Una llama se enciende en el banco de suplentes del Ajax. Johan Cruyff cubre con su mano izquierda el vicio de toda su vida. Parece mentira, pero la imagen no miente. El crack holandés acaba de prenderse un pucho en la vieja Doble Visera de Cemento. El genio que la tiene atada pues también es el genio de los atados. El empedernido de siempre. Y ahora que ya no lo entrena Rinus Michel, el artífice del fútbol total, se ve que el Flaco puede fumar tranquilo, sin retos, ni ocultamientos, porque Stefan Kovacs le banca todos sus caprichos. Bastante mal se siente Johan como para andar privándose de unas pitadas al Camel sin filtro. Sólo veinticinco minutos jugó porque el Tano Mírcoli le tatuó sus tapones en el tobillo izquierdo. Con una patada, lo arrancó de cuajo de la cancha. “Como mínimo, un esguince”, diagnostica el doctor John Rolink. El ayudante Bobby Haarms está furioso, tanto que intenta suspender el partido. Sentado en el banco, con unas líneas de fiebre también, Cruyff transpira humo. Pero no pierde la elegancia de corte europeo. Polera bordó, toalla celeste al cuello, anillo en el meñique y un reloj de oro en una de sus muñecas. El reloj del equipo.
Doce mil kilómetros había viajado el Ajax para jugar la ida de la Copa Intercontinental contra Independiente, aquel 6 de septiembre de 1972. Y él, el emblema, el capitán sin cinta, el líder de este ejército revolucionario del fútbol tuvo que contentarse con observar todo desde el perímetro, porque el pergaminense Mírcoli lo había ajusticiado de lo lindo. Ese puñado de minutos, igual, le alcanzaron para escribir una página dorada en Argentina. Porque Cruyff ya era Cruyff en Europa. Se lo tildaba como el sucesor de Di Stéfano. Se decía que él solito le había ganado la final al Inter. Que con dos martillazos suyos, había destrozado el Catenaccio. Se citaba que era el Balón de Oro del 71. Y que jugaba a una velocidad nunca vista. O’ Rey era Pelé. Pero con 25 años, ya había otro mago que jugaba un montonazo. El ex jefe de Deportes del Diario Clarín, Julio Marini, recuerda que, sin ser hincha del Rojo, había ido a la cancha con su viejo y su hermano porque tenían el dato de que algo grande iba a pasar… Los futboleros sudamericanos tenían la oportunidad de verlo en vivo, sin tener que imaginar jugadas y goles con secuencias de fotos de revistas viejas.
Mientras tanto, Cruyff fumaba y fumaba, con displicencia y naturalidad; cada pitada lo hacía sentir omnipotente, nadie le iba a decir nada al “Jefe”. A los cinco minutos, Johan había enseñado uno de sus trucos: picó al vacío, camiseteó al “Zurdo” López, y se la puso llovida a “Pepé” Santoro. Gol. Golazo. 1 a 0 para el Ajax, que se desdibujó luego de la salida de su ídolo. “Fue falta, lo agarré de la camiseta, es verdad, pero Pelé también lo hace y nadie cobra nada”, apuntó Cruyff, ya finalizado el juego, según recopiló Clarín. Si bien es escaso el material fílmico, apenas una película de pocos minutos, donde los goles se ven en escala de grises y entrecortados, Santoro aún hoy describe el gol con ese decir de respetuosa leyenda con que se arropa el relato de los mayores. “Cruyff era eléctrico, un rayo, cuando salí a atosigarlo, me la puso por arriba”. Fue por arriba, y entró en el sector izquierdo. Cruyff jugaba de punta de lanza, allí lo había ubicado Rinus Michel, el histórico entrenador que ya había emigrado al Barcelona, de España. Pero con Kovacs, más flexible en la convivencia con el grupo, Cruyff también retrocedía para jugar de enganche. También se tiraba a los costados. Y también bajaba a recuperar. El jugaba como los Beatles: tenía sus propias partituras. “Arrancaba de izquierda a derecha, metía unas diagonales que te mataba”, relata Santoro, que cierra los ojos con fuerza, como si ese esfuerzo trajera al presente los momentos de gloria del ayer.
