El sonido más grave del violín marca el comienzo de una velada teatral doble y, a medida que los crujidos de las cuerdas se tensan contra la madera gastada, la monotonía musical se agudiza abriéndose a paso trágico para fundir la pluma en un terreno de personas, personajes y paradojas fabulosas: la(s) vida(s) de Salvadora Medina Onrubia, docente, escritora, anarquista, empresaria, poeta, activista, feminista, tan pobre como rica, periodista y directora de Crítica junto a Natalio Botana, revolucionaria y abuela de Raúl Damonte Botana, más conocido como Copi, el seudónimo que ella misma le regaló cuando el dramaturgo era aún pequeño, marcándolo para siempre y por siempre. La primera entrega del programa continuado asume, con autoría de Ramiro Lehkuniec, el nombre de La Venus Roja, apodo que Salvadora se ganó en buena ley por romper con la ley desde su juventud a través de las acciones y discursos que entronaba en público durante movilizaciones obreras y anarquistas, sumando las mil y una estrategias que llevó a cabo para lograr la liberación del anarquista Simón Radowitzky de la terrible cárcel de Ushuaia, encerrado tras haber atentado contra el más criminal Jefe que conoció la Policía, el Gral. Ramón Falcón, unos años pasados el siglo pasado. En el escenario de La Venus Roja transcurren extractos de La Solución, obra escrita por Salvadora en un solo acto y estrenada en 1921, en la cual, profética y desesperadamente, anticipa el mayor de los dramas que protagonizó con su vida pocos años más tarde: la misteriosa muerte de su primer hijo Carlos, apodado Pitón, entre el suicidio y el accidente. En una escena dentro de la escena, la autora escribe sus personajes a la par que se escribe a sí misma bajo el trazo trágico de la pluma punzante y sin medias tintas, visitando tópicos como las relaciones incestuosas, la familia burguesa, la maternidad y las máscaras de los mandatos sociales, sobrevolados por el discurso anarcofeminista que le abrió las puertas menos pensadas y le cerró las más esperables. En sus palabras, en los papeles, y en su poesía aguerrida Salvadora hace carne su cuerpo arriba y abajo del escenario, vitalizando su lucha, sus contradicciones y sus paseos elegantes, imponente e impotente, mientras el dolor autobiográfico recorre sus espaldas y se aloja en su pecho, solemne y solitario, cargando con el peso de las ficciones más dramáticas que luego la asaltarían en carne viva.
Tras un breve intervalo, que anticipa el radical cambio de atmósfera abandonado el violín y la formalidad del vestuario para hacer chillar una guitarra distorsionada ejecutada en glamorosos tapados de piel, el melodrama muta en pogo escénico y se lanza contra todo realismo en Las cuatro gemelas, la obra de Copi que, entre travestis, lesbianas embriagadas de calentura y erotismos varios, conforman el cuarteto bizarro que da título a la pieza. El teatro, devenido cuadrilátero de las luchas más sangrientas, inverosímiles y surrealistas, se inunda de drogas duras, diálogos delirantes, mil dólares que van y nunca vienen, misteriosos viajes a Chicago y muertes y resurrecciones ilimitadas que conforman y confirman el fabuloso sinsentido teatral de la dramaturgia de Copi, dando vida a una obra que ajusticia su estética, sus códigos desaforados y su profundo desprecio por la solemnidad artística.
Las puestas y el elenco, el mismo para ambas obras, apuestan fuerte al contraste de estilos, humores y climas, virando en menos de un santiamén herético del melodrama a la comedia absurda sin permisos ni concesiones, o del realismo trágico a la risa yonqui con una velocidad que reúne, en una sola expresión familiar, el dolor de la abuela Salvadora con la redención cómica y desenfrenada de su nieto Copi, logrando una serie de transformaciones escénicas que mutan en un delicioso estallido de géneros, parlamentos y anatomías. La(s) obra(s) dirigida(s) por Ramiro Lehkuniec reencuentra(n) a dos personalidades fabulosamente monstruosas del siglo XX, dos incorregibles del teatro, de sus épocas, de sus contextos y de sí mismas. Dos piezas y un espectáculo que se multiplican sin pausa, como una bola de nieve lista para derrumbar los cimientos de la detestable “normalidad”.
Sábados a las 19 en Teatro El Piccolino, Fitz Roy 2056