No te veo en la tele. No hay caso, siempre nombran a tu compañero. Te tenés que teñir de rubio, no me voy a cansar de decírtelo. Si te teñís te voy a distinguir más fácil”. Israel Damonte escuchó la frase de boca de su padre varias veces, hasta que se cansó y le dijo a su esposa: “Le voy a dar el gusto”. Ella lo convenció de cambiarse el color de pelo a gris, en vez del clásico amarillo. Él cedió. Corría el año 2005 y no había alta definición, por lo que cuando jugaba en San Martín de Mendoza, su club de entonces, el viejo no podía distinguirlo. El volante se compadeció de los problemas en la vista del mandamás de la familia y aclaró su cabeza. “Hoy jugaste bárbaro. Fuiste la figura”, recibió por parte del hombre en cuestión al encuentro siguiente, el primero luego del cambio. Su carrera comenzó a ascender y, como buen cabulero, Isra sostuvo el aspecto para siempre.

Bueno, casi siempre. En el 2006, tras pasar por Gimnasia de Jujuy, el volante fue fichado Tiburones Rojos de México. En su primera excursión fuera de Argentina, el joven de 24 años arribó a firmar el contrato con su color natural, que había recuperado en medio de sus vacaciones. Rápidamente, notó algo en las caras de los mexicanos. El gerente de marketing de su nuevo club lo llevó aparte y le dijo: “Nosotros te compramos con el cabello de siempre”. Y, rápidamente, instó a varios empleados para que compraran los productos necesarios para dejar al refuerzo en el mismo estado en el que se lo veía en las fotos. El marketing de papá había llegado lejos.

En 2018, su pelo brilla como en aquel primer partido. Papá ya no está. Se fue luego del golpe más duro, la muerte de David, el hermano de Israel, cuya historia de hizo viral cuando alguien detectó que el futbolista de Huracán miraba hacia el costado en todas las fotos, emulando viejas imágenes familiares del mayor. De ellos, claro, lleva una herencia más, oculta como otra singularidad en un hombre cargado de detalles tiernos e impensados. Al igual que sus hermanos David, Iván, Yael y Raffi, Israel lleva como segundo nombre Alejandro. El tercero de los cinco Alejandro abre su corazón en una charla que comienza en la escuela pincharrata y que termina en un abrazo cargado de emociones.

-¿Cuánto tenés de la escuela de Estudiantes?

-Todo. Hubo muchas cosas que las aprendí del potrero. Las personas de más de 30 años tuvimos la posibilidad de criarnos en un campito, en la esquina y en el club de barrio. Hoy es diferente, tienen que ir a clubes y los tienen que llevar los padres, Yo llegaba de la escuela y volvía a salir para jugar partidos por todos los campitos del pueblo. Llegaba muerto. Y eso lo aprendí del potrero. En Estudiantes me enseñaron a ser compañero, a querer al club y tener sentido de pertenencia, porque es lindo pertenecer a un lugar. Creo que Estudiantes es un club que hace mucho hincapié en eso en las inferiores. Todos los entrenadores de inferiores fueron ex jugadores y te ayudan a recorrer el camino correcto. Con el tiempo, estando ahí, vas escuchando historias de los jugadores campeones del mundo que han pasado por el club y vos te vas metiendo en ese personaje que te cuentan. Y terminas siendo un jugador a la medida de Estudiantes: ser aguerrido, ir a todas y no claudicar nunca. Me encanta haber nacido ahí y pertenecer, por más que hoy no esté.

-Hay cosas intangibles en el fútbol y una de las que divide al periodismo es la mística. ¿Existe?

-Hay momentos que son difíciles de explicar, pero me ha pasado. Me pasaba mucho en los clásicos, el saber que a veces íbamos perdiendo pero estar seguro de que no lo íbamos a perder. Me pasó una vez en Mar del Plata, que íbamos perdiendo 3-1, y tenía compañeros que te convencían de que no lo íbamos a perder. Y no perdimos. La mística es mirarte a los ojos con tus compañeros y saber que están todos en la misma, y pertenecer a un lugar. Es saber la historia de un club y después entrar a una cancha, ir a pelear una pelota y decir: “Yo te llevo todo esto que vos no lo tenés, porque no lo viviste en tu club”.

-Fuiste a la teoría, ahora vamos a la práctica. ¿Cuándo y cómo se aplican las cábalas?