El vestuario del Ajax era un infierno, ahí debajo de la tribuna Erico. Kovacs estaba sacado por la aspereza de Independiente. Pero debía encadenarse a la templanza ante sus jugadores. El periódico holandés Leewarder Courant detalló en su página 19, del 7 de septiembre del 72, que el puntero izquierdo Keizer estaba tan enojado que incentivó a sus compañeros a que no salieran a jugar el segundo tiempo. La bronca era por la lesión de Cruyff. Y por un derechazo que el “Chivo” Pavoni le había “regalado” al puntero derecho Swaak Swart, justo en la boca del estómago. Se luchaba y se le recriminaba enfáticamente al árbitro ruso Bakhramov, que había dirigido tres mundiales, pero que esa noche se había olvidado las tarjetas en su casa. Del Rojo sólo amonestó a Pavoni. Los holandeses estaban indignados por todo lo que pasaba adentro y afuera de la cancha. Venía brava la mano. Y los rigores se sentían en todos los rincones por los que ellos pasaban. Un día antes del partido, Montoneros había secuestrado al presidente de Phillps Argentina, Juan Vaan de Panne. Y lo liberaría recién tras el 1 a 1, a cambio de 500 mil dólares. Sus captores negociaran el dinero con la casa central en Eindhoven.
En el segundo tiempo, Independiente lo fue a buscar con alma y vida, y lo empató a nueve minutos del final. El formoseño Francisco “Pancho” Sá clavó un derechazo desde afuera del área grande, imposible para el alemán Stuy. Ardió medio Avellaneda con ese grito de gol que bajó de los cuatro costados, y que se vio clarito desde la tribuna Alta Cordero, inaugurada hace un par de años gracias al ingreso de una masa societaria que iba creciendo en consonancia con los triunfos. “Nos quedamos con sabor a poco, porque sabíamos que ganar allá era muy difícil”, dice Mírcoli, que le pidió a “Pipo” Ferreiro jugar la revancha en Holanda. “Tenía cien periodistas en la puerta del hotel esperándome, pero yo le dije a Ferreiro: ‘Si no me ponés, te mato’, ja. Al final jugué, pero perdimos. Los holandeses pusieron todo tipo de excusas porque no querían jugar en Sudamérica. Pero la cancha de ellos era fea, por algo la tiraron abajo después”, agrega Mírcoli, sobre el partido jugado en el Estadio Olímpico de Ámsterdam, donde el Ajax haría de local hasta 1996. Luego construiría su propio estadio, que hoy lleva el nombre de Johan Cruyff Arena.
Cruyff, que no jugó el Mundial 78 por motivos personales, nunca más pisaría suelo argentino. El astro del Ajax se fue contrariado por tener que jugar en una superficie con poco pasto que “tenía menos pelos que un pelado”, según declaró en la zona de vestuarios. Su compañero, Arie Haan, fue más allá y dijo: “No quiero jugar más contra estos bandidos”. Kovacs apuntó: “Pase lo que pase, nunca más volveremos a jugar aquí. El fútbol europeo es más importante que esta Copa”. Santoro ratifica la bronca de Johan con un detalle. “Estaba tan caliente que no cambió la camiseta con nadie. Fue una patada dura, pero sin mala fe”, expresa el ex arquero. Mírcoli, el malo de la película, añade que allá en Holanda a Cruyff se le pasó la rabia: “El partido de vuelta lo jugó sin dramas, para mí la patada no fue para tanto, yo me tiré a barrer una pelota, porque Cruyff me apareció por el costado y me la sacó. Le toqué el tobillo, pero no fue tan fuerte. De hecho, el árbitro ni siquiera me sacó tarjeta amarilla”. Ricardo Pavoni, por su parte, agrega: “Fue una patada dura en la mitad de la cancha, pero estaba para seguir. Salió por precaución”.
