La mujer que se ahoga no será aquí ese personaje sin voluntad que inventó Shakespeare. La joven muerta será el espectro que derrocará a la figura del padre asesinado. Ese fantasma que según Marx era el emblema de las generaciones pasadas que oprimían la conciencia y la acción de los vivos.
Hamlet es la historia de un hijo que elige no cumplir con el mandato paterno. Alguien que, como señalan con acierto los autores de El cuerpo de Ofelia, se pregunta si es necesario matar porque la generación de su padre y de su tío siempre tuvo en la lengua del crimen su entonación política y Hamlet es un joven que quiere llevar a la práctica las ideas del iluminismo. Su apuesta por la razón tiene algo de vanguardia inútil.
Ese cuerpo sustraído será un alma presente en los personajes más inesperados.
Habrá algo de ella en Horacio, figura andrógina que dice ser Ofelia pero también podría estar ocupando el lugar de los comediantes, personajes fundamentales en Hamlet pero que aquí nunca llegan porque las temporalidades que conviven en el texto de Bernardo Cappa y Pedro Sedlinsky hacen de la representación una materia inestable. Los personajes mayores, los que todavía portan los linajes y las conductas del poder, tendrán un vestuario más isabelino y su actuación corresponderá a una hechura antigua, por momentos fatigante, en una lucha extrema con los actores y actrices jóvenes.
Maia Lancioni opera como un personaje ajeno a la situación pero que desde la sensibilidad que la actriz profesa se involucra con la premura de pedir la aparición del cuerpo. Ella está situada en lo real de la demanda legal pero deviene testigo azorada, espectadora de una simulación que ya no tiene al pueblo como destinatario.
Porque si en el drama shakesperiano la representación de los cómicos buscaba instalar la verdad a partir de ficcionalizar ante la comunidad una escena escondida para que el pueblo se enterara del modo traicionero en que Claudio había asesinado al rey, también podría pensarse que Hamlet estaba seguro que todxs conocían esta escena pero preferían negarla para salvar su pellejo, para asumir la versión del poder.
En la mirada de Cappa y Sedlinsky la posibilidad de que alguna verdad acontezca está descartada. La puesta en escena no puede realizarse porque lo ficcional ha conquistado todas las conjunciones de la vida y ya no se identifican las diferencias.
Si Shakespeare armó una dramaturgia marcadamente masculina, en El cuerpo de Ofelia la potencia se invierte. Ofelia, esa chica incomprensible, maltratada, esa amante no querida de Hamlet tiene en Micaela Racciatti la firmeza de esos fantasmas que siempre vuelven porque son inolvidables. Hay en sus palabras una vibración que destruye la comedia del velorio, la impostura de un dolor que solo es posible cuando ella desciende a ese territorio común, ultrajado, con su imagen de nadadora perdida en las aguas. La joven que en el drama clásico fue únicamente víctima aquí tiene la entidad de un cuerpo que se quiso destruir pero que brilla como una sirena. Tan imposible como desafiante.
Su triunfo está en la capacidad de habitar el cuerpo de Esmeralda, la amiga que vio como Ofelia se ahogaba y que detrás de ese temor primero que Brenda Chi desmarca de la fatalidad inmediata, descubre que puede devenir en una aparecida de carne y hueso. Una épica de la rebelión de las chicas débiles, esas que parecían destinadas a los roles secundarios pero que atraviesan como un viento bravo la espada de los muchachotes para quitarles el protagonismo como quien derroca un tiempo que ya se ve mustio. La política de los padres, que siempre es masculina, se sostiene en la idea palpitante de que es el cuerpo joven lo que realmente se quiere matar.
El cuerpo de Ofelia se presenta los sábados a las 20 en Andamio 90.