-Soy muy cabulero. Si el domingo ganamos pensaría: “Podrían hacerme otra nota estos chicos”. Soy muy así. O ponerme el mismo reloj, las mismas zapatillas. Obviamente que sé que uno no gana por eso, pero es algo que me hace sentir tranquilo a mí. Es difícil de entender. Tenía compañeros en Estudiantes que me decían: “Ah bueno, ahora hizo esto Isra y ya ganamos. No vayamos el domingo, que Isra hizo lo mismo que la semana pasada”. Pero a mí me hace sentir tranquilo. Después, vamos al partido y me tengo que pelar el lomo, pero soy de hacer las mismas cosas, me siento al lado del mismo jugador, de todo. Me pasó ahora, estando en Huracán, que en el vestuario antes del partido te dejan un chupetín y un turrón. Y veníamos de una forma, bien, y cuando llego al vestuario había cambiado la marca del turrón. Me volví loco: “Justo hoy con San Lorenzo vamos a cambiar la marca”. El encargado me dijo que no había conseguido el otro. Yo tenía uno de la marca que comíamos siempre, por las dudas, pero eran todos de la otra. Y nos empataron sobre la hora. Quizás si hubiese estado el turrón de siempre no hubiese pasado. Me pasó contra Estudiantes, los creadores de todo esto, que cuando fui a saludar al banco de ellos me digan: “Isra hoy la rompés”. Entonces, cuando me di vuelta me toqué abajo, por las dudas. Mi viejo me decía una frase: “Antes que llore mi madre, que llore la tuya”. Los hinchas de Estudiantes se enojaron porque pensaron que los había mufado, pero no, me cubrí de la mufa solamente.

-¿Te acordás de tu primera cábala?

-Sí. Estando en Salto yo me venía a probar y mi hermano me había regalado un papel que era una propaganda de una revista de una marca deportiva que hablaba de lo que era el sacrificio. Y la foto era de (Roberto) Ayala. Me lo traje en el viaje, me lo puse a leer, y me acuerdo que la doblaba a la hoja y la ponía entre la canillera y la media, para que no se me moje y poder seguir usándola. Me probé y quedé, entonces la usé un montón de tiempo. En una época quise cambiar, por consejo de Juan Sánchez Miño, que me dijo que su cábala era hacer todo diferente. La probé, pero no me gustó.

-¿Alguna se te volvió difícil de cumplir?

-Sí. Hace un tiempo, antes de un clásico con Gimnasia, le dije a mi mujer: “Si hago un gol el domingo, voy a comer con tal persona”. Y la verdad que es una persona aburrida. No es que no me lo banco, pero es una persona muy aburrida. No la cumplí, pero la tengo que cumplir. Encima hice el gol, y ganamos 1 a 0 con ese gol. Pero ya le dije que vamos a ir a comer. Después se la voy a contar y se va a querer matar el loco, pero es amigo.

-¿Cómo calificás a tu infancia?

-Hermosa. Por ahí me faltaron un montón de cosas, pero tuve lo más importante que fue el cariño, la familia. Mi viejo me decía “vayan a jugar afuera” y no tenía nada que no sea la pelota para jugar. Quizás me faltaron cosas materiales que yo en ese momento pensaba que necesitaba. Sufrí algunas cosas, como no ir a un cumpleaños porque no tenía regalo y sin regalo no iba porque me daba vergüenza. Pero tuve lo más importante, el amor de mi familia, de mis viejos, de mis hermanos. Tengo mucha memoria de todo lo que viví cuando era chico. Tenía un grupo de amigos geniales y andábamos todo el día en bici. Tal vez sufrí la adolescencia un poco más porque es la etapa en la que por ahí necesitas un mango para tomar algo o si te gusta una chica querés invitarla al cine. No tener para eso me dolía. Pero, después, mis amigos me bancaron un montón de veces. Mi viejo era gomero y entonces había épocas en las que nos iba bien y otras que no.

-¿Tiraban clavos miguelitos para agarrar clientes?

-Tengo una anécdota sobre eso. Yo vivía muy cerca del balneario de Salto y estaba buenísimo en el verano, pero en las inundaciones las parábamos de pechito a las olas, porque estábamos a una cuadra y media del río. Una vez, mi papá nos dijo en verano que vayamos a tirar un par de clavos a donde estacionaban los autos. Nosotros, inocentes, le pusimos a todos los autos un clavo en la goma. Pero no le pusimos a un auto sí y al otro no. Le pusimos a todos los que había. Un rato después cayeron cuarenta coches a la gomería de mi viejo y él se moría de vergüenza. Se empezó a reír y se terminó vendiendo. “Los mandé a tirar clavos y le pusieron un clavo a cada uno”, dijo y la gente se reía con él.

-¿Cómo hacés para enseñarles a tus chicos que valoren las cosas que vos no tuviste?

-Su realidad, gracias a Dios, es muy diferente a lo que fue la nuestra. Nosotros somos muy cariñosos con mi mujer, con mis hijos. Hay veces que estamos acostados y se escucha por ahí que mi hijo grita “los amo”, y mi hija se suma y dice “yo también”. Eso está buenísimo. Yo lo tenía con mis hermanos, nos decíamos “te quiero” y no teníamos vergüenza porque nos criaron así. Con la vida que les toca vivir hoy es difícil para que tomen valor de las cosas. Cuando eran más chicos íbamos a la juguetería y no sólo les quería comprar todo, sino que a veces me compraba cosas para mí. Una vez compré un muñeco de Freddy y mi señora me dice: “El nene no sabe ni quién es”. Y yo le decía que ya lo iba a conocer cuando crezca, pero en realidad me lo había comprado para mí. También con uno de Robocop. Todavía los tengo. Mi infancia era diferente. Nosotros antes no comíamos con gaseosa. Era solo los fines de semana. Una fui a comprar una Gini y se me cayó en el camino por la desesperación que tenía para ir a casa tomarla. De vidrio, se rompió toda. Entonces, llegué llorando porque sabía que me iban a fajar mis hermanos y porque no había chance de que mi viejo me diera plata para comprar otra.

