Muchos de los que vieron los primeros shows de Jóvenes Pordioseros tomaron conocimiento de eso recién años más tarde, cuando descubrieron que ésa era la banda que habían visto algún verano en Villa Gesell. Toti tiene un video donde baila como un poseso, canta lo más parecido posible a Mick Jagger y se traga el micrófono ante la exacta cantidad de cero espectadores. Fue una noche de lluvia en un balneario donde tocaban a cambio de la cena.
A los pocos días consiguieron un toque en un bar sobre la avenida 3 (la principal, que en verano es peatonal) y tuvieron mejor suerte: había tres personas. “¡Pero qué tres!”, destaca el cantante: “Uno era el hijo de un tipo que después me sacó de la comisaría porque había pintado una pared con nuestro logo, otro era un flaco de zona norte que después trajo a quince amigos más y el tercero el dueño de un telo que repartió horas de cortesía para la banda”.
Durante varios veranos Jóvenes Pordioseros peregrinó hacia Gesell en micro y carpa para acumular una centena de presentaciones a lo largo de la temporada. Después, cuando ganó en convocatoria, esos viajes expedicionarios y pulmonares para tocar en plazas o campings se volvieron imposibles. Pero lo que sí perdura de entonces es uno de los principales talentos de Toti, desarrollados sobre precarios escenarios barnizados en arena: su afán por el baile.
“En esa época bailaba hasta inmolarme. Y lo hacía mucho con la cintura, porque muchos se reían de mis movimientos y entonces quería enfatizarlos. Algunos me gritaban ‘¡trolo!’, y eso me provocaba a bailar con más aspamento. Ahora, en cambio, deberían gritarme ‘¡viejo!’. Creo que me muevo más que antes, pero al otro día me duele todo el cuerpo. No elongo ni me preparo. Simplemente me incendio. Y así quedo, jaja.”