “Yo le llevé los telegramas del Ministerio del Interior de Yrigoyen, de 1921, en el que se dan instrucciones al gobernador de Santa Cruz durante las huelgas patagónicas. Él descifró todo de corrido. Un experto, Rodolfo”.
En un momento de la charla irrumpió Susana “Pirí” Lugones, amiga de Walsh y años después su pareja. Bayer quedó impactado por esa mujer “exuberante, de carácter fuerte”, “un minón”, a quien no conocía y que se presentó de manera contundente: “Soy ‘Pirí’ Lugones, la hija del torturador Lugones”. Bayer se excusó de quedarse a cenar por el encuentro pautado con el Che. Al escucharlo, ‘Pirí’ le anticipó que lo acompañaría aunque no estuviera invitada. “No te hagás el burguesito, yo me voy con vos”, soltó ella a un Bayer perplejo que recriminaba a Walsh con la mirada para que la hiciera desistir de la idea.
Cuando Bayer y Lugones llegaron al despacho del Che en el Banco Nacional, el encuentro había comenzado. Una “balacera” entre “verde olivos” y “gusanos” los había retrasado. Bayer rememoró que la exposición del Che se extendió por casi dos horas y media, y que el encuentro finalizó alrededor de las dos de la madrugada. El Che se expresaba con “un idioma épico; más que con un político, le parecía a uno estar hablando con un poeta. Y no lo digo como crítica, lo digo con admiración. Lo decía todo con una gran fe, con hermosas figuras idiomáticas, y con un convencimiento total”. El guerrillero argentino-cubano, con uniforme militar, habano en mano y un hablar pausado que reforzaba su acento característico, explicó a los asistentes cómo debía desarrollarse el foquismo en la Argentina, desde las sierras de Córdoba. Según Bayer, Lugones “comenzó a preguntar mucho”, en especial, sobre la metodología foquista.
Él, por su parte, se atrevió a plantearle que en ese desarrollo teórico no estaba contemplada la represión. “Son todos mercenarios”, contestó el Che, luego de un minuto de silencio y con “una inmensa tristeza”. Años más tarde, reflexionaba: “Ahí comprendí, realmente, que yo no era un revolucionario. Que para ser un revolucionario había que ser como el Che, no empezar a medir las cosas que se oponen, sino estar convencidos de lo que se quiere hacer. Yo llevaba un mate con una bombilla de plata y un kilo de yerba para regalarle en nombre de los periodistas argentinos. Se lo entregué y fue un momento muy lindo. Me abrazó. Él no lo tomó a mal, ni yo tomé a mal sus reflexiones”.
El ingreso sin invitación de “Pirí” Lugones al encuentro con el Che no pasó inadvertido para la seguridad oficial. Bayer fue increpado por agentes del G2, el servicio secreto de la isla. “¿Usted no sabe lo que es la autocustodia revolucionaria?”, interrogó un agente a un Osvaldo sorprendido, que solo atinó a dar explicaciones lógicas que no fueron tenidas en cuenta. “¿Y si ella sacaba un revólver y mataba al Che?”, insistió. La expulsión ya estaba decidida. Cuando Bayer regresó a su habitación, aún confundido por el episodio, se encontró con Queijo, a quien le relató el suceso. El representante de los canillitas aprovechó la situación y decidió que se iría junto con su compañero. No por una cuestión de solidaridad gremial, sino porque, según el relato de Bayer, extrañaba a su esposa.
Dos años después, mientras Osvaldo miraba la vidriera de la librería El Ateneo en la calle Florida, alguien le tapó los ojos por detrás con las manos y se apoyó en su espalda. Era una mujer. “¡Cómo te cagué, nene, en La Habana!”. Era ‘Pirí’ Lugones.
Por esos días, Sara Gallardo también estaba en Cuba. Ella había sido invitada allí y a México. Como resumen de sus visitas, le confió a su prima: “Conocí a Fidel Castro y al Che Guevara [...] En fin, vi cosas interesantísimas, recorrí el interior de Cuba y pude ver la obra de la revolución que créase o no es algo sensacional. También vi la horrenda miseria de México y de Chile, algo escalofriante”. Años más tarde, se desilusionará del rumbo revolucionario: “Después descubrí que la felicidad tampoco pasaba por allí y que Cuba era un estado policial más, de los tantos que hay en el mundo”. Y en una de sus columnas de la revista Confirmado ironizará sobre sus ansias de “transformar el mundo” tras la visita y aprender el “nuevo evangelio”.