Veintidós días después, con la obtención de la Intercontinental, (Ajax ganó 3 a 0 en Amsterdam, con dos goles de Johnny Reep y uno de Neeskens) Cruyff desató su euforia contenida. Y ni se percató en guardar la camiseta del campeonato: cambió la “14” con Eduardo Comisso. Sin embargo, esa patada seguiría siendo motivo de rispideces. Tanto que años después, Mírcoli debió disculparse con él en un partido entre Sampdoria (su nuevo club) y Barcelona FC. Y en la década del noventa, cuando el holandés era el entrenador del Barça, también volverían a cruzarse. Esta vez, afuera del campo. “‘No me vas a pegar, eh’”, me dijo Johan, cuando me acerqué a saludarlo. Yo había ido con la escuela de técnico de Carlos Bilardo. Y Cruyff todavía se acordaba de mí, ja”. Al año siguiente, Independiente volvería a ganar la Libertadores y el Ajax, la Copa de Europa. Otra vez había que definir quién era el mejor del mundo. Pero los holandeses desecharon la invitación de la Conmebol. Y le cedieron su lugar al subcampeón, la Juventus de Dino Zoff. El Rojo le ganaría 1 a 0, con la recordada diablura de Bochini y Bertoni, en el Estadio Olímpico de Roma.
Como muchos equipos europeos de la época, el Ajax de Cruyff también le tenía aversión a Sudamérica. Hay quienes le achacan las responsabilidades a Estudiantes de La Plata, que desató una guerra en el 69, contra el Milán, en La Bombonera. En el 71, el Ajax ya había declinado de jugar la Intercontinental. Sus jugadores no quisieron viajar a Montevideo para enfrentar a Nacional. Como coartada, pidieron jugar una vez en Ámsterdam y otra en Nueva York. Los uruguayos no aceptaron. Luego, mediante un telegrama, expresaron que tenían un calendario ajustado y que no podían debilitar a sus jugadores con una vacuna contra la viruela, según reveló el diario oriental Ovación. Con el tiempo se supo que se bajaron porque no tenían garantías en materia de seguridad. Finalmente, en el 72 aceptaron jugar ante Independiente, con la condición de que ellos definían de local. Y así fue como llegaron a la Argentina. Si el Rojo llegara a ganar, el tercer partido también sería en Holanda. Y la recaudación quedaría para los argentinos Ese era el arreglo con los europeos.
El recorrido de los holandeses fue dantesco. Partieron de Ámsterdam, pasaron por Francia, España e hicieron escala en las Islas de Cabo Verde. Allí llegaron a entrenarse en una pista de avión, con una temperatura que los fagocitaba. Algunos incluso se quedaron descalzos y otros, en cuero. Pero todos corrían y corrían. Tenían en mente el objetivo copero. El vuelo se completó en 17 horas. Apenas arribaron a Buenos Aires la pasaron peor todavía. La hinchada de Independiente no tuvo mejor idea que pasar la noche en la puerta del hotel del Ajax, a pura batucada. Los holandeses tuvieron que tomar pastillas para dormir. ¿Y pastillas para algo más? Las sombras del doping irrumpieron treinta años después, con la publicación de dos libros. Primero fue Salo Müller, el masajista del Ajax entre el 59 y el 72, quien lanzó una bomba en su biografía: “Los jugadores tomaban anfetaminas” (Mij Ajax, 2006). Luego hablaría el doctor Frists Keesel: “Había doping, aunque yo nunca lo administré. (Misterios del fútbol, del periodista Guido Derksen, 2010).
Sea como fuere, ese Ajax marcó una época. Ganó tres copas de Europa (71,72,73), una Intercontinental. Y fue la base de la Holanda que llegaría a dos finales del mundo, en el 74 y en el 78. Ese Ajax, al cabo, fue elegido en el 2003, por la revista ForForTwo, como el equipo más grande de la historia, por encima, incluso, del Real Madrid de Di Stéfano y Puskas. Independiente levantaría cuatro Libertadores consecutivas (a la del 72 le agregaría las ediciones 73,74 y 75) y se ganaría así el mote de Rey de Copas. También alzaría la Intercontinental del 73 y perdería una final del mundo (74, con Atlético Madrid; la del 75 no se jugó,). Ese Independiente de los setenta, según la citada revista, está entre los 13 mejores cuadros de todos los tiempos. “Nuestro juego era levantar la cabeza y gambetear, pero con el Ajax terminamos tirando ollazos porque ellos nos sorprendieron con el pressing”, dice Pavoni, quien trabaja en Independiente como cazatalentos por el Interior del país. “Cruyff te mataba, tenía un arranque impresionante, yo lo volví a sufrir en el 74, jugando para Uruguay. Lo único que recuerdo de él es el número de su camiseta, ja”, remata el ex lateral charrúa.
