En la industria del software (como en casi todas) somos siempre hombres, blancos, heterosexuales y cis, tomando decisiones por las demás personas. Simplemente porque para nosotros es mucho más fácil llegar hasta ahí. En muchas ocasiones, se siguen repitiendo frases como “mi responsabilidad como empresario es contratar a los mejores”: parece que la famosa frase “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor” no tiene llegada a las cúpulas empresarias.
En una industria en la que en 2017 se alcanzaron los 1.699 millones de dólares en exportaciones, un aumento del empleo del 3,5 por ciento, las mujeres se alejan todos los años un poco más. Pese a inspiradoras iniciativas como Chicas en Tecnología, Lasdesistemas, LinuxChics, Ada IT o el Club de Chicas Programadoras, el número de mujeres que se suman a las carreras de Sistemas sigue en picada: pasó de un 17,18 por ciento en 2010 al 15,08 por ciento en 2015, año del último informe disponible.
¿Por qué, aunque la industria pierde millones por la falta de talento, no podemos resolver lo que otros sectores ya lograron? ¿Será que el “machismo geek” es, inclusive, más fuerte que la ambición capitalista?
Discutiendo estos resultados con Silvia Ramos, quien me dio las mejores clases de mi vida sobre algoritmia y resolución de problemas y Lucia Capón, increíble programadora y colaboradora en casi todos los los proyectos antes mencionados, nos damos cuenta que ocurre lo mismo en Hollywood, en Wall Street, en Silicon Valley y en cualquier lugar donde el dinero se acumule. Cuando el hombre blanco, heterosexual, cis y bien macho olfatea el poder, su codicia no acepta rivales.
Silvia nos contaba que cuando era estudiante se llenaba de hombres que iban a ver a las chicas del cuarto piso, como se conocía a las estudiantes de Sistemas que, en los 80s, eran mayoría en la Facultad de Ingeniería de la UBA. En esos años, los trabajos desarrollados eran para el sector público, bancos o empresas enormes que podían pagar grandes computadoras y que tenían, además, una infraestructura edilicia pensada para ambos sexos.
Sin embargo, un día llegaron las computadoras personales, que dieron comienzo a una revolución global. En vez de grandes empresas, se crearon pequeños emprendimientos donde la cultura pasó a ser la de trabajar muchas horas, en entornos caóticos, súper competitivos y agresivos, donde era imposible lograr un balance sostenible entre la vida personal y la profesional.
Nuestro desafío, entonces, no se trata solamente de contratar a los mejores sino también de trabajar activamente en la generación de espacios, organizaciones y ambientes laborales donde todas las personas se puedan desarrollar. Estoy seguro de que en el proceso de resolver este problema vamos a mejorar como industria, como equipos y como personas.
(*) Cofundador de Intive-FDV y colaborador de Proyecto Nahual.