Bayer, por su parte, cuenta que la figura del Che había cautivado a Gallardo y a una de las sindicalistas de la delegación argentina: “Las vi muy desgreñadas y con los ojos muy rojos. Les dije: ‘¿Qué les pasa?’. Una de ellas me dijo: ‘Nos enamoramos del Che, y hemos llorado toda la noche’. Claro, yo pensé también ahí: ‘Si a lo mejor yo hubiese sido mujer tal vez me hubiera enamorado del Che’, porque tenía un ángel ese hombre...”.
Otro de los viajeros a Cuba, el radical Casella Piñero –redactor de La Prensa y dirigente de la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA), la otra entidad que agrupaba a los trabajadores de prensa–, regresó a la Argentina con un sabor agridulce por lo vivido. “Era un ferviente admirador del trabajo, de la acción del castrismo en Cuba. Por naturaleza, por forma de pensar, por antecedentes políticos, era enemigo declarado de Fulgencio Batista y cualquiera de los dictadores del Caribe en aquella época, especialmente de Trujillo. Pero vino preocupado, no rompiendo, pero preocupado”, evoca su hijo Juan Manuel Casella. A ese estado se sumaba la “prevención con relación a la forma en que se ejecutaban los juicios” en esa primera etapa revolucionaria, que en algunos casos terminaban en fusilamientos. El propio Bayer contó: “Asistí a un juicio donde fueron condenadas a muerte y fusiladas dos personas de los servicios de Batista”.
(...) Para Bayer, a pesar del incidente padecido con la seguridad cubana, que mantuvo en silencio durante décadas, aquel viaje se convirtió en un descubrimiento. La foto que ilustra la nota “La revolución de los jóvenes”, en Gente de Prensa, es todo un símbolo. Allí, el fotógrafo sorprendió a un Bayer con la mirada fija en la cámara, de frente, mientras una de sus manos se posaba en el hombro de Fidel, que saludaba a otra persona, ambos en cada extremo del cuadro. Años después, se revelará la extraña composición: “Cuando me estaba por tocar [el saludo a Castro], una chica que venía detrás de mí me puso el pie, sin querer, y yo perdí el equilibrio y caí sobre Fidel. Y aparece una cara mía muy sorprendida y mi mano se toma del hombro de Fidel, como si fuéramos amigos de la infancia”. El epígrafe de la foto prescinde de esos datos de color: “La Habana 1961. Segundo Aniversario de la Revolución. El pueblo en la calle. Fidel y nuestro secretario adjunto, Oswald Bayer, en la casa de los trabajadores”.
Y, justamente, la nota de Bayer en Gente de Prensa comienza con la semblanza de dos trabajadores: “Un campesino miliciano, sombrero de paja camagüeyano, camisa azul, pantalón verde oliva, metralleta checoslovaca, rostro barbudo. Una maestra rebelde: uniforme verde oliva, 17 años, enseña en la Sierra a los campesinos analfabetos. Hombres de mano gruesa y pesada que cierran la o con la mano blanca de la adolescente.”
“Figuras poéticas. De gesta. Y dos fines racionales: ‘pan para todos’; ‘ser culto para ser libre’.”
“Ese es el clima de la Cuba actual. Es el mismo hálito que impulsaba al puñado de Sierra Maestra, el que impulsa a todo el pueblo cubano. Ahora son todos revolucionarios. Todos están en medio del combate. Todos acarician sus armas mientras construyen.”
“Ese es el clima que encuentra el viajero. Allí encuentra que ha vuelto la ingenuidad a los sentimientos: sólo así se explica el entusiasmo por ayudar, el entusiasmo por opinar, el entusiasmo por dar, el entusiasmo por demostrar, en entusiasmo por obedecer, el entusiasmo por ser útil. Los soldados del Ejército Rebelde hacen las casas para los campesinos, los maestros renuncian a sus sueldos, los obreros hacen guardias voluntarias de ocho horas…”
Bayer destaca que esa Revolución que “se ha hecho carne ya en Latinoamérica” está liderada por “muchachos barbudos”, que se convirtieron en los “cow-boys del bien; los corsarios del sentido común; los emboscados salteadores que terminan con el mal y la opresión a tiro limpio y reparten el pan y la tierra por derecho propio y enseñan –como el evangelio– el abecedario”.
Una imagen lo deslumbra: la Revolución “tiene sabor y color de libro de aventuras, de sueño de niño, de romanticismo adolescente”. Y más de medio siglo después recurrirá a esa misma definición cuando la prensa requiera sus opiniones tras la muerte de Fidel Castro, en 2016: “Es un personaje increíble. Parece el héroe de una novela de fantasías. Hacer una revolución en una pequeña isla, enfrentando a la más grande, la más poderosa de las naciones, Estados Unidos, y liberar a esa isla del dominio de Estados Unidos es increíble. Lo hizo Fidel Castro”. Y graficaba: “Si uno escribe una novela, el lector no lo cree. ‘Este escritor se pasó en su fantasía. Que Cuba se haya liberado de Estados Unidos a través de una revolución comunista’”. Para Bayer, Castro es “comparable al Che Guevara en su coraje civil”, “un gran libertador”, a la altura de José de San Martín y Simón Bolívar, que encabezó “la revolución más valiente y corajuda que ha tenido la historia del mundo”.
