En enero, cuando aún se asimilaba la muerte de Lemmy Kilmister, el Terminator del rock, nadie podía prever ni la elegante e interestelar partida de David Bowie (precedida por la publicación del espectralmente bello Blackstar) ni las recientes despedidas a Leonard Cohen y George Michael. Pero la muerte, a los 57 años, este 21 de abril, de El Artista Antes Conocido Como Prince, pequeño gran héroe que en su eterna lucha contra la industria discográfica decidió ser un día sólo un símbolo, tuvo y tiene aún un carácter muy especial.
El estricto control que decidió tener para que su música no estuviera a disposición de cualquiera se terminó de un día para el otro, permitiendo que genialidades como Sign o’ the Times (magnífico doble de 1987), Prince (su tremendo segundo álbum, de 1979), el lascivo Dirty Mind o el beatlesco y psicodélico Around the World in a Day (1985) sean ahora fácilmente youtubeables y formen parte del patrimonio virtual global.
El mismo efecto paradójicamente festivo tuvo la aparición del Prince OnLine Museum, archivo digital creado por Prince y Mr. Jennings que contiene la mayor parte de los sitios web que desde 1994 lanzó el músico de Minneápolis, accesibles gratuitamente. Prince fue un visionario en varios sentidos: entre ellos, su percepción de las potencialidades de la red de redes para que los artistas pudieran conectarse directamente con el público puenteando –a través de un puente virtual cubierto de coloridos grafitis– los modelos de distribución corporativos y sus insufribles intermediarios.
Por su profundidad y vitalidad, su música expandiéndose por las redes es como una lluvia púrpura virtual destinada a fertilizar, una vez más, las vidas de millones; y eso eclipsa las anécdotas sobre su muerte y no deja margen para la tristeza. Sobre el final de Endorphine Machine (1994), una voz femenina en español proclamaba: “Prince está muerto. ¡Que viva para siempre el Poder de la Nueva Generación!” Que así sea.