-¿Cómo viviste toda la repercusión que tuvo la historia de tus fotos antes de los partidos en homenaje a tu hermano?

-Apareció en las redes, porque fue por un tuit que puso un chico. Puso cuatro fotos y algo así como: “El misterio de Israel Damonte: ¿cábala u otra cosa?”. Entonces me llamó Nicolás Lopresti (periodista) y me preguntó. Me sorprendió porque lo vengo haciendo desde el viaje de egresados de séptimo grado. Lo imité a mi hermano. Él lo había hecho en una foto de Navidad casi sin querer y mi vieja se enojó porque quería la foto perfecta de los tres. Pensá que antes se revelaban a los cuatro meses. Y a partir de ahí, él tomó la costumbre de hacerlo siempre. Como él era mi ídolo, tenía siete años más que yo, lo empecé a hacer. Él era el preferido de la familia. Hasta de mis viejos. Mi mamá me daba una milanesa chiquita y a él una gigante, y todos los aceptábamos. Y no porque hoy no está, porque muchas veces cuando la gente muere sólo se recuerdan las cosas buenas. Pero yo con mi hermano siempre fui especial. Te daban ganas de estar con él... Llegaba y había otra energía. El primer partido en el que lo hice fue con Chicago en cancha de Colón. Mi hermano lo vio y le dije que lo hacía por él. Y ahí empezamos a joder. Lo hice el día de la final de la Sudamericana con Arsenal. Esa vez me dijo: “Cómo vas a hacer eso”. Le contesté que no lo iba a hacer y lo hice igual. Después que falleció, antes de cada partido sentía que lo tenía que hacer, por agradecimiento. Pero no lo sabía mucha gente. Incluso me llamó otro de mis hermanos y me dijo que no sabía que lo hacía. A mí me encanta hablar de mi hermano, porque hoy lo tomo de otra manera. Cuando pasó fue un momento difícil, porque fue en Navidad y hacía seis meses que no lo veía, entonces no tuve una despedida. No es lo mismo cuando te preparás, como si lo hice con mi mamá, que estuvo enferma, y le fui diciendo las cosas. Lo que me deja tranquilo es que le dije mil veces que lo quería, que era mi ídolo.

-¿Buscaste ayuda profesional para sobrellevarlo?

-Empecé el psicólogo porque me lesionaba, tenía problemas y se me salía la cadena enseguida. Una vez en un semáforo salí corriendo a un tipo como cuatro cuadras. Ahí mi mujer me dijo que tenía que ir a un psicólogo, porque pasaba cualquier cosa y me largaba a llorar. Eso me ayudó a entenderlo de otra manera. Yo no había llegado ni siquiera al velatorio, porque tardé dos días en venir de Grecia y no me podían esperar, porque también habían fallecido la mujer de él y el bebé. Estaba mal porque no había podido despedirme, pero entendí que es parte de la vida. .

-Aprendiste que eso es parte del combo…

-A mí me pasaba que cuando me avisaban de la muerte de alguien no tan cercano, pensaba que nunca me iba a pasar. Y a mi me pasó y mucho. En cuatro años perdí once familiares. Falleció un tío con la mujer y los dos hijos en un accidente. A los meses lo de mi hermano, la mujer y el hijo. Mi abuelo, mi viejo, ya había fallecido mi mamá, mi tío... De golpe decís: “¡Pará!”. Pero es parte de la vida. El tema es que hay gente que tiene la suerte de que no le pase y no se da cuenta, no disfruta. Te das cuenta cuando te pasa. Ahí decís: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Hoy tengo dos hijos sanos, tengo una linda familia y soy feliz. Pienso que hay algo más allá. No quiero que venga nadie a decirme que no hay nada, porque yo tengo la sensación de que el día de mañana me puedo llegar a encontrarme con parte de mi familia.

-¿Tenés algún miedo después de todo eso que te pasó?

-Lo he hablado con mi psicóloga y le digo que me da miedo que le pase algo a mis hijos. Soy miedoso en ese sentido. Estoy pensando que si están fuera de casa lleguen bien. Yo antes amaba andar en avión y hoy viajo incómodo, porque si me pasa algo los dejo solos a ellos. O si viajamos todos juntos es peor, porque pienso que si pasa algo acá no tengo chance de nada. Me quedaron algunos miedos, sí.

-¿Qué sueños te quedan?

-Morir de viejo. Disfrutar a mis hijos, a la familia, a los amigos. No quiero ser millonario, quiero vivir bien y con eso me alcanza. Hoy me estoy terminando la casa, para poder disfrutarla con mi familia. Quiero compartir cuando mi hija tenga a su novio y ayudarla a que ella esté bien. No tengo un anhelo personal, con eso en la vida me alcanza. 

Mariana Hernández Roque