(...) ¿Qué les ocurre a quienes, como él, visitan la isla desde “los países sometidos”? “Llegar a Cuba es como llegar a la tierra madre de la libertad latinoamericana. Todo corazón generoso no puede ver otra Cuba. Es ver la realidad con los ojos del que llega con las pupilas rucias de gas lacrimógeno y de tanto ver miseria, injusticia, soledad, en esta América Latina abrasada y mojada por el sudor, que ni siquiera es caliente porque lleva el frío de la epidemia y de la anemia.”
En ninguna parte, Bayer escribe “comunismo” o “socialismo”. Faltaban sólo tres meses para que Cuba se declarase socialista. Sin embargo, esas palabras sobrevuelan el texto en silencio: “Porque si el avión me saca de mi patria y me lleva a la noche habanera y allí, grande como un edificio, veo todo luz un cartel que sólo es una mano, una mano cuya palma es negra y de sus cinco dedos tres son blancos y dos amarillos, yo pienso y digo: esta es una revolución, es la Revolución del Sentido Común. Porque en mi patria los carteles luminosos sólo sirven para martillarnos en los sesos la coca cola o los productos Shell. Las luces de mi patria no están hechas para hablarnos de la hermandad de las razas, sólo sirven para tirarnos mercaderías a la cara; las mercaderías de los dedos gordos del [sic] Wall Street”.
Tres meses después del precipitado retorno de Bayer a la Argentina, la CGT convocó la primera reunión de secretarios generales con la flamante Comisión Provisoria, encargada de la normalización definitiva. En esa reunión se analizó la situación financiera de la central obrera, tras el fin de la intervención; el intento de derrocamiento del gobierno de Frondizi –esta vez impulsado por el ex vicepresidente almirante Isaac Rojas y el saliente jefe del Ejército, general Carlos Toranzo Montero–; el festejo del 1º de Mayo y una adhesión a la Revolución Cubana, a 24 horas de la frustrada invasión estadounidense a Bahía de los Cochinos.
Queijo planteó el tema Cuba en el debate. De inmediato, Bernardo Noriega (Músicos) pidió que se votarse la solidaridad de la CGT con la Revolución y contra el golpe en la Argentina. Pero la respuesta negativa de varios representantes, sobre todo peronistas, Paulino Niembro (Metalúrgico), Pedro Gomiz (Petroleros), José Alonso (Vestido), Amado Olmos (Sanidad) y Juan Racchini (Aguas Gaseosas) fue inmediata. También se sumó el socialista March (Comercio). Sin éxito, Alberto Cortés (Canillitas) insistió con la solicitud en favor de Cuba. La postura de uno de ellos, José Alonso (Vestido) sintetizaba la visión peronista sobre el asunto: “Siento simpatía por la rebelión del pueblo cubano, pero la ayuda de la URSS la desvirtúa. Estoy contra el imperialismo rubio y rojo. Estoy contra la invasión a Cuba como estuve contra el ametrallamiento del pueblo húngaro y el de Alemania Oriental por los soviéticos. Que el pueblo cubano se defienda con palos y puños”.
Después de escuchar a otros delegados, Bayer tomó la palabra: “Es la segunda vez que intervengo en reuniones de esta envergadura. La primera fue antes del paro del 7 de noviembre [de 1960]. Entonces, los sindicatos adheridos al MUCS mantenían que además de la defensa de la ley 11.719 había que incorporar a las demandas de la huelga la libertad de los presos políticos y otras reivindicaciones apremiantes. Ustedes se opusieron, pero las masas, al parar, le dieron ese sentido a la demostración. Hoy, nosotros levantamos la solidaridad con los obreros, campesinos, pueblo y gobierno de Cuba. Ustedes nuevamente se oponen, pero las masas están con Cuba y nosotros impulsaremos esa solidaridad”.
A continuación, Bayer leyó declaraciones del presidente estadounidense, John F. Kennedy; el ex primer ministro de la Revolución José Miró Cardona y “otros enemigos del pueblo cubano”, publicadas en los diarios de la noche anterior, que “coincidían con los argumentos de los que en la CGT se oponían al gobierno de Fidel Castro y a la ayuda que le proporcionó la URSS”. Esa comparación causó un gran revuelo. (...)