La pulseada entre medios nuevos y viejos dio un quiebre el 8 de noviembre, cuando Donald Trump celebró su elección como presidente de Estados Unidos. En octubre, todos las vías de comunicación convencionales (radio, gráfica y TV) vaticinaban una victoria aplastante de Hillary Clinton, en base a métodos de medición social del siglo pasado: encuestas convencionales. El único lugar en el que Trump ganó desde el principio fue en internet, donde fue la persona más mencionada de la red más grande de la historia durante nueve meses seguidos. Es casi pornográfico: si se suma el tiempo que todos los usuarios de la red gastaron en leer artículos sobre él, la fastuosa suma da 1284 años.
Internet dejó de ser un lugar de esparcimiento hace rato, pero este año se entendió del todo. La web es ahora un lugar físico con riesgos tan reales como los de cruzar Avenida Corrientes en hora pico. En ella se habló seriamente de temas antes tratados como ciencia ficción: en septiembre, en Pittsburgh, comenzaron a funcionar autos manejados por robots y controlados vía web; Elon Musk prometió llevar humanos a Marte dentro de una década, en cohetes autosuficientes controlados por satélites; dos pibes que jodían con un traductor y una cuenta de Twitter terminaron presos tras amenazar a Mauricio Macri desde unas falsas filas de ISIS; y los términos grooming, cyber bullying y revenge porn fueron mencionados hasta el hartazgo.
La censura también creció como nunca, 2016 fue el año en el que más estados intervinieron internet en base a sus intereses, con un triste saldo de bloqueos en 24 países. Desde encarcelar por compartir un meme del presidente turco hasta cerrar Whatsapp en Siria para que los civiles no se alertaran entre sí sobre los bombardeos. Ya no son simples cadenas de mails con horóscopos y facilidad para encontrar pareja del otro lado, Internet es un lugar en el que estamos más tiempo que en el mundo real. O el mundo real es internet. O algo así.