Por entonces, había un halo de incertidumbre. El desconocimiento entre los dos equipos era total El Ajax apenas había visto seis minutos de la final entre Independiente y Universitario de Perú, según apuntó en la página 58 de su edición del 6 de septiembre, el diario español ABC. Independiente había ido al viejo a Canal 7, para ver la final del Ajax-Inter. Pero necesitaban ver más para creer. Por eso, en la noche anterior a la final, Pavoni se acercó junto a dos compañeros a una de las tribunas de la Doble Visera para sacarse todas las dudas. Y terminó con más preguntas. El entrenamiento del Ajax fue muy liviano. Cruyff se movió poco, estaba cuidándose para el otro día. “Jugaban a otra velocidad, todos atacaban, todos defendían, era el fútbol total”, agrega Pavoni. Ese equipo marcó un quiebre entre el fútbol antiguo y moderno. Aún hoy es un misterio cómo ese Ajax, -y la Naranja Mecánica- se las ingeniaba para generar espacios siempre. El autor del libro “Brillant Orange”, David Winner, desliza una teoría románticamente filosófica: “Las raíces del “totalvoetball”, o fútbol total, exponen la capacidad de los holandeses de buscar espacios y de encontrar un lugar en el mundo, siendo Holanda un país pequeño, situado por debajo del nivel del mar”.
En las tribunas de la Doble Visera brillaban los encendedores (¡no siempre existieron los celulares!) que alumbraban la ilusión copera del Rojo. Sentado en un palco preferencial estaba el español Santiago Bernabéu, presidente de la UEFA, invitado por Raúl D’Onofrio, por entonces interventor de la AFA, y padre de Rodolfo, actual presidente de River. Andaban todos maravillados con el Ajax, salvo la prensa holandesa, que le siguió pegando al equipo vestido enteramente de blanco, incluso cuando ya había salido campeón mundial. El diario La Stampa de Italia recoge en su edición del 30 de septiembre diferentes críticas de los diarios holandeses. “Ajax campione discusso”, es el artículo que sintetiza las opiniones de medios locales. Hablaban de un “espectáculo decepcionante”. Y apuntaban que el Ajax, a pesar del 3 a 0, no pudo rescatar al partido de la “mediocridad y de la grisura”. Un año después, Cruyff firmaría su traspaso al Barcelona, a cambio de 360 mil euros. Y llevaría a los catalanes a ganar una liga después de 14 años. "Cruyff era un distinto, previo al Mundial 74, jugábamos un amistoso en Holanda, y cuando fui a buscar su camiseta al vestuario, el tipo estaba fumando. Me quedé helado. Pero él sonrió y me hizo un gesto con la mano. Y fui nomás a buscar el trofeo”, comenta Santoro.
Ese zigzagueo sempiterno, esas descargas de alto voltaje. Ese flequillo bien Beatles, que le daba chapa de artista, de inventor. Esos brazos estirados que dirigían el tránsito de sus compañeros. Esos saberes de física y química que nadie sabe bien dónde los adquirió. Porque tal como lo logró ante Independiente, sólo él era capaz de buscar y encontrar agujeros negros. Sólo él podía dibujar espacios con tanta facilidad. Y qué decir de ese elegante andar… Pucha, hasta en eso se lucía el Flaco, como si fuera un modelo, un jugador de alta costura. Esos quiebres, esas gambetas. Esos goles, esas caricias. Porque eran eso: caricias. Tocaba la pelota como George Harrison la guitarra. No volvería nunca, jamás, a jugar un partido de fútbol en la Argentina. Se murió de cáncer de pulmón a los 68 años, el 24 de marzo del 2016. “En mi vida he tenido dos grandes vicios: fumar y jugar al fútbol”, dijo alguna vez. Y vaya si será cierto. Porque donde hay humo, hay fuego. Y donde hay fuego, seguro, está Johan Cruyff.