Acaso nadie tiene tiempo para destinar 2 horas y pico a una sola cosa (una sola película). O es que la diversidad de formatos legales –aire, digital, cable, on demand, streaming– o ilegales para consumir tele abrió el juego y acomodó la oferta a horarios esclavos de cada espectador. Pero la era serial sumó en 2016 otra gran temporada: como formato infinito, artie, marketinero, spinoffeable y ajustable a vaivenes y sondeos, la serie de TV extiende su esplendor de mercado. Cada semana hay más peligros de spoiler, afiches callejeros sobre nuevas temporadas, y personajes y modismos de diversos universos-series son tema de conversación universal.
En ese contexto, algunas marcan época. Tanques que son leyenda y suman años, como Game of Thrones (cumplió seis) o The Walking Dead (va por su séptimo, algo asfixiante, salvo por el punitivo bate de béisbol del nuevo villano). Los fantasmas digitales acecharon en tres de las mejores del año, la rompe-passwords Mr. Robot, los unitarios de Black Mirror (el episodio “San Junípero” hizo historia) y el tecno-western Westworld (algo en deuda con Humans).
El género superheroico destacó con The Flash, Daredevil y la joya conurbana argenta Nafta Súper, representante, también, de la realidad expandida del spinoff: provino del hit local Kryptonita, así como la animación Star Wars Rebels se montó al hype mundial de Darth Disney o Better Call Saul explotó la inercia traficante de Breaking Bad. Como también, en cierto modo, Narcos, irresistible fábula netflixera del patrón Pablo Escobar Gaviria, cuyo éxito llevó hasta a rastrear los insultos –”hijueputa, malparido”– de James Rodríguez contra la Selección Argentina en un partido por Eliminatorias.
Pero la gran pieza del año, la más misteriosa, fue Stranger Things, cuyo flagrante cruce de referencias musicales, narrativas y visuales promete/amenaza inaugurar una nueva era: la de las series-revival. Se confirmará o no en el próximo episodio. O en la próxima temporada.