En Gabriel e a montanha, el film del brasileño Fellipe Barbosa que pudo verse recientemente en el Bafici, el cadáver de su protagonista, un joven llamado Gabriel Buchmann, era hallado al comienzo del relato, anticipando el final de un extenso recorrido por el continente africano, víctima en parte de un autoengaño: la fe en las supuestamente ilimitadas capacidades como ser humano. El hecho de que la película esté inspirada en hechos reales no hace mella en un corolario (no tan) oculto detrás del homenaje: el turismo de aventura puede ser peligroso, en particular cuando la propia insignificancia ante la inmensidad de las fuerzas naturales es dejada de lado. El nuevo largometraje del australiano Greg McLean (especialista en horrores naturales y humanos, como lo demuestran las anteriores Río de Sangre y El cazador de Wolf Creek) también toma elementos de la realidad para narrar un relato de supervivencia en circunstancias poco menos que imposibles. La historia es esencialmente la de Yosseph Ghinsberg, escritor, emprendedor, aventurero y orador motivacional –según afirma su propio sitio web– que, en 1981, a la edad de 21 años, anduvo perdido en medio de la selva boliviana durante casi un mes, luego de una fallida expedición junto a otros tres compañeros. El hecho de que Yossi haya sobrevivido no es un detalle menor a la hora de imaginar una película más cercana a los estándares narrativos del cine popular.
De todas formas, Jungla no es tanto un relato “inspiracional” en el sentido corriente como un cuento de aventuras tradicional. Al menos durante su tramo central. Con ese norte atractivo como meta se suceden ataques de víboras y jaguares, peligrosos rápidos que desembocan en un cañón lleno de rocas y el riesgo siempre latente de morir de hambre o a merced a alguna enfermedad infecciosa. Esa es la faceta más interesante del film, el elemento al que McLean arriba rápidamente luego de tildar la presentación de su héroe y el encuentro con los otros tres miembros del grupo. Tan rápido que las primeras escenas parecen más un trámite que debe sacarse de encima, paquete de planos ilustrativos del carnaval paceño incluido (evidentemente adquiridos en un banco de imágenes audiovisuales). En la piel de Yossi, Daniel Radcliffe es el típico muchacho ilusionado con sus viajes de descubrimiento por el mundo; alguien que ha dejado atrás un destino conservador, como afirma al comienzo su voz en off, con un denso acento que luego irá puliendo y perdiendo. De allí que el llamado de sirena de un aventurero alemán (interpretado con algo de malicia por Thomas Kretschmann) sea demasiado tentador para ser pasado por alto.
El periplo selvático incluye desavenencias entre los miembros del grupo, una separación consciente y otra inesperada y la consiguiente soledad del protagonista, cada vez más débil y amenazado por elementos externos e internos, incluida la posibilidad de un descenso en la locura total. McLean pisa el acelerador de la aventura y reduce los elementos más gráficos que son moneda corriente en su cine, aunque se permite algunos detalles sanguinolentos de origen animal, en particular durante una escena en la cual una larva cutánea tamaño XXL es auto-extraída con una pincita de depilar. Jungla comienza luego a perder interés, en particular cuando la fiebre amazónica pone en primer plano no sólo algunas alucinaciones sino también una serie de cansinos flashbacks que poco aportan a la construcción del personaje. El camino hacia el desenlace y su festejo de la más férrea amistad es un sendero harto transitado y es entonces que la película olvida su costado más visceral para caer en la banquina del mensaje motivador, abandonando su gen Ozploitation por las lentejuelas del drama humano convencional.