El neurocientífico Emilio Kropff (40) egresó de la carrera de Física de la Universidad de Buenos Aires en 1998. De familia de universitarios, hoy su nombre recorre las páginas de la prensa por haber logrado, gracias a sus hallazgos junto al CONICET, una importante financiación académica. Desde los laboratorios de la Fundación Instituto Leloir, continúa su búsqueda por esclarecer los misterios del cerebro y su funcionamiento.

- ¿Cómo era el Emilio que daba sus primeros pasos por el mundo académico?

Era más bien un Emilio estresado, porque no encontraba su lugar en el mundo. Yo pasé por varias carreras. Inclusive me anoté y nunca fui a cursar. Me gustaban la economía, la filosofía, la música, entre otras cosas. No sentía que yo pertenecía particularmente a alguna de esas disciplinas. A uno le dicen que tiene que estar interesado en una cosa y que tiene que tener una vocación. Yo no sentía esa vocación por nada en particular. Encontré en la Física una disciplina que, si bien no me interesó en cuanto a sus temas, sí me dio herramientas para poder trabajar en lo que yo quisiera. Es un ida y vuelta entre el mundo teórico y el experimental que solo la Física te lo da. Terminé trabajando en el cerebro.

Sobre el rol que representó el CONICET en su carrera profesional, Kropff aclara que “el CONICET es lo que me dio a mí, después de 10 años (2002-2012) de estar afuera, la posibilidad de volver a la Argentina. Cuando a mí me tocó, estaba difícil encontrar trabajo como científico en todo el mundo, y el CONICET me lo dio. Ahora también está un poco más difícil. Veremos cómo evoluciona eso”. 

-Se suele escuchar que un investigador en la Argentina, tiene menos herramientas que un investigador en Estados Unidos o Europa ¿Es realmente así?

Hay varias cosas que juegan en contra de la investigación en Argentina. La primera es el aislamiento geográfico. Como Australia o Japón, somos países geográficamente aislados. Una cosa es leer una publicación que alguien hizo, y otra es preguntarle directamente cuáles fueron sus problemas o consultarles sobre qué es lo que estoy haciendo mal en mis experimentos. Ese vínculo es súper importante y se da a través de los congresos. A una persona que está aislada geográficamente se le complica muchísimo. Nosotros tenemos que fortalecer mucho nuestras redes con países como Chile, Brasil o Uruguay que tienen programas de neurociencia interesantes. Otro problema es, obviamente, la financiación. Nosotros tenemos únicamente financiación nacional y comparada con otros países es mucho más baja. En cuanto a la formación de los estudiantes yo creo que no estamos mal. En el país hay estudiantes muy capaces con muchas ganas de trabajar y aprender. Además, están formados en esto de sacarle a los pesos que uno tiene los mejores resultados.

- ¿Por qué crees que la neurociencia es tan atractiva para los lectores argentinos?

Sí, es verdad. Pero no solo es atractiva para los argentinos. Me parece que es una situación mundial. Se me ocurre que hay una especie de crisis de espiritualidad y la gente busca soluciones en la ciencia. Yo no sé si al final del camino la ciencia puede proporcionar ese tipo de respuestas (espirituales). Supongo que también una arista sobre el boom de ventas del tema de neurociencia, es por ser una ciencia que habla muy de cerca sobre cómo somos y cómo nos comportamos. Eso se vuelve muy interesante para la gente.

- ¿Cuál fue tu principal hallazgo como investigador?

Mi principal descubrimiento fue el de un tipo de neuronas: las “speed cells”, las neuronas de velocidad. Encontramos un código que es como se representa en el cerebro la velocidad que corre un animal o una persona. Se buscó por diez años, y tuvimos la suerte de encontrarlo en el 2010. Se terminó de cristalizar en un artículo que se publicó en 2015. La conclusión es que la manera en la cual el cerebro decodifica la velocidad es a través de unas neuronas que se denominan “speed cells”. Estas, como todas las neuronas, tienen actividad eléctrica, pero dicha actividad eléctrica depende de la velocidad con la que camina o corre el animal o la persona. Nosotros pensamos que esa actividad eléctrica se comunica a las demás neuronas que van a estar encargadas de ir calculando en qué posición está el animal. Es decir que yo puedo saber dónde estoy gracias a que sé de dónde salí y a qué velocidad me estoy